martes, 18 de septiembre de 2012

EL CANON - CAPÍTULO 1: INTRODUCCIÓN

A continuación el primer capìtulo, denominado: Introducción, de la obra de William Stirling: "El Canon" (La Cábala como clave de todas las cosas).
Deja bien planteada la premisa que existe un conocimiento oculto, que se expresa en el "Canon" de todas las artes antiguas, amparado principalmente por el conocimiento hacia el interior de los Templos, en las distintas formas y expresiones religiosas. Pero que en la actualidad se ha perdido este conocimiento en los actuales detentores de las formas religiosas masivas. Pero he de agregar, que según creo yo, no sucede igual en las Escuelas o Colegios Iniciáticos Reales, quienes aún se mantienen como fieles depositarios de este profundo saber milenario.

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El fracaso de todos los esfuerzos consagrados en tiempos modernos a descubrir lo que constituía el antiguo canon de las artes, ha convertido este asunto en uno de los enigmas más indescifrables que nos ha dejado la antigüedad. Es tan desalentador, que no se ha tratado el tema en absoluto. La ausencia de cualquier información explícita de los antiguos sumada a la completa ignorancia de las autoridades modernas, es suficiente para que uno se plantee presentar al lector alguna propuesta, que sea verosímil, sobre este obscuro tema. Espero, sin embargo, que la investigación de lo que parece ser una pista sobre el método utilizado por los antiguos arquitectos al construir templos, pueda resultar de alguna ayuda para esclarecer los principios que fueron la base común de las obras sobre las artes y ciencias de la antigüedad; pues parecería que había una ley canónica subyacente a la práctica de la construcción y de las demás artes.
Generalmente, esto ha sido experimentado por todos los estudiantes aplicados de la antigüedad, y se ha reparado ya en muchos signos de esta uniformidad. Pero como la base de todo en el mundo antiguo se centraba primordialmente en la religión, es en la teología antigua donde hay que buscar los fundamentos y la base del antiguo canon.
Los sacerdotes eran prácticamente los amos del mundo antiguo. Todo y todos estaban subordinados a la jurisdicción eclesiástica, y no se podía emprender ninguna obra sin su autoridad. Nadie negará que los sacerdotes estaban legítimamente autorizados a controlar la construcción de templos. Y que ejercieron este control está fuera de dudas. Por esto vemos que siempre han existido francmasones O alguna orden correspondiente a los francmasones medievales, con privilegios exclusivos y secretos necesarios para construir templos bajo la autoridad eclesiástica. Y el conocimiento que poseemos sobre los francmasones medievales es suficiente para demostrarnos que los secretos que poseían eran los de la religión, es decir, de la cristiandad medieval.
Son estos secretos de los antiguos sacerdotes, cuidadosamente protegidos por ellos mismos, y únicamente comunicados a los constructores de los templos, los que nos proponemos tratar en las siguientes páginas. Nos esforzaremos en mostrar que estos secretos, que comprenden la doctrina esotérica de la religión, se han transmitido ininterrumpidamente, al menos desde la construcción de las grandes pirámides hasta la actualidad. Evidentemente, el estudio del recorrido histórico de las pruebas sobre la continuidad de estas ideas, como ya hay libros que tratan esta investigación, está fuera del objetivo de este libro, ya que sería tratado superfluamente. Tan sólo tenemos que aceptar el testimonio de los antiguos historiadores griegos, quienes afirmaron enfáticamente que las doctrinas esenciales de la religión griega habían sido importadas desde Egipto. Sabemos que cualquier civilización Europea es de origen griego. Incluso el Evangelio es indiscutiblemente de origen tanto griego como hebreo; está escrito en griego y fue creado en los pueblos helénicos, y en los sitios donde fue aceptado en las sucesivas generaciones formó una imagen sobre Grecia. Como no hay ninguna razón para poner en duda las afirmaciones de los historiadores griegos por, lo que refiere a la deuda de su nación con los egipcios por la instrucción en las artes y las ciencias, ha habido a través de las gentes de Grecia, una comunicación directa de las ideas de los egipcios hacia las zonas helenizadas del mundo, a las cuales nosotros pertenecemos.
Del mismo modo que Pitágoras, Platón, y otros filósofos griegos, visitaron Egipto para estudiar la religión y las ciencias de ese país, hombres muy cultos de una edad posterior estudiaron la religión y la filosofía de Grecia con el mismo objetivo, es decir, para perfeccionarse en ese conocimiento, que se sabía que había sido recibido por los griegos. Para nosotros, los egipcios sólo eran un eslabón más; pero las doctrinas que estamos investigando eran fundamentalmente las mismas en Grecia y en Egipto. Cuánto se mejoró la religión original y la filosofía de los egipcios con el filtro de la refinada influencia griega, deberá decidirse cuando los egiptólogos lleguen a tener un conocimiento más profundo sobre los temas egipcios de lo que tienen ahora. Pero hay que hacer hincapié en que, sean cuales sean los cambios que los griegos y los cristianos hayan añadido a la teología egipcia, los misterios centrales eran aceptados por todos los sacerdotes y filósofos como la única base posible de la religión. Y más que esto (como no siempre debemos contentarnos con una razón lógica para cualquier asunto entre mortales) el conservadurismo absoluto, siempre considerado en asuntos religiosos, tan sólo podría admitir que cualquier doctrina recibida, una vez establecida, debería retirarse.
No se puede olvidar, que sólo las ideas más vagas prevalecen como secretos místicos. Todos sabemos que los egipcios, los griegos, y otras naciones del este protegieron las doctrinas vitales de su teología de lo ignorante y vulgar, y que el sentido de los escritos sagrados y las ceremonias fueron explicados sólo mediante un proceso gradual de iniciación. Y luego, después de esta preparación, los iniciados estaban autorizados a tomar parte en los ritos religiosos. Es una desgracia que todos los ritos de las religiones antiguas fueran destruidos y es particularmente lamentable que ni un fragmento de los escritos sagrados, ni los rituales de los templos de la Grecia pagana sobrevivieran hasta nuestros tiempos. Ni tan solo sabemos si la versión hebraica o cristianizada del rito masónico, tal como lo conocemos ahora, tiene algo más que una ligera semejanza con su forma primitiva.
Aparte de los servicios ordinarios de los templos paganos, es bien sabido que en algunas épocas había ceremonias especialmente misteriosas de la misma naturaleza que los espectáculos dramáticos u obras de teatro, en algunos casos aparentemente intencionados para dar forma al espectáculo final de las iniciaciones. Algunos autores antiguos han mencionado estos espectáculos, pero cuando se reúne todo lo contenido en sus obras, resulta ser muy poco. Plutarco, San Clemente de Alejandría (que fue iniciado en Eleusis antes de convertirse en cristiano), Luciano, Apuleyo, Macrobio y otros escritores nos proporcionan una poca información, directa o indirectamente, sobre estas ceremonias místicas. Además, hay un tratado de Jámblico intentando comentar todo el tema de los misterios, pero este trabajo ha sido compuesto con una obscuridad tan escrupulosa y cuidada, que muy poca gente puede haberse sentido más sabia después de haberlo leído. También existe el Cábala judío, que contiene una explicación sobre los secretos sacerdotales y misterios hebreos, pero en la actualidad nadie puede entenderlo completamente. Existen las obras atribuidas a Hermes Trismegisto conservadas por los neoplatonistas, escritas con la misma jerga filosófica de Jámblico y los demás; y existen referencias sobre las doctrinas de los cristianos heréticos, llamados gnósticos, conservadas en las controvertidas obras de nuestros ancestros. Estas son algunas de las fuentes de información más directas sobre las doctrinas místicas comunes en las religiones egipcia, griega, hebrea y cristiana.
Pero además de estas referencias obscuras y fragmentadas, la ley de las Escrituras Hebreas y los extensos comentarios del Talmud, el Evangelio con los oficios y rituales de la iglesia, son cada uno un compendio en su forma más completa de esos misterios en base a los cuales fueron creados cada uno de ellos; si estas obras fueran entendidas claramente la dificultad habría desaparecido. El desgraciado hecho que debemos lamentar ahora, es que los sacerdotes que deberían ser capaces de explicarnos el significado de las escrituras que se encargan de comentar, ignoran por completo su significado verdadero. Es posible que no haya ningún sacerdote cristiano que sepa lo que es el canon de la iglesia, o por qué algunos oficios o adaptaciones literarias son canónicos o qué los convierte en ello. Negarán que el Antiguo Testamento y el Evangelio son libros alegóricos pero no tienen ninguna explicación para los absurdos que tienen lugar en esas obras si se interpretan literalmente. De hecho, el sacerdote moderno, al cual nos dirigirnos para que nos enseñe los misterios de  la iglesia, es la última persona de la cual podríamos obtener alguna información. Por lo tanto, dejemos a este hombre que parece no saber que su oficio fue creado de modo que recibiese la tradición canónica por boca de un profesor previamente ordenado, y que con su conocimiento debería, impartir el espíritu de la carta de la ley.
Deberíamos asumir que en la construcción de la Gran Pirámide, los principios originales de todas las teologías posteriores ya habían sido establecidos y fijados. Y a pesar de que las creencias modernas indiquen lo contrario, parece que en esa temprana época los egipcios poseían algunos conocimientos sobre astronomía y cosmografía, que conocían las medidas de la tierra y la distancia de los planetas, y habían observado los ciclos recurrentes del sol y la luna en sus respectivas órbitas, y muchos otros fenómenos astronómicos simples, que habían obtenido un esquema que personificaba con dioses hipotéticos una imagen simbólica del universo creado y de los poderes invisibles que lo regulan. En este esquema, la deidad era concebida exactamente según las formas exactas manifestadas en los fenómenos de la naturaleza. Todo el universo físico y material era simbolizado con siete planetas giratorios y la esfera de estrellas fijas, mientras que el agente o móvil que inspiraba todos los cuerpos con vida, era personificado con la figura de un hombre. Así los filósofos construyeron un sistema, que atribuía a un dios un cuerpo compuesto de todas las materias del mundo, y con un alma que se difundía a través de todas sus partes. Sin embargo, el credo de los filósofos, nunca fue declarado abiertamente en la religión popular, pero estaba oculto en las parábolas que componían la antigua teología. Los sacerdotes antiguos nunca dudaron en creer esta historia v filosofía "sólo suficiente para los pocos escogidos", mientras que la plebe era instigada cuidadosamente a practicar la moralidad siendo instruidos en ese tipo de ficción que, en Inglaterra, emanaba de Exeter Hall. Estrabón expresa admirablemente la actitud de un hombre educado en la religión de su época. Él dice, "No es posible, en efecto, conducir a una turbamulta formada por mujeres y por toda una masa de gente vulgar mediante la lógica filosófica, ni tampoco atraerla al respeto, la religiosidad y la fe sino que es preciso hacerlo por medio del temor a los dioses; y esto no es posible sin la creación de mitos y sin relatos extraordinarios. En efecto, el rayo, la égida, el tridente, antorchas, serpientes v lanzas en forma de tirso, atributos de los dioses, son material mítico, al igual que la teología arcaica, y esto fue lo que aceptaron los fundadores de los Estados como espantajos para las gentes de espíritu simple" (Estrabón. Geografía. L. I, c. II, 8). Una vez más la diferencia entre Moisés y Lino, Museo, Orfeo, y Ferícides, está bien definida por Orígenes, quien dice, que los poetas griegos "manifiestan poca preocupación por los lectores que los examinan con detenimiento sin ayuda, pues sólo han compuesto su filosofía (como se dice) para los que no pueden entender su significado alegórico v metafórico". Mientras que Moisés, como orador eminente, reflexiona sobre algunas figuras retóricas y que introduce cuidadosamente en cada parte un lenguaje con doble significado, ha hecho esto en sus cinco libros; ni tan solo proporcionando, en la parte que trata la moral, ningún pretexto a sus cuestiones judías para considerarlo diabólico; ni proporcionando a los pocos individuos dotados de gran SABIDURÍA, y que eran capaces de investigar su significado, un tratado desprovisto de material para la especulación". (Orígenes, Contra Celso, L. I, c. XVIII). En otras palabras, los hebreos esparcieron sus ficciones disfrazadas de preceptos morales, mientras que los griegos paganos no eran tan minuciosos.
Es sabido por muchos que algunos números tenían un lugar importante en los sistemas filosóficos y teológicos de los antiguos. Los pitagóricos concebían sus doctrinas en un sistema numérico y geométrico que era la única forma de su filosofía que ha llegado al resto del mundo. Los sacerdotes judíos también elaboraban un extenso sistema de numeración en el Cábala, y los rabinos los usaban frecuentemente en los comentarios talmúdicos de las Escrituras. Los fundadores de la iglesia han preservado bastantes exposiciones sobre el sistema en sus libros contradiciendo las opiniones heréticas de varios sectores de los gnósticos cristianos. Pero el significado de todas estas teorías numéricas han dejado de entenderse, junto con la mayor parte de las doctrinas de los antiguos misterios de los cuales la filosofía numérica formaba parte.
El uso más antiguo de los números como símbolos de una doctrina esotérica remonta a Egipto, de donde lo sacaron los griegos y fue transmitido a nuestro mundo. Aunque desgraciadamente no tengamos ninguna prueba de cómo los misteriosos egipcios usaban sus números, parecería que su sistema numérico formaba parte del dogma en esas leyes a las que se refería Platón como las que tenían diez mil años de antigüedad, y se perpetuó como una de las bases de la religión y el arte en todos los pueblos venideros. Las palabras de Platón son: "De antiguo, según parece, fue conocido de ellos este principio que nosotros enunciamos ahora de que conviene que los jóvenes de las ciudades se ejerciten habitualmente en buenos ademanes y buenas melodías. Y prescribiendo cuáles y de qué modo habían de ser éstos, los expusieron en templos, y ni a los pintores, ni a otros algunos de los que producen figuras y cosas semejantes, les era lícito innovar en contra de ellos ni discurrir otros modelos que los patrios; ni ahora les es permitido, ni en estas cosas ni en todo cuanto comprende la música, ni en nada. Y observando hallarás allí que las pinturas o grabados de hace diez mil años (y digo diez mil años no por decir, sino como cifra real) no son ni más hermosas ni más feas que las ejecutadas actualmente, Sino que están trabajadas con el mismo" (Las Leyes, 656. Traducción José Manuel Pabon y Manuel Fernández Galiano, Tomo I.) Aun se desconoce lo que era este canon de arte, pero es posible descubrir indicios sobre él en la religión y en el arte de los griegos y cristianos.
La teología, en sus diversas formas, siempre ha sido un epitoma del arte, y ha constituido la ley que lo guiaba. Desde los tiempos de los antiguos egipcios esta ley ha sido un arcano sagrado sólo transmitido por símbolos y parábolas cuya construcción, en la antigüedad, constituía la más importante forma de arte literario; por eso requería para su exposición una casta sacerdotal instruida en su uso y gremios de artistas iniciados, que había por todo el mundo hasta tiempos relativamente recientes. En la actualidad, todo esto ha cambiado. La teología ha perdido sus secretos; sus símbolos se han convertido en ornamentos sin sentido, y sus parábolas ya no se entienden. El artista al servicio de la iglesia ya no representa sus misterios mediante formas metafóricas, y los sacerdotes tienen muy poca destreza en el antiguo arte de construir mitos, como tienen en interpretar las escrituras.
Poca gente aprecia adecuadamente este principio perdido, el arte que es trabajar con simbología. Para nosotros, que no tenemos ya nada que encubrir, una práctica como esta ha pasado de moda con cierta naturalidad, y el símbolo como un medio para encubrir más de lo que se pretende explicar, ha pasado a ser obsoleto. Nosotros aun escribimos o pintamos simbólicamente, pero sólo por convertir lo obscuro, en más claro. Contrariamente, en manos de sacerdotes antiguos o artistas, el símbolo era un velo para encubrir, bonito o grotesco, según el caso. Un mito o parábola, en sus manos, transmitía sutilmente una verdad escondida mediante una ficción más o menos obvia; pero ha sucedido que la mentira cruda y pueril de su superficie es tomada ignorantemente por la verdad, sin ser reconocida como una simple pista que conduce a su significado profundo. Toda la teología ha sido compuesta de este modo, y sus palabras con doble sentido deben ser leídas con una doble mente. En consecuencia, cuando leemos en las Escrituras de la Iglesia, o en la Historia Sagrada, una ficción que muestra más que una ordinaria exuberancia de fantasía, podemos estar seguros, que está llamando nuestra atención. Cuando los hechos milagrosos se atribuyen los dioses, o cuando son representados por formas maravillosas, el autor nos está dando a entender que nos transmite algo insólito. Cuando nos describen bestias singulares y sobrenaturales, como Behemoth y Leviathan, el unicornio, o el fénix, pretenden que busquemos profundamente en su significado: por eso existen algunos ardides con los que los antiguos ocultaban alguna vez y explicaban sus misterios escondidos.
Cuando todo era místico y metafórico, era natural que los números fueran llevados al servicio del arte. La geometría también proporcionaba un código de símbolos, que algún día serán comprendidos. Estos símbolos geométricos permitían a los matemáticos incorporar los misterios en sus obras, y también proporcionó a los constructores un medio para aplicar el sistema numérico a la construcción de templos, que según Platón, mostraban el modelo de las leyes egipcias. Hay bastantes indicios de que esta geometría simbólica sobrevivió en el arcano de la francmasonería. La mayoría de los secretos prácticos de los antiguos arquitectos medievales que construyeron las catedrales según los misterios de la iglesia, se deterioraron con las antiguas cofradías que precedieron el asentamiento de la logia masónica actual. Sin embargo es posible descubrir en los primeros libros técnicos y de arquitectura, algunos indicios sobre la práctica de la construcción antigua. Todos los escritores sobre arquitectura de la antigüedad, al igual que los francmasones, insisten en que la geometría es la base de su arte, pero las indicaciones que dan sobre su aplicación son tan obscuras que nadie en la actualidad ha podido explicar cómo se usaba.
La filosofía debe haber dependido igualmente de algún sistema geométrico, por eso escribió Platón sobre la puerta de su academia "NO DEJÉIS QUE ENTRE NINGÚN IGNORANTE EN GEOMETRÍA”, y en La República (L. VII, p. 527) dice "En gran manera también hay que ordenar a los de tu bella ciudad que no se aparten en absoluto de geometría —una ciencia con la que, que según él— ocurre todo lo contrario de lo que dicen de ella cuantos la practican". De esto se puede concluir que Platón pretendía informarnos de que, nadie podría entender su filosofía sin conocer sus bases geométricas, ya que la geometría contenía los secretos fundamentales de todas las ciencias antiguas.
Los francmasones y los arquitectos sabían que la mística figura llamada Vesica Piscis, tan popular en la Edad Media, y generalmente colocada como la primera de las proposiciones de Euclides, era un símbolo aplicado por los masones al planificar sus templos. Albert Dürer, Serlio, y otros escritores sobre arquitectura pintan la Vesica en sus obras, pero presumiblemente debido a un misterio incalificable que se le atribuye, estos autores no dan ninguna referencia sobre ella. Thomas Kerrich, un francmasón y director de los libreros de la Universidad de Cambridge, leyó un trabajo sobre esta figura mística ante la Sociedad de Anticuarios el 20 de enero de 1820. Ilustró sus comentarios con muchos diagramas que mostraban su uso por parte de los antiguos masones, y terminó diciendo "Bajo ningún pretexto me permitiré conjeturar sobre las referencias que puedan tener estas figuras para los misterios sagrados de la religión". El Dr. Oliver, (Discrep. pag. 109) hablando de Vesica dice "Esta figura misteriosa Vesica Piscis poseía una influencia infinita en los detalles de la arquitectura sagrada y constituía el perdurable y gran secreto de nuestros antepasados. Este uso determinaba los planos de los edificios antiguos; y las proporciones de longitud y altura dependían únicamente de esto" Clarkson (Ensayo introductor de Temple Church de Billims) consideraba que las cartas elementales del lenguaje primitivo provenían del mismo símbolo místico. Clarkson dice que ya lo conocían Platón y "sus maestros de las universidades egipcias", y que fue para los antiguos constructores "un arquetipo de belleza". La Vesica también es contemplada como un objeto funesto bajo el nombre del "Ojo del Diablo", y el hechizo empleado generalmente para prevenir de los efectos de su encanto era el Fallus (J. Millinger Arqueología, XIX). En heráldica la Vesica se usaba como un escudo femenino. Era intercambiable con el Fusill, o Mascle (Guillim, "Display of Herarldry” 4ª ed. 1660, N c.XIX, p. 354) y también fue representado como un losange o rombo. En el este, la Vesica se usaba como símbolo de la matriz, y junto a la cruz de los egipcios formaba el asa de la Crux ansata (cruz ansada).
 Geométricamente, la Vesica está formada por dos círculos que se cruzan, de modo que parece tener un doble significado. Edward Clarkson dice que "en la actualidad, astronómicamente significa una conjunción estelar; y con una transposición inteligente a ideas clásicas una boda divina", o el doble sentido de la esencia de la vida que los antiguos creían que era macho y hembra. A cualquier cristiano la Vesica le será familiar por su uso constante en el arte antiguo, porque no sólo era un atributo de la Virgen, y del aspecto femenino del Salvador simbolizando el seno, sino que también rodea la figura de Cristo, como su trono cuando está sentado en la Gloria. Como un jeroglífico la combinación de Cristo con la Vesica es análogo a la Cruz ansata de los egipcios.
Además de la Vesica Piscis, los filósofos antiguos y los francmasones estaban habituados a usar como símbolos todas las figuras geométricas planas. El emblema de los pitagóricos, el Pentalfa, o estrella de Cinco puntas, y el Hexalfa, o Sello de Salomón, han sido usados en la iglesia desde tiempos inmemoriales como símbolos de Cristo y de la Trinidad, y tienen variedad de asociaciones emblemáticas. El Hexágono era el símbolo común del Cubo Masónico o Piedra Cúbica, mientras que el Triángulo y el Cuadrado tenían cada uno su uso como símbolo geométrico. La Cruz también ha sido desde tiempos remotos un potente emblema místico entre los pueblos antiguos. Generalmente, las cruces eran de tres tipos, la Cruz Tao, la Cruz Girada o Cruz de Jerusalén, y el Quincunce o Cruz Diagonal, y cada una de ellas tenía su significado peculiar.
Es sabido de todos que las letras de los griegos y hebreos tenían todas un valor numérico, de modo que cada palabra en esos idiomas se podía resolver en un número, sumando el valor de cada letra que la componía. 

De este modo la palabra IESOVS=888, CRISTOS=1.480, LOGOS=373, la palabra hebrea Messiah=358, IHVH(]ehovah)=26, ZEUS=612, MITHRAS=360, y ABRAXAS=365. Evidentemente nadie supone hoy que el valor numérico del nombre CHRISTOS tiene algún significado en particular, o que el número 1.480 sea algo más que un número cualquiera, resultado de sumar las letras que forman la palabra griega que significa "ungido"; Sin embargo, creemos que la palabra CHRISTOS fue cuidadosamente escogida por los griegos, los cuales construyeron la teología Cristiana para ejemplificar el gnosticismo antiguo que forma la base del cristianismo común con cualquier otro sistema religioso. Este número 1.480 como se mostrará más adelante, índica con precisión una medida importante del Cosmos, y fue aparentemente escogido para ser la base del panteísmo científico sobre el cual la teología cristiana se ha construido, y fue una parte de Gnosis derivado antiguamente de esas leyes de los astrónomos-sacerdotes del antiguo Egipto, que inventaron el canon por primera vez, y que se convirtió en un principio fundamental de las leyes griegas, judías y cristianas.
Pero no hay ninguna prueba aparente de que los judíos y los cristianos poseyeran un conocimiento suficientemente exacto sobre el esquema cósmico, para introducir alguna de sus dimensiones como nombre de una deidad. Y parece cierto. Pero ya no se entiende el significado de estas obras que formaron el canon de las Escrituras, y aunque el conocimiento del que hablamos ha sido conservado cuidadosamente en estas Escrituras, es ahora tan inteligible, que nadie en la actualidad parece ser consciente de su existencia.

domingo, 9 de septiembre de 2012

DE LAS FUERZAS MÁGICAS DE LA NATURALEZA



 La presente es una publicación encontrada en la red, en la cual se reseña una breve biografía de Karl von Eckartshausen, así como un resumen de su obra "De las fuerzas mágicas de la Naturaleza. 

Este resumen es producto de la pluma de Julio Peradejordi, autor esotérico, quien ha publicado entre otros libros:
Cuentos para buscar a Dios
Refranes esotéricos del Quijote
La Cábala de los proverbios
La babuchas de Abu Kassim
La Cábala
Símbolos fundamentales del Camino de Santiago, entre otros.
Y desde hace algún tiempo dirige Ediciones Obelisco.
Bien que les aproveche....


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Hacer magia no es otra cosa
Que fecundar el mundo
Pico della Mirandola



Presentación general.
Karl von Eckartshausen, autor de La Nube sobre el Santuario (1) y de De las Fuerzas mágicas de la Naturaleza, nació en el castillo de Haimhausen (Baviera) el 28 de junio de 1752, y murió en Munich el 13 de mayo de 1803 (2). Hijo ilegítimo del conde Karl von Haimhausen y de María Anna Eckart, la hija de su intendente, llevaría el nombre de su padre y un apellido inventado que reúne los apellidos paterno y materno: Eckartshausen.
Tras una infancia bastante desgraciada y a causa de su nacimiento poco convencional, el joven Karl Eckartshausen no sería ennoblecido hasta acabar sus estudios universitarios pudiendo llamarse en lo sucesivo Karl von Eckartshausen. Nuestro autor, que recibió una educación muy esmerada y siguió con provecho sus estudios, llegaría a ser uno de los escritores más fecundos de todo Alemania y una de las figuras más importantes, sino la más, de la teosofía cristiana.
Dotado de una sensibilidad fuera de lo común, su vida se vio influenciada desde su más tierna infancia por lo mágico, por lo sobrenatural. Sabemos que, a partir de los siete años tuvo sueños y experiencias muy importantes para su vida interior, cuya interpretación le sería proporcionada por sueños posteriores. Como escribiría él mismo a otro gran teósofo, Kirshberger, «la luz que brilla en las tinieblas me proporciona el conocimiento de las cosas ocultas». La luz será precisamente una de sus obsesiones, a la que dedicará opúsculos enteros (3). En La Nube sobre el Santuario (4) nos explica que «así como la luz exterior nos ilumina por el camino de nuestra peregrinación, la luz interior nos ilumina por el camino de la salvación». Podemos, pues, hablar de una «Teosofía de la Luz», incluso de una «Filosofía de la Luz», basadas en su experiencia y en su contacto con la realidad trascendente. En el texto que presentamos, Eckartshausen afirma categóricamente que «mediante la luz hallará el mago sabiduría y fuerza» y que «la luz que conocemos en este mundo caído es sólo un reflejo, un préstamo de los sentidos y puede conducir al conocimiento o a la ciencia, pero nunca a la sabiduría».
Para Eckartshausen, «la luz física percibida por el hombre no es la verdadera luz, sino únicamente un símbolo de nuestra patria celeste».
En 1770, Eckartshausen se matriculó en la Universidad de Ingolstadt, dirigida por jesuitas, donde permanecería unos tres años. En 1774, tras unos estudios particularmente brillantes, obtuvo el Absolutorium.
En 1776, seguramente gracias a las influencias de la familia paterna (su padre era consejero privado del Príncipe Elector), obtiene el puesto honorífico, pero escasamente remunerado de Consejero Aulico, estrechamente relacionado con las actividades de tipo jurídico a las que se dedicaría a partir de 1779.
En este mismo año se casó con Genoveva Quiquérez, de oscuro origen, que fallecería al cabo de dos años. En 1781 se casa de nuevo, con Gabriela von Wolter, hija de Johann Anton von Wolter, médico personal del Príncipe Elector, Karl Theodor, y director de la facultad de Medicina de la Universidad de Ingolstadt. Al poco tiempo nace el fruto de este matrimonio, Sophia Teresia Gabriela.
En 1777, Eckartshausen fue admitido en la Academia de las Ciencias de Munich, de la que fue miembro asiduo hasta el año 1800, y donde pronunciará un gran número de conferencias. El director de la sección histórica de dicha academia, Ferdinand von Sterzinger, se interesaba, como nuestro autor, por la magia y los fenómenos ocultos. En esta misma academia realizaría toda una serie de experimentos físicos y alquímicos que influyeron de un modo decisivo en sus obras.
Entre 1780 y 1783, nuestro autor se dedicó especialmente a su trabajo como jurista, en el que intentó plasmar sus ideales humanitarios, especializándose en criminología. Como escribe su biógrafo, Antoine Faivre (5): «Estas actividades lo influencian profundamente; en vez de endurecer su corazón, desarrollan su piedad, hacen de él un defensor de los débiles y de los oprimidos». Su producción literaria de aquella época estuvo estrechamente vinculada con su trabajo. Uno de los muchos opúsculos que por aquel entonces puso en letras de molde llevaba por título De los orígenes de los delitos y de la posibilidad de evitarlos.
En 1780, Eckartshausen ingresó en el Colegio de la Censura y, a partir de entonces, trabajando como censor, se encargaría especialmente de la revisión de obras sobre Derecho y Literatura.
Unos tres años después, la Corte le ofreció el puesto de Archivista Secreto, empleo bien remunerado que, si bien le solucionaría sus problemas económicos, le atraería no pocas envidias. En 1786 publicó una obra titulada De la organización práctica y sistemática de los Archivos Principescos en general. Su trabajo como censor y como archivista, al que dedicaría la mayor parte de su tiempo, le permitió, sin embargo, leer muchísimo y enriquecerse culturalmente.
A partir de 1788, año en que publicó unas Aclaraciones sobre la magia que tendremos ocasión de citar varias veces en este trabajo, la producción literaria de nuestro autor se centró sobre todo en temas esotéricos. Sin embargo, el teatro ocuparía un lugar preeminente dentro de su obra; escribió, publicó y estrenó con cierto éxito varias obras de este género.
Al mismo tiempo que persigue una búsqueda de tipo filosófico o especulativo, Eckartshausen se entrega también a experimentos de tipo práctico en campos como la física o la alquimia. En 1798, por ejemplo, publicó un tratado sobre Los descubrimientos más recientes sobre el calor y el fuego, que le supuso dos años de experiencias prácticas.
En 1799 publicó un artículo que no se atrevió a firmar, en el que pretendía reducir todas las ciencias a un principio universal «que permite descubrir en todas las artes y todas las ciencias lo que hasta entonces sólo había sido considerado como el efecto del azar». En este escrito, Eckartshausen demuestra que el principio de la materia es indivisible e incorruptible. Para él, todos los fenómenos de la naturaleza se producen por síntesis y análisis de la luz. La sombra también es materia real, susceptible de ser concentrada hasta volverse palpable. En el tratado que hoy presentamos, asegura que «la oscuridad y la luz son verdaderas sustancias». Unos años antes, había construido una máquina que permitía relacionar los olores con los colores, gracias a la cual descubrió que existía una analogía entre los colores, las ideas, los olores y las pasiones. Tanto esta máquina como sus investigaciones en este campo le atraerían también problemas y enemistades, ya que se pretendió que «quería introducir en la Academia cuestiones de Teosofía y de Cábala».
Poco después, publicó otro polémico artículo titulado Nuevos descubrimientos sobre la incorruptibilidad de las cosas, la conservación y la perpetuación de los seres, en el que afirma ser capaz de aislar la materia luminosa de los cuerpos.
Con todo, la obra más famosa de Karl von Eckartshausen no aparecerá hasta un año antes de la muerte de nuestro autor: La Nube sobre el Santuario o algo que no sospecha la orgullosa filosofía de nuestro siglo, que alcanzaría un gran éxito y pronto sería reeditada y traducida a varios idiomas.
Hasta aquí hemos visto a grandes rasgos cómo era el personaje exterior, público. Sin embargo, al menos a nuestros ojos, el realmente importante es el Eckartshausen secreto, el miembro de la Comunidad luminosa de Dios, la «Escuela Interior» «dispersa por todo el mundo pero gobernada por una verdad y unida por un espíritu» (6). De ésta, obviamente, no se puede hablar sino desde dentro; pero lo que queramos averiguar del Eckartshausen secreto y de la Escuela Interior lo hallaremos en sus obras.
Reconocemos que es difícil, con los pocos datos que hemos dado, hacerse una idea de la extraordinaria importancia de nuestro autor, Quizá podamos suplir esta falta repasando algunas de las ideas principales que nos ha dejado en sus escritos.
Eckartshausen es un espíritu inquieto, a quien todo le interesa: ha escrito poesía, teatro, novela y ensayo. Con toda certeza él mismo tradujo, al menos parcialmente, muchos de los textos en los que basa sus especulaciones.
En sus numerosos ensayos, nuestro autor desarrolla un complejo sistema cosmogónico, escribe páginas admirables sobre Dios y el Hombre, se interesa por el mundo de los espíritus y no se avergüenza de confesar que está en contacto con ellos y que les debe no pocas inspiraciones. Por otra parte, también nos avisa de los peligros que comporta este tipo de comercio. Con todo, lo que realmente le interesa a Eckartshausen, su gran preocupación, es la religión. En La Nube sobre el Santuario (7) escribe que «la religión está destinada a reunir en él (el templo) al hombre con Dios» y en el texto que presentamos «la religión consiste en este único y gran misterio de la redención, que se nos revela de una manera meramente simbólica en todas las ceremonias y representaciones religiosas».
La abrumadora erudición de nuestro autor abarca todas las disciplinas, profanas o esotéricas y su pluma toca brillantemente casi todos los temas. En De las Fuerzas mágicas de la Naturaleza cita profusamente las Sagradas Escrituras (8) y se apoya en ellas. Comienza presentándonos un tema apasionante para muchos como es la magia para acabar hablando del que realmente le interesa: la religión, como si la verdadera finalidad de este libro fuera revelarnos los arcanos de esta última. Nuestro autor cita a Bacon de Berulamio que afirmaba que «sólo un filósofo superficial se permite despreciar la religión». Eckartshausen escribió este breve tratado para mostrar a quienes buscan la verdad que existe una completa armonía entre lo espiritual y lo físico. La traducción que ofrecemos, realizada a partir del texto original alemán es la única que conocemos. Ojalá anime a que se traduzcan a nuestro idioma otros textos del gran teósofo alemán.
Karl von Eckartshausen y la magia
El lenguaje del texto que presentamos es un lenguaje técnico, difícilmente comprensible para el profano, pero que impactará por su sencillez e inspiración al buscador sincero. Nuestro autor tiene un punto de vista muy particular de la magia, una visión que no parece pertenecer a ninguna escuela en concreto. Para él, la magia es, ante todo, una fuerza. Una fuerza que tiene su efecto en e interior de los seres y que funciona por atracción, por afinidad, por simpatía, permitiendo manifestar lo interior en el mundo exterior. Pero, al mismo tiempo, la magia es «una obra interior en la que se pone en juego lo natural y lo sobrenatural» y «a cada operación mágica le corresponde un previo despertar del espíritu» (9) La acción de la magia es posible gracias al más fino y sutil de los aires, el éter. Este es, declara nuestro autor, el mayor misterio de la magia natural: «El éter es como un espejo donde se refleja todo». Contemplándolo el mago tiene acceso a la omnisciencia. Este «Ser de todos los seres», como le llama Eckartshausen, es «una fuerza circular que actúa en siete facetas cada una de las cuales remite a la otra...». Podríase decir que el éter es la fuerza que mueve las fuerzas, el espíritu astral que está por encima y en situación de analogía con las siete fuerzas astrales, las fuerzas invisibles de la Naturaleza.
Estas fuerzas astrales dependen de una capacidad humana que es la imaginación creativa, capacidad de orden trascendente que no hay que confundir con la fantasía o la alucinación. Esta capacidad no se puede desarrollar mediante la ingestión de drogas o narcóticos; antes al contrario, éstos pueden influir nocivamente sobre ella.
La imaginación creativa es una Einbildungskraft, o sea «una facultad capaz de crear una imagen a partir de otras, de asimilar, de unir.»
El mago trabaja sobre esta imaginación creativa a través del deseo. Este es, en cierto modo, la simiente del objeto deseado. Si esta simiente es plantada en la tierra conveniente y es oportunamente regada, el mago obtendrá el fruto deseado. Pero, por regla general, el hombre común sólo desea de un modo inconsciente, sin tener una idea clara y precisa de aquello hacia lo que aspira, y más que deseo, su anhelo debería llamarse «capricho». La voluntad es algo que el hombre ha perdido, al menos parcialmente, con la caída, pero que puede ir recuperando.
«El espíritu astral está sujeto a la voluntad del ser humano y puede hacerse activo y tangible mediante la voluntad humana».
Más de un autor ocultista de nuestro siglo ha comparado la magia con los aparatos de radio, con frecuencias, sintonías, etc. Eckartshausen nos explica que «existe una franja o ámbito en el cual el ser humano puede entrar en contacto con el Espíritu universal; en este ámbito, el espíritu humano y el Espíritu universal forman un «Continuum». Cuando conoce esta «franja» y permanece en contacto con el Espíritu universal, el deseo del mago se realiza.»
Por otra parte, «el arte de la magia no debe confundirse con ciertas prácticas supersticiosas (...) La magia tiene un origen mucho más elevado y se fundamenta en el conocimiento de Dios y de la Naturaleza.»
Macrocosmos y Microcosmos
Para Eckartshausen, todo lo visible está íntimamente ligado con lo invisible por leyes eternas, pues ambos constituyen una cadena única, por lo cual, en la pura inteligencia suprema no hay ni «arriba» ni «abajo», ni «dentro» ni «fuera». Nuestro autor coincide con otros teósofos cristianos como Boehme para quien «los seres vivos imitan en su estructura al mundo astral en su totalidad: lo que está arriba es como lo que esta abajo».
Todas las cosas están ligadas entre sí por lazos invisibles y no evidentes. Incluso la cosa más pequeña tiene su importancia, ya que está en relación con el todo. El cambio más pequeño puede producir los mayores trastornos: en esto radican la efectividad y el peligro de la magia.
«El mundo visible, con todas sus criaturas, no es más que la figura del mundo invisible; lo exterior es la signatura de lo interior... Lo interior trabaja constantemente para manifestarse en el exterior.» Los espíritus de la Naturaleza obedecen a la voluntad del mago porque «Macrocosmos y Microcosmos están unidos.» «Todo lo que está en el interior, así como la manera en que actúa, se manifiesta en el exterior».
La humildad y los símbolos
El estudio de los símbolos es indispensable en Magia, dada la armonía existente entre los seres y las cosas de los tres mundos. Según nuestro autor, el estudio de los símbolos permite comprender con el corazón lo que podría estar vedado a la orgullosa inteligencia. «El cuerpo humano, opina Eckartshausen, nos proporciona ejemplos preciosos de una analogía no sólo poética, sino real y fundada sobre los hechos: el hombre que sube por una cuesta, inclina la cabeza hacia abajo, Aquel que desciende, por el contrario, la levanta. Esto significa que la humildad es necesaria para aquel que quiere subir y que el orgulloso realiza lo contrario de un progreso.» (10)
El hombre puede alcanzar el conocimiento de las verdades superiores gracias a los símbolos de este mundo, pues el cuerpo visible es el símbolo o la sombra de uno invisible. El hombre es un Microcosmos que está en relación exacta con el espíritu del Macrocosmos.
«Toda forma es la letra viva de un alfabeto; en la naturaleza podemos leer como en un libro abierto el amor, la verdad y la sabiduría de Dios.» La lectura de los símbolos nos elevará hasta las formas primordiales de esta escritura.
Pero el acceso a la comprensión de los símbolos, vedado a la orgullosa inteligencia, es sobre todo «un camino del corazón».
Adán: El hombre
Una parte importantísima del pensamiento de Eckartshausen parece centrarse en un tema que se repite en prácticamente todos sus ensayos: el hombre. En efecto, Adán era el punto central, el rey de la Creación. El hombre actual, caído y exiliado, si bien ha perdido las prerrogativas adámicas, conserva sin embargo una cierta nostalgia del estado luminoso de nuestro primer padre. Eckartshausen sabe ver más allá de las apariencias e intuye el singular destino del hombre, su ignorada grandeza.
«El primer hombre era un gran mago que cayó y perdió su sabiduría», escribe. Por ello la magia, entendida como la entiende nuestro autor, es ante todo el medio de volver a unir religiosamente al hombre con su Creador.
Creado a imagen y semejanza de Dios, el hombre está destinado a una felicidad semejante a la de su Creador. En el paraíso, el hombre tenía un Cuerpo de Luz, un cuerpo «constituido por energía concentrada de la luz y de los elementos, antes de que estos elementos fueran destrozados por la maldición.» Según nuestro autor, este cuerpo estaba compuesto por tres partes de luz y una de materia. Además, el hombre era libre: su libertad consistía en permanecer atado a la unidad divina o alejarse de ella. Al alejarse de ella a causa del deseo, el ser humano primordial, el hombre de luz, cae en el mundo imperfecto de la materia. Este estado es comparado por Eckartshausen a un envenenamiento:
«La enfermedad de los hombres es un verdadero envenenamiento; el hombre ha comido del fruto del árbol en el que dominaba el principio corruptible y material y se envenenó al disfrutarlo». (11)
Su cuerpo, constituido, como hemos visto, por energía lumínica concentrada, no tenía que haberse alimentado más que de alimentos incorruptibles, de alimentos luminosos, pero probó el alimento perecedero, con lo que se volvió perecedero y mortal.
El hombre está en la tierra para alcanzar el más alto grado de felicidad, pero no en el tiempo, sino en la eternidad. Sin embargo, en este mundo, puede encontrar «el punto a partir del cual se extravió».
Las imágenes que utiliza para explicarnos est único misterio de la caída y de la restauración son a veces conmovedoras: «El hombre es semejante a un fuego concentrado y encerrado en una envoltura grosera; está separado del fuego primordial al cual aspira a unirse». «Hemos de quemar la envoltura que nos recubre de modo que este fuego no se reduzca a una simple chispa. Entonces consumirá todo lo que es impuro, modificará el cuerpo, lo hará receptivo a Dios...» «Esta alquimia es facilitada por el hecho de que existe, en lo más secreto de la naturaleza física, una substancia pura que puede ayudarnos a liberar el alma divina encerrada en nosotros: esta substancia es la esencia paradisíaca que la caída del hombre encerró en la materia grosera y que desde entonces languidece bajo sus cadenas».
Para Eckartshausen, el hombre «es el objeto más importante del mundo. Los dos órdenes de conocimiento en los que participa hacen de él como un árbol cuya raíz es el espíritu: el tronco y las ramas las facultades; el follaje, las palabras; las flores, la voluntad; el fruto, la virtud. ¡Ay del árbol que no lleva frutos!»
La caída y la redención
El tema de la caída es uno de los que Eckartshausen trata más prolíficamente, sobre todo en las obras relacionadas con la magia y el esoterismo. Veamos, a grandes rasgos, cuáles eran sus ideas al respecto.
Antes de la caída, el hombre era sabio, pues estaba unido a la sabiduría: después de este funesto acontecimiento fue separado de ella.
Creado para la contemplación y el goce espirituales, Adán, disponiendo de la libertad (12) que Dios le había dado, quiso gozar de los bienes materiales que le estaban sometidos, pero para ello necesitaba un cuerpo más grosero.
Ello nos indica que todo, incluso la caída, tiene un sentido providencial. Como señala Louis Cattiaux en su Mensaje Reencontrado (XXV-44): «La caída del hombre tiene una finalidad divinamente elevada, que es la adquisición de un cuerpo bajo y su glorificación en Dios.»
En el jardín de Edén, Adán era feliz. Su felicidad consistía en contemplar las energías de la Unidad y en gozar, participando de ellas, de la energía divina original. Esta idea de «gozar» que está totalmente de acuerdo con la etimología hebrea de Edén, que significa ‘voluptuosidad’, merece quizá un breve comentario. En latín, ‘gozar’ es fruor (de ahí viene la palabra castellana ‘fruición’). De fruor procede fructus, ‘goce, placer, deleite, usufructo’, y también ‘fruto’.
En la simbología cristiana, el fruto representa la palabra. En un antiguo texto cristiano, la Epístola a Diogneto (13) podemos leer: «Aquellos que aman verdaderamente a Dios se vuelven un paraíso de delicias. Un árbol cargado de frutos, de vigorosa savia, crece en ellos y son ornados con los frutos más ricos». Y en otro texto, esta vez un delicioso fragmento de un discreto autor del Siglo de Oro español, la Visión delectable de Alfonso de la Torre, refiriéndose a los profetas, podemos leer: «aquestos en su vida han la visión de Dios en su fruición, en la cual es la alegría y el gozo tan grande, que excepto aquélla, todas las cosas del mundo les parecen un poco de lodo».
Recordemos que, precisamente hablando de profetas, el Evangelio según Mateo (VII-16) nos dice «por sus frutos los conoceréis».
Sacerdote de la divinidad, mago verdadero, Adán había recibido el conocimiento del orden de las cosas y su misión era colocarlas en el lugar que les correspondía. De este modo, el primer hombre hacía de puente entre la materia y el espíritu; era el coadjutor de Dios. Era «una criatura intermediaria que religaba el mundo espiritual con el mundo sensible.»
La caída es, para Eckartshausen, «un envenenamiento». El primer efecto de este envenenamiento fue que «el principio incorruptible (el que podríamos llamar cuerpo de vida, al igual que la materia del pecado es cuerpo de muerte) cuya expansión constituía la perfección de Adán, se concentró en el interior y abandonó el exterior al dominio de los elementos».
De este modo, el hombre caído perdió la capacidad mágica quedando el mundo exterior fuera de su dominio. Las consecuencias naturales de esta pérdida de luz, continúa Eckartshausen, «fueron la ignorancia, las pasiones, el dolor, la miseria y la muerte.» Revestido de un cuerpo inmortal, Adán no tenía porque haber conocido la muerte. Pero nuestro primer padre pecó, siendo el pecado ante todo «un pecado de egoísmo». «El egoísmo es obra de Lucifer y la causa de la caída de Adán».
A pesar de la caída adámica, el jardín de Edén no ha desaparecido, pero «está lleno de cardos y espinas». A pesar de que nuestros sentidos se alejan de ella, existe una fuerza luminosa que imanta nuestro centro hacia la Unidad. Todo el secreto consiste en saber despertarla de un modo suave.
El Sensorium
Las fuerzas mágicas operan en un órgano concreto. «Quien conoce ese órgano y sabe la manera de apropiárselo o entrar en contacto con él, posee el poder mágico sobre la naturaleza entera». «Dios expresa un sol espiritual que religa lo finito a lo infinito. Este sol es el órgano de la omnipotencia; los persas lo llamaban Ormuz, los judíos Jehová, los griegos Logos». «Este órgano es la naturaleza inmortal y pura, la substancia indestructible que lo vivifica todo y lo lleva a la más alta perfección y felicidad; el primer hombre fue creado a partir de esta substancia que es el elemento puro». Este párrafo impresionante, que alude al misterio eucarístico (la Sagrada Forma es redonda, como el disco solar), es sin duda revelador de una libertad espiritual que sitúa a nuestro autor por encima de las formas, por encima de los dogmatismos.
Eckartshausen nos habla también de «un aceite de unción que renueva al hombre». Este aceite, que reside en lo más profundo de la materia física, es llamado «Electrum, el elemento divino, el órgano o vehiculum del espíritu de Dios, el vestido de oro de la hija del rey». Este «Electrum charmal aetherum es el Verbo físico y glorioso, el cuerpo del Mesías». (14)
Nuestro autor lo describe como «un aceite verdadero, luminoso e incombustible: aquel que es ungido con él después de una preparación suficiente, se convierte en un verdadero rey y en un sacerdote de Dios; el Espíritu Santo actuará a través de él y se lo enseñará todo».
Este principio vivifica lo que está muerto y desarrolla la luz que está enterrada en nosotros, disolviendo el «gluten» (15) de la sangre.
La regeneración
El hombre es un ser caído en un mundo tenebroso, separado de la luz original, y la aceptación inteligente y humilde de esta realidad es la base para vencer el orgullo que nos ciega y para volver a reencontrar nuestro estado glorioso.
Pero, ¿cómo hacerlo?, ¿cómo empezar? Eckartshausen se nos revela como un gran maestro cuando nos dice que «La oración es el primer paso que nos conduce a la regeneración.»
«La regeneración es un re-nacimiento, una transfiguración que nos asegura la paz con nosotros mismos y con la naturaleza entera». (16)
«La posibilidad de recuperar nuestro cuerpo luminoso reside siempre en nosotros como un grano listo para germinar».
Existe, en la naturaleza física «una substancia pura que puede ayudarnos a liberar la chispa divina encerrada en nosotros; esta substancia es la esencia paradisíaca que la caída del hombre encerró en la materia grosera y que desde entonces languidece bajo sus cadenas.» (17)
El secreto de la regeneración consiste en hacer desaparecer la corteza que mantiene prisionero al corazón divino: esta es la construcción del templo en el cual Dios, la naturaleza y el hombre estarán unidos para siempre.
«La verdadera ciencia real y sacerdotal es la ciencia de la regeneración, es decir la reunión de Dios con el hombre caído». (18)
«Construir el verdadero templo es destruir la miserable cabaña adámica y substituirla por el templo de verdad; es desarrollar en nosotros el sentido interior a fin de que el principio metafísico incorruptible supere al principio terrestre.» (19)
La regeneración no se refiere sólo al hombre: abarca a la naturaleza entera, que éste arrastró en su caída. «La naturaleza aspira a su restauración: espera con nostalgia el momento en el que la humanidad alcanzará la más alta perfección.»
La oración
La característica principal del estado caído del ser humano es la separación. En este mundo estamos separados de la unidad, del centro, de Dios. Como escribe Eckartshausen, «Un espacio intermediario se interpone entre nosotros y el objeto de nuestra búsqueda; la oración elimina este espacio.» Hemos visto que la oración era el primer paso que conduce a la regeneración. Pero, ¿qué es la oración? ¿De dónde procede?» «La verdadera oración, declara uno de los protagonistas de una de las novelas de nuestro autor, no procede de la sinagoga ni del magnífico templo cristiano, sino del corazón del hombre.» Una vez purificado, éste es sin duda el lugar donde se produce la fecundación de la que habla el gran cabalista cristiano Pico della Mirandola con cuyas palabras encabezamos esta introducción, y que es el verdadero sentido de la magia.
En una oración dirigida a la «luz eterna», aquella que brilla en las tinieblas y que éstas no han recibido, Eckartshausen pide «que su propia voluntad abdique a fin de que su corazón se convierta en un lugar santo y que la divinidad se exprese de nuevo en él, como en todos los demás hombres separados de Dios a raíz de la caída.»
Sin duda por ello la oración, este diálogo en la intimidad del corazón entre nuestra chispa divina y la divinidad libre, que se entabla con y durante el estudio unitivo de las Sagradas Escrituras, es el medio más eficaz para que pueda realizarse en nosotros, en la tierra y en el cielo unidos, la voluntad de Dios, como sugiere la más famosa y acaso la más mágica de las oraciones.
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1 La Nube sobre el Santuario (1802). Existen, al menos, tres traducciones españolas distintas de este texto extraordinario. Recomendamos la de Joan Mateu Rotger, La Nube sobre el Santuario, Cartas Metafísicas, Ed. Obelisco, Barcelona, 1992.
2 Todos estos datos biográficos han sido tomados del excelente trabajo de Antoine Faivre, Eckartshausen et la Théosophie Chrétienne, Ed. Kliensieck, París 1969. Se trata, sin lugar a dudas, del mejor libro que se ha escrito sobre el teósofo alemán.
3 Die neuesten Entdeckmugen über Licht, Wärme und Feuer, Munich, 1798.
4 K. v. Eckartshausen, La Nube... Op. Cit. p. 13.
5 Eckartshausen, Op. Cit., p. 53.
6 Eckartshausen, Op. Cit., p.38
7 Eckartshausen, Op. Cit., p.54
8 En sus Noches místicas, p. 269 Munich, 1791, Eckartshausen escribe que «la regeneración es la transformación del hombre-animal en hombre-espíritu» recuperándose así la dignidad perdida y que «la revelación nos ayuda a reencontrarla».
9 En sus Aclaraciones sobre la magia, IV-99, Munich, 1788, nuestro autor opina que «El espíritu de Dios en un alma regenerada, esa es la verdadera magia».
10 Aclaraciones sobre la magia, Op. Cit., IV-378.
11 Eckartshausen, La Nube..., Op. Cit., p. 95.
12 En su libro Sobre los jeroglíficos más importantes del corazón humano, Eckartshausen señala que «la libertad de Adán consistía en permanecer atado a la Unidad o alejarse de ella».
13 Citado por Jean Daniélou en Les symboles chrétins primitifs, Ed. du Seuil, París, 1961, p. 39. 14 Sobre los Misterios más importantes de la Religión, p. 83, Munich, 1823.
15 «Más cercano a la animalidad que al espíritu» el gluten «constituye la materia del pecado; sus efectos varían según el modo en que es modificado por las excitaciones sensibles». «Esta substancia es también la causa de la ignorancia y produce putrefacción»
16 Aclaraciones sobre la Magia, Op. Cit., IV-16.
17 Aclaraciones sobre la Magia, IV-73.
18 La Nube, p. 99.
19 La Nube, p. 30.