Si
penetramos en la historia de la humanidad veremos que el ser humano,
seguramente antes de crear un lenguaje oral o escrito, ya había elaborado
símbolos, o más bien le había dado carácter de símbolos a una serie de
manifestaciones que escapaban a su dominio.
En
algún momento de la evolución hubo una criatura que se irguió y comenzó a
desarrollar una capacidad hasta ese instante original. Comenzó a maravillarse,
a darse cuenta que más allá de él existían una serie de fenómenos que no
lograba explicarse. Vio que allá arriba, muy lejos de él, había un elemento que
cada cierto tiempo aparecía y hacía más grata su existencia. Este elemento
permitía que él pudiere salir de donde se guarecía y ver la presa necesaria
para su vida. Se dio cuenta que la presencia de este ser era beneficiosa.
¿Qué
hizo entonces? Trató de aprehenderlo y hacerlo un poco suyo. Lo hizo Dios y
comenzó a reverenciarlo.
Se
percató que aquello que él pisaba y podía tomar con sus manos era bueno, le daba
alimentos que podía consumir; y en veneración a ésta fuente que lo alimentaba,
creó hermosos ritos agrarios.
Comienza
a destacarse en este ámbito tan salvaje, las primeras manifestaciones místicas,
donde el ser primitivo le da connotaciones simbólicas a sucesos naturales que
hoy nos parecen tan cotidianos.
¿Por
qué decimos que son expresiones simbólicas?
Para
explicar esta aventurada afirmación es necesario recurrir a la definición que
hoy le damos al símbolo: Representación de algo.
Es
evidente que para el prehistórico, el Sol, la Tierra y el Fuego no constituían
fenómenos cósmicos, ni físico-químicos, sino que eran la representación de algo
que los impactaba en forma bien subjetiva. El sol no era un astro ubicado en un
espacio determinado, era calor, luz, vida. A la tierra no la consideraba un
elemento constitutivo de la naturaleza, era la fuente, la matriz de donde
surgían (por misteriosos fenómenos mágicos) los frutos imprescindibles para su
vida.
Y
el hombre sigue creciendo y expandiéndose y en esta medida va uniéndose a otros
y de estas uniones surgen nuevas manifestaciones simbólicas que posibilitan su
mejor integración.
Ya
sus símbolos no estarán tan relacionados con la fuerzas de la naturaleza, sino
que responderán a inquietudes más contingentes. Comienza a crear símbolos que
representan poder, fuerza, sabiduría, guerra, pez. etc. Y cada pueblo de
acuerdo a su cultura creará símbolos diferentes que representen la misma idea.
Así para un pueblo montañés un oso simbolizará la fuerza, mientras que para
otro la misma idea estará representada por el jaguar.
A
estos símbolos se les podría llamar accidentales, pues corresponden a
experiencias específicas de cada pueblo.
Y
más adelante cuando los pueblos comienzan a comunicarse y tratan de crear
lenguajes comunes, empiezan a aparecer los símbolos convencionales, o sea los
que permiten que diferentes culturas puedan ponerse de acuerdo en algunas
disciplinas o materias.
Presenciamos
entonces el nacimiento de los signos tales como: matemáticos, astronómicos,
químicos, etc.
Cualquier
civilización frente a estos sabrá lo que representan. Así por ejemplo el signo “más”
(+) que representa la adición en las matemáticas, será totalmente comprendido,
tanto por los habitantes de un país europeo como de uno americano.
Hemos
asistido de esta manera, al nacimiento de diferentes símbolos que sí bien
algunos difieren en su materialización, coinciden en que son representaciones
de las mismas ideas; hecho que nos permite concluir que pese a las distancias,
tanto temporales como espaciales, los diferentes pueblos de alguna u otra
manera han ido intuyendo o creando manifestaciones simbólicas que más allá,
insistimos de apreciaciones subjetivas, comparten un ideal común que es el de
abstraer, ya de los fenómenos naturales o de las interrelaciones sociales, la
esencia, que no puede ser comunicada sino a través de la creación de una
concretización simbólica que logre la comunicación deseada.
Pero
no debemos olvidar en nuestro análisis, a los símbolos de carácter místico que
resultan de la combinación de los descritos anteriormente.
Decimos
combinación puesto que este tipo de símbolos pueden ser analizados de
diferentes maneras. Por ejemplo, la vela. Es claro, sobre todo para quienes le
dan un fin doméstico, que este elemento sirve para alumbrar y su importancia
depende de esta condición. Sin embargo también es usada en ceremonias
religiosas y esotéricas y su presencia esta representando ideas de tipo
superior: luz interior, llama divina, sabiduría, etc.
Otro
ejemplo lo constituye el triángulo, que en geometría se define como una figura
plana compuesta de tres lados y que no tiene existencia real. Pero además
simboliza la trinidad que aparece en todas las religiones y cosmogonías.
Es
necesario para comprender mejor estos símbolos, tratar de explicar cómo surgen
y a que obedecen.
El
ser humano cuando comienza a reflexionar empieza a vivenciar fenómenos que por
su incapacidad de lenguaje no puede expresar realmente. Entonces le da forma
mental a sus ideas, pero como estas siguen en un plano ideal, le surge la
necesidad de materializarlas. Medita y condensa su pensamiento en una forma
externa que represente lo que quiere entregar.
Así
por ejemplo adquiere el conocimiento de lo divino como algo que está más allá
de su espacio tridimensional; toma entonces de los elementos que le ofrece el
medio, aquel que pueda representar su concepto de lo superior y lo materializa,
ya en un círculo, en un triángulo o en una combinación de figuras.
Los
antiguos pueblos de la América Central simbolizaban la deidad en forma de
circunferencia, pues creían ver en esta figura una especie de puerta que
comunicaba su mundo material y humano a uno divino y superior. Otros grupos
combinan el cuadrado y el triángulo equilátero y representan lo superior
reinando lo inferior; una tríada divina dominando un cuaternario material.
Muchos
otros ejemplos podrían ilustrar nuestro análisis, pero creemos innecesario
insistir en ellos pues lo que importa en este momento es poder entender como el
ser humano se esfuerza por entregar lo que capta en una forma que le permita a
los demás poder llegar también a eso que recibió.
Se
deduce entonces que en cualquier análisis que hagamos de los símbolos, debemos
comenzar por situarnos en la perspectiva de los hombres que los elaboraron y de
esta manera ir haciendo las reflexiones correspondientes para llegar a la
vivencia que originó primitivamente su materialización.
Siguiendo
con nuestros ejemplos podemos tomar le cruz cristiana. Símbolo que está compuesto
por dos elementos unidos de una manera bastante específica: una barra más larga
que es atravesada por otra de menor longitud.
¿Qué
podríamos deducir de esta figura? Una parte que se puede denominar activa
fecundando a una pasiva y que se prolonga dando la idea de predominio. Una
dualidad expresada de una forma que nos invita a reflexionar en la manera como se
pueden presentar en la naturaleza y en la existencia humana los elementos activos
y pasivos
Estas
mismas leyes, en una cruz de brazos iguales (cruz griega o una cruz de Malta, e
incluso una cruz esvástica) se representan los cuatro elementos fundamentales
de la naturaleza: agua, aire, fuego y tierra, compartiendo en una perfecta
armonía.
Así,
tanto el concepto de encarnación del verbo, la cruz cristiana; como el de la
armonía natural, cruz de brazos iguales, fueron captados en un principio como intuiciones,
procesos bastante abstractos, pero que posteriormente fueron cristalizados en
estos símbolos.
Es
necesario llamar la atención si no queremos desviarnos, que todos los símbolos
no son sino instrumentos que nos permiten llegar a abstraer la esencia que está
en ellos. No podemos considerarlos como fines y que su comprensión nos límite,
puesto que como dijimos anteriormente, éstos pretenden despertar en nosotros
las vivencias que tuvieron aquellos que los elaboraron. Debemos entender además
que la comprensión intelectual de un determinado símbolo no posibilita el
crecimiento interior, puesto que es el trabajo, la meditación que de él hagamos
lo que realmente nos hace evolucionar.
Podemos
concluir entonces señalando que lo más importante de los símbolos lo constituye
su dinamismo. Entendiendo por esto la capacidad de despertar en nosotros
fuerzas dormidas por todos los condicionamientos externos e internos, que nos
hagan posible el reencuentro con el mundo de las causas que está en todos los
fenómenos de la Naturaleza.
ALV