sábado, 20 de abril de 2013

EL SÍMBOLO



Si penetramos en la historia de la humanidad veremos que el ser humano, seguramente antes de crear un lenguaje oral o escrito, ya había elaborado símbolos, o más bien le había dado carácter de símbolos a una serie de manifestaciones que escapaban a su dominio. 

En algún momento de la evolución hubo una criatura que se irguió y comenzó a desarrollar una capacidad hasta ese instante original. Comenzó a maravillarse, a darse cuenta que más allá de él existían una serie de fenómenos que no lograba explicarse. Vio que allá arriba, muy lejos de él, había un elemento que cada cierto tiempo aparecía y hacía más grata su existencia. Este elemento permitía que él pudiere salir de donde se guarecía y ver la presa necesaria para su vida. Se dio cuenta que la presencia de este ser era beneficiosa.

¿Qué hizo entonces? Trató de aprehenderlo y hacerlo un poco suyo. Lo hizo Dios y comenzó a reverenciarlo.

 

Se percató que aquello que él pisaba y podía tomar con sus manos era bueno, le daba alimentos que podía consumir; y en veneración a ésta fuente que lo alimentaba, creó hermosos ritos agrarios.

Comienza a destacarse en este ámbito tan salvaje, las primeras manifestaciones místicas, donde el ser primitivo le da connotaciones simbólicas a sucesos naturales que hoy nos parecen tan cotidianos.

¿Por qué decimos que son expresiones simbólicas?

Para explicar esta aventurada afirmación es necesario recurrir a la definición que hoy le damos al símbolo: Representación de algo.

Es evidente que para el prehistórico, el Sol, la Tierra y el Fuego no constituían fenómenos cósmicos, ni físico-químicos, sino que eran la representación de algo que los impactaba en forma bien subjetiva. El sol no era un astro ubicado en un espacio determinado, era calor, luz, vida. A la tierra no la consideraba un elemento constitutivo de la naturaleza, era la fuente, la matriz de donde surgían (por misteriosos fenómenos mágicos) los frutos imprescindibles para su vida. 

Y el hombre sigue creciendo y expandiéndose y en esta medida va uniéndose a otros y de estas uniones surgen nuevas manifestaciones simbólicas que posibilitan su mejor integración. 

Ya sus símbolos no estarán tan relacionados con la fuerzas de la naturaleza, sino que responderán a inquietudes más contingentes. Comienza a crear símbolos que representan poder, fuerza, sabiduría, guerra, pez. etc. Y cada pueblo de acuerdo a su cultura creará símbolos diferentes que representen la misma idea. Así para un pueblo montañés un oso simbolizará la fuerza, mientras que para otro la misma idea estará representada por el jaguar.



A estos símbolos se les podría llamar accidentales, pues corresponden a experiencias específicas de cada pueblo.

Y más adelante cuando los pueblos comienzan a comunicarse y tratan de crear lenguajes comunes, empiezan a aparecer los símbolos convencionales, o sea los que permiten que diferentes culturas puedan ponerse de acuerdo en algunas disciplinas o materias.

Presenciamos entonces el nacimiento de los signos tales como: matemáticos, astronómicos, químicos, etc.
Cualquier civilización frente a estos sabrá lo que representan. Así por ejemplo el signo “más” (+) que representa la adición en las matemáticas, será totalmente comprendido, tanto por los habitantes de un país europeo como de uno americano.

Hemos asistido de esta manera, al nacimiento de diferentes símbolos que sí bien algunos difieren en su materialización, coinciden en que son representaciones de las mismas ideas; hecho que nos permite concluir que pese a las distancias, tanto temporales como espaciales, los diferentes pueblos de alguna u otra manera han ido intuyendo o creando manifestaciones simbólicas que más allá, insistimos de apreciaciones subjetivas, comparten un ideal común que es el de abstraer, ya de los fenómenos naturales o de las interrelaciones sociales, la esencia, que no puede ser comunicada sino a través de la creación de una concretización simbólica que logre la comunicación deseada.

Pero no debemos olvidar en nuestro análisis, a los símbolos de carácter místico que resultan de la combinación de los descritos anteriormente.

Decimos combinación puesto que este tipo de símbolos pueden ser analizados de diferentes maneras. Por ejemplo, la vela. Es claro, sobre todo para quienes le dan un fin doméstico, que este elemento sirve para alumbrar y su importancia depende de esta condición. Sin embargo también es usada en ceremonias religiosas y esotéricas y su presencia esta representando ideas de tipo superior: luz interior, llama divina, sabiduría, etc.



Otro ejemplo lo constituye el triángulo, que en geometría se define como una figura plana compuesta de tres lados y que no tiene existencia real. Pero además simboliza la trinidad que aparece en todas las religiones y cosmogonías.

Es necesario para comprender mejor estos símbolos, tratar de explicar cómo surgen y a que obedecen.

El ser humano cuando comienza a reflexionar empieza a vivenciar fenómenos que por su incapacidad de lenguaje no puede expresar realmente. Entonces le da forma mental a sus ideas, pero como estas siguen en un plano ideal, le surge la necesidad de materializarlas. Medita y condensa su pensamiento en una forma externa que represente lo que quiere entregar. 

Así por ejemplo adquiere el conocimiento de lo divino como algo que está más allá de su espacio tridimensional; toma entonces de los elementos que le ofrece el medio, aquel que pueda representar su concepto de lo superior y lo materializa, ya en un círculo, en un triángulo o en una combinación de figuras.
Los antiguos pueblos de la América Central simbolizaban la deidad en forma de circunferencia, pues creían ver en esta figura una especie de puerta que comunicaba su mundo material y humano a uno divino y superior. Otros grupos combinan el cuadrado y el triángulo equilátero y representan lo superior reinando lo inferior; una tríada divina dominando un cuaternario material.

Muchos otros ejemplos podrían ilustrar nuestro análisis, pero creemos innecesario insistir en ellos pues lo que importa en este momento es poder entender como el ser humano se esfuerza por entregar lo que capta en una forma que le permita a los demás poder llegar también a eso que recibió.

Se deduce entonces que en cualquier análisis que hagamos de los símbolos, debemos comenzar por situarnos en la perspectiva de los hombres que los elaboraron y de esta manera ir haciendo las reflexiones correspondientes para llegar a la vivencia que originó primitivamente su materialización.

Siguiendo con nuestros ejemplos podemos tomar le cruz cristiana. Símbolo que está compuesto por dos elementos unidos de una manera bastante específica: una barra más larga que es atravesada por otra de menor longitud.



¿Qué podríamos deducir de esta figura? Una parte que se puede denominar activa fecundando a una pasiva y que se prolonga dando la idea de predominio. Una dualidad expresada de una forma que nos invita a reflexionar en la manera como se pueden presentar en la naturaleza y en la existencia humana los elementos activos y pasivos

Estas mismas leyes, en una cruz de brazos iguales (cruz griega o una cruz de Malta, e incluso una cruz esvástica) se representan los cuatro elementos fundamentales de la naturaleza: agua, aire, fuego y tierra, compartiendo en una perfecta armonía.


 Así, tanto el concepto de encarnación del verbo, la cruz cristiana; como el de la armonía natural, cruz de brazos iguales, fueron captados en un principio como intuiciones, procesos bastante abstractos, pero que posteriormente fueron cristalizados en estos símbolos.


Es necesario llamar la atención si no queremos desviarnos, que todos los símbolos no son sino instrumentos que nos permiten llegar a abstraer la esencia que está en ellos. No podemos considerarlos como fines y que su comprensión nos límite, puesto que como dijimos anteriormente, éstos pretenden despertar en nosotros las vivencias que tuvieron aquellos que los elaboraron. Debemos entender además que la comprensión intelectual de un determinado símbolo no posibilita el crecimiento interior, puesto que es el trabajo, la meditación que de él hagamos lo que realmente nos hace evolucionar.

Podemos concluir entonces señalando que lo más importante de los símbolos lo constituye su dinamismo. Entendiendo por esto la capacidad de despertar en nosotros fuerzas dormidas por todos los condicionamientos externos e internos, que nos hagan posible el reencuentro con el mundo de las causas que está en todos los fenómenos de la Naturaleza.

  ALV