domingo, 3 de junio de 2012

LA MUERTE DEL PROFANO Y EL NACIMIENTO DEL INICIADO

El siguiente documento fue publicado en la "Revista Masónica de Chile", Nº 8 de Octubre de 1975.

Corresponde a un documento de Docencia, y fue realizado por Héctor Melo A., Moisés Mizala U., Marino Pizarro P. y Carlos Cortés B.; todos ellos Segundos Vigilantes.

Considero este escrito interesante porque si no se ha recibido la iniciación masónica, podrá tener algunos antecedentes respecto a ello, por el contrario si ya la ha recibido, por lo menos en grado de Aprendiz, podrá recordar y sacar conclusiones al respecto. Por lo demás la enseñanza que se entrega aquí puede ser aplicable a muchas Escuelas o Colegios Iniciáticos, no solamente pertenecientes a la Francmasonería. Por lo menos es mi opinión.   ALV

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El estrépito y desorden del mundo profano han quedado tras las puertas de Occidente. Los malletes han hecho oír su voz y el manantial del silencio ha surgido. La hermosa sinfonía del ritual ha esparcido sus notas hasta los más lejanos rincones de este universo simbólico. Ha penetrado hasta las profundidades del corazón y la conciencia de los obreros de paz aquí reunidos y nos, ha dicho que es mediodía. Que la luz que se levantó en el Oriente se derrama a raudales para iluminar nuestro intelecto desde el centro del firmamento. Es la hora del trabajo y ya Se escuchan los primeros sones del coro metálico de mazos y cinceles.
Los trabajos de esta noche tienen una especial significación. Iniciamos las Jornadas de Docencia 1975, programadas por la Gran Maestría y de acuerdo al espíritu que las ha inspirado, intentaremos en ellas una mirada retrospectiva a nuestro pasado, un análisis de nuestro presente y plantearnos algunas interrogantes sobre nuestro futuro, como hombres y como masones.
…Nacer y morir. En estas dos palabras se encierra todo el maravilloso milagro de la Naturaleza, la síntesis biológica que enlaza la vida y la muerte y que nos señala nuestro origen como fragmentos de este Universo en permanente evolución.
El ser humano se ha preguntado siempre de dónde viene, qué es y hacia dónde va. Nosotros, como integrantes de una Institución que busca exaltación de los más altos valores del hombre, conocemos mucho mejor que otros la inquietud que plantea esta trilogía de interrogantes y lo que es más, hemos sabido de lo que es el morir y lo que es el nacer.
Todos fuimos, hace mucho o hace poco, entes del mundo profano. Las pasiones, las falsas creencias, los egoísmos y tantos otros prejuicios fueron nuestro mundo. Vivimos sumergidos en una vorágine sin tener tiempo de preocuparnos de nuestros semejantes, de nosotros mismos, de detenernos un instante a reflexionar sobre nuestro pasado, presente y futuro.
Pero, un día llegó en que alguien nos propuso ingresar a una Institución que busca el perfeccionamiento del hombre, la Francmasonería, y ese instante constituyó para todos nosotros, a no dudarlo, un hito trascendental en nuestras vidas.
¿Por qué se nos eligió para ingresar a esta escuela del hombre?... ¿Nos hemos hecho alguna vez esta pregunta, queridos hermanos? ¿Cuáles fueron las cualidades que se vio en nosotros para considerarnos dignos de recibir tal honor. . .?
¿Estaríamos en condiciones ahora, en este momento, de echar esa mirada retrospectiva al pasado de que hablábamos hace algunos instantes y preguntarnos cómo éramos cuando profanos...? ¿Cuál era la diferencia que hizo que sólo nosotros recibiéramos esta proposición y no otros?
O quizás, planteando el problema desde otro punto de vista, ¿qué cualidades exigiríamos a un profano para considerarlo digno de ingresar a la institución de la que hoy formamos parte. . .? ¿Podríamos enumerar algunas de estas cualidades. . .? Las respuestas a éstas y muchas otras interrogantes que desearíamos plantear están en nosotros mismos y sólo nos cabe invitaros a reflexionar sobre ellas.
Creemos firmemente que cuando recibimos la proposición de ingresar a la Orden, una inquietud, un cambio se gestó en la intimidad de nuestro espíritu. Ese cambio ha debido tener matices diferentes según cuál fuera nuestro mayor o menor conocimiento de lo que la institución representaba para nosotros. Como haya sido, el cambio se produjo, experimentamos seguramente un cierto temor, esa angustia natural que asalta el espíritu del hombre frente a lo desconocido, frente a una responsabilidad que debe asumir y cuyos alcances reales no comprende en toda su integridad. . . ¿Sentimos ya en esa oportunidad la inquietante sensación de que estábamos adquiriendo un compromiso que sería trascendental para nuestras vidas. . .?
Es así como de profanos nos transformamos en hombres elegidos; quizás en ese hombre que el filósofo Diógenes buscaba con un farol encendido a plena luz del día. Ciertamente todos, en esa oportunidad, nos convertimos en una esperanza para otros hombres, y esa esperanza no tenemos el derecho de defraudarla.
Y llegó el día en que ese profano elegido traspuso las puertas de un lugar desconocido para él y una persona, también desconocida, lo condujo a través de pasillos y corredores hasta un recinto en semipenumbra donde se enfrentó con el más característico símbolo de la muerte: una calavera humana. Tuvo que despojarse de sus objetos materiales, cambiar su ropa por otra que le fue colocada en forma desordenada. Redactó y firmó un testamento que le hizo sentir con marcada intensidad que era primer actor de un ceremonial de muerte.
De allí, a las tinieblas y la soledad. Sintió la desfalleciente congoja de estar solo, desvalido, con su mente confusa por encontrados pensamientos. Y en medio de ese abandono que se le antojara eterno, tuvo que sufrir el duro enfrentamiento con su propia conciencia, el juez más implacable de todos los conocidos. Este enfrentamiento, que ha sido único para cada uno de nosotros, representó el convencimiento de que estábamos muriendo a algo, que después que todo terminara, ya no seríamos los mismos. De allí que este profano intuya que todo ese ceremonial de muerte en que participa es por y para él y, aunque no las percibe, invisibles campanas silenciosas tañen por su muerte como profano.
Y después, fue conducido a ciegas por un sendero desconocido hasta llegar a una » puerta donde golpeó desordenadamente. Escuchó voces desconocidas y frases dichas en diferentes tonos, cuyo significado posiblemente no  alcanzó a comprender en toda su magnitud, pero sí, sintió hondamente en su espíritu la solemnidad del acto.
...El aire, el agua y el fuego le susurraron sus secretos y luego, en medio de las tinieblas que le rodeaban, prestó su juramento de fidelidad, arrodillado frente al Ara, no en forma humillante, sino con humildad, con su pierna izquierda desnuda para estar en contacto con la tierra de donde provenía y de la que emergió cual semilla fructificada por el agua y el calor para aspirar con ansias la brisa vivificante.
La muerte del hombre profano se ha producido... de sus cenizas renacerá el hombre iniciado.
El mallete hizo oír su voz y la venda cayó de sus ojos. . . la luz que surgía del Oriente lo envolvió como un manto y ese hombre que renacía a la vida de iniciado, sintió en toda su plenitud la grandiosidad del momento... y parte de esa luz se refugió en el fondo de su corazón para permanecer allí como una pequeña llama que le recordará siempre que es un iniciado y que debe cuidar de ella por toda una eternidad.
Así pues, del seno de su Madre Logia, la que le dio la luz, emergió este nuevo  iniciado que con perseverancia, buenos propósitos, tesón, deseo de perfeccionamiento, espíritu de sacrificio, pero sobre todo con humildad, comenzó a pulir la piedra bruta de su personalidad. Para alcanzar éxito en esta difícil tarea y poder recorrer el pedregoso camino que conduce a la búsqueda de la verdad y la perfección, cuenta ahora con el apoyo y guía de sus hermanos, de aquellos que terminada la ceremonia de iniciación, le entregaron a raudales su fraternidad y su tolerancia frente a los errores que cometa.
La ceremonia de iniciación ha colocado al nuevo aprendiz en el inicio del sendero; tendrá, como se dijo, la ayuda y guía de sus hermanos, pero la labor de perfeccionamiento, de búsqueda de la verdad, de la construcción de su templo interior, es únicamente suya. Es él el que ha adquirido el compromiso, es él quien ha jurado ante el Ara y lo ha hecho ante sí mismo, ante su propia conciencia, por su propia voluntad. A lo largo de la ceremonia de iniciación se le ha preguntado en repetidas oportunidades si persiste en ser masón y ha respondido siempre que sí. Suya es por lo tanto la responsabilidad, suyo es el compromiso, suya es la conciencia ante la que debe responder si falta a él. Al jurar ante su propia conciencia y honor de hombre se ha enaltecido a sí mismo, ha dado el primer paso en su camino hacia la búsqueda de la perfección.
La ceremonia de iniciación no transforma al hombre en un iniciado integral. Constituye sólo el acto simbólico en que un profano se convierte en un ser que iniciará una nueva vida. Para que el aprendiz se transforme en un verdadero iniciado debe comenzar la dura tarea a la que ya aludimos: desbastar la piedra bruta de su personalidad y esta labor sólo finalizará con la muerte.
Desbastar la piedra bruta significa para todos nosotros la tarea diaria de ser mejores, de tratar de encauzar nuestros pasos por el verdadero sendero que conduce a la búsqueda de la verdad, y en esta tarea el material y el artífice son únicos; no hay dos materiales ni dos artífices iguales.
Para lograr nuestro objetivo es necesario tener fe en la institución que nos acogió y en nosotros mismos. Como humanos tenemos el privilegio de estar dotados de esa chispa divina de la inteligencia, tenemos el privilegio de ser capaces de evolucionar y llegar a ser mejores, tenemos el privilegio de ser llamados masones y reconocidos como tales.
Difícil labor la que tenemos por delante, pero es necesario realizarla. Tenemos un compromiso con nosotros mismos, con los hombres que nos eligieron, con la Orden que tiene fe en los destinos superiores del ser humano. Quien ha tenido el privilegio de ver la luz masónica debe ser capaz de luchar por su propio perfeccionamiento a través del amor, la solidaridad, la justicia y la paz.
No estamos solos en este trabajo. Al lado nuestro laboran otros hombres como nosotros, que también buscan la verdad y la satisfacción a las interrogantes de su espíritu. Por eso, cuando sintamos que las fuerzas flaquean, busquemos apoyo en nuestros hermanos de faenas y sigamos adelante.
Desbastar la piedra bruta. . . ¡qué fácil decirlo! ¡qué difícil realizarlo. . .!
¿Estamos efectuando esta tarea a plena conciencia, queridos hermanos...? ¿Somos mejores ahora que cuando nos iniciamos...? ¿Nos hemos detenido un momento para hacer un paralelo entre nuestra antigua condición de profanos y nuestra actual condición de masones. . . ?
Debemos construir nuestro templo interior y para realizar esta tarea tenemos como modelo las enseñanzas que nos entrega la Orden a que pertenecemos. La Francmasonería no nos da un decálogo rígido que todos debemos cumplir, sólo nos señala los principios que sustenta y nos indica el camino.
El trabajo es, pues, exclusivamente nuestro. Debemos transformarnos en masones auténticos, es decir, debemos vivir y comportarnos como tales donde sea que actuemos. No basta que nos sintamos masones en el interior de nuestros Templos, porque ello es tarea fácil. . . debemos serlo allá, más allá de las columnas de Occidente, en la vida profana, como hombres inmersos en un mundo convulsionado e indiferente... ¿Lo hacemos así, queridos hermanos...? ¿Volvemos, aunque sea de tarde en tarde, a nuestra Cámara de Reflexiones para preguntarnos cuánto hemos hecho por nuestro país, por nuestras familias, por nuestra Orden, por nosotros mismos. . .?
¿Hemos tomado conciencia cabal de la condición de masones que ostentamos para actuar como tales? ¿Tenemos conocimiento pleno de los Principios y valores que sustenta la Orden y lo que espera de nosotros. . .?
¡Que el silencio y quietud de la Cámara de Reflexiones nos permita encontrar en el fondo de la conciencia las verdaderas respuestas. . . !
De lo expuesto se desprende el hecho más importante en la vida de un iniciado: el trabajo sobre sí mismo, allí está la clave de lo iniciático. En la noche de iniciación la luz masónica nos mostró el comienzo del camino, el sendero que debemos recorrer. Nadie sabe cuán largo es, sólo sabemos que al final de él resplandece la luz de la sabiduría. Desde aquella noche, comenzamos a recorrerlo, con pasos vacilantes en un principio, pero lentamente nuestro andar se fue haciendo más firme y más ágil.
Es por eso la vigencia permanente de la frase del Ritual que dice: "Nuestra Orden elige hombres, los educa, los organiza y disciplina; esto es, corrige en ellos, cuanto es posible, los defectos de la herencia; los enseña a elegir los elementos útiles del ambiente en que se desenvuelven y les indica el rumbo de las evoluciones que han de llevarlos a su destino".
Somos, pues, hombres elegidos que aspiramos a ser mejores en virtud de los principios y valores que sustenta la Orden y esta labor es única y particular para cada masón.
La arcilla de que está construido el hombre es moldeable y por lo tanto, capaz de evolucionar y ser mejor. De ahí que la Orden oriente su finalidad y objetivos hacia el individuo y sólo por un método indirecto mira hacia la sociedad. La Francmasonería es una institución docente, espiritual, filosófica y moral. Entrega como misión al iniciado la búsqueda de la verdad y la virtud.
Aquel iniciado que siente la Masonería en el corazón, luchará incansablemente por ser mejor, tratará de modelar su propia arcilla para lograr acercarse a la perfección que preconizan los principios de la Orden; nada le detendrá; se sentirá permanentemente acicateado para proyectarse más allá de si mismo. Tendrá plena conciencia de sus responsabilidades y aunque éstas a veces lo agobien, sabrá salir adelante si se siente identificado con los postulados masónicos, si siente que ellos son carne de sí mismo, que están con él y no fuera de su existencia, que es capaz de hacer su aporte al templo simbólico de la Francmasonería. Quien fue capaz de ver bajo la luz masónica, significa que está en el sendero justo y será capaz de superar sus propias debilidades. Dura y difícil tarea, pero no imposible, pues nada es imposible si se tiene fe, fervor y constancia... quien no sienta esta fuerza interior que lo empuja hacia lo alto, nada tiene que hacer en nuestro templo.
El trabajar en sí mismo, en el propio perfeccionamiento, es cuidar de la pequeña llama que surgió en nuestro corazón la noche de la iniciación. La luz de la verdad está en nosotros mismos y si no somos capaces de percibirla, es inútil que la busquemos en otra parte. Por eso, para encontrarla definitivamente, debemos penetrar hacia el interior, allí está la verdad. Cada hombre es absolutamente para sí mismo el sendero, la verdad y la vida. Busquemos nuestra verdad, queridos hermanos, Sumergiéndonos en las misteriosas profundidades de nuestro ser y velemos por que esa pequeña llama que arde en nuestro corazón no se extinga jamás.
La tarea de perfeccionamiento es lenta. Avanzamos en ella como cuando marchamos hacia el Oriente al ingresar al Templo. Evolucionamos al igual que una flor que se abre para recibir la luz y aspirar la brisa. Y en la medida que esta evolución se produzca, nos iremos transformando gradualmente en un verdadero iniciado.
Ser iniciado significa tener confianza en sí mismo, ser capaz de escuchar, ser capaz de abrir las puertas del espíritu, ser capaz de ver, ser capaz de hablar. Ser iniciado significa haber aprendido a servirse del yo, haber alcanzado el conocimiento de sí mismo, ser capaz de auto-juzgarse en forma imparcial, haber aprendido a servir a los demás. Ser iniciado significa poder caminar hacia la luz resueltamente, entrar al Templo y comprender el lenguaje de los símbolos que allí existen, entender la melodía del ritual. Ser iniciado significa ser capaz de dar, tolerar, amar, de escuchar el canto del corazón de todos los hombres.
Entonces y sólo entonces, podremos comprender que estamos en el verdadero sendero, que no hemos errado el camino. Según como cada uno entienda lo que es ser iniciado e integrante de la Orden Masónica, así será el lugar que ocupe en el camino que conduce a la búsqueda de la verdad y la virtud. .. unos más lejos, otros más cerca, algunos con muy poco camino recorrido.
Y como cada uno de nosotros busca su propia verdad, perdonadnos, queridos hermanos, por lo que hemos dicho sobre lo que entendemos por un verdadero iniciado, ya que ello representa la verdad de los hermanos responsables de este trabajo. Es nuestra verdad.
Hemos querido en este trabajo, queridos hermanos, dirigirnos más a vuestro corazón que a vuestra inteligencia. Hemos deseado trasmitiros a través de estas páginas, nuestro sentimiento que para ser auténtico masón, hay que llevar los principios y valores de la Orden en nuestro corazón más que en nuestro intelecto. Creemos que así el hombre alcanza su más excelsa expresión.
Si todos esta noche, al cerrar los trabajos, pensáramos que nuestro corazón se siente masón, estas Jornadas de Docencia se iniciarán con el mejor de los auspicios y nuestra Orden se sentirá orgullosa de sus hombres. Hombres integrales, capaces de dar, capaces de entregar amor y fraternidad, capaces de sembrar caridad y tolerancia.
Y como creemos que todo masón es un hombre capaz de sembrar el camino que recorre, doquiera que vaya, es que queremos cerrar estas páginas con las palabras de un escritor que se inspiró en una "Siembra de Amor":
 "Levántate, sembrador. Es la hora de que comiences la tarea.
"La Campana del cielo vibra cada vez más cerca y ya resuena en el gallo.
"Adelante y detrás de ti está lo infinito. Arriba y abajo de ti está lo infinito.
"Prende la luz de tu espíritu. Enciende el fuego de tu corazón.
"Tus bueyes son el amor y la justicia, y tu cuchilla, la verdad. Corta la dura tierra desde Oriente a Occidente y desde el Norte al Sur.
"Que tus pasos retumben en las concavidades dé la tierra. Que su matriz se estremezca para recibir tu siembra.
"Que tu mano reproduzca el movimiento del corazón.
"Empuja la soledad. Quiebra el silencio. Y avanza.
 "Siembra la palabra del bien y del amor. Día llegará en que tu siembra se levante como una bendición sobre la tierra.".

Or:. de Santiago, agosto 22 de 1975.

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