domingo, 25 de agosto de 2013

EMANUEL SWEDENBORG (Su biografía, convicciones y extractos de su obra)

A continuación un artículo aparecido en la publicación llamada "Anuario Americano Bucheli" del
año 1971.
Está firmado por J.H.A., y se presenta como una breve reseña biográfica, basada en datos extraidos de la obra "De Adán a la Nueva Jerusalén", del propio Swedenborg.

Es interesante reclacar que esta "biografía", se detiene más en los aspectos doctrinarios que movieron el pensamiento de Swedenborg, que en los eventos que acaecieron en su vida, lo que otorga una visión distinta y más profunda.

Además es destacable que al final se entregan extractos de algunas obras de E. Swedenborg, y de esta forma nos formemos una visión general de su mensaje.

Finalmente, debo hacer notar que la publicación en la cual se edita este artículo, el Anuario Americano Bucheli, es una publñicación propuesta por Elías Bucheli, esoterista chileno, quien produjo este anuario durante más de 30 años, con la intención de entregar elementos prácticos como tablas, datos matemáticos, astrologícos y otras reseñas, para quienes estudiaran este tipo de materias. Y además se publicaban escritos de interes general siempre dentro del ámbito esotérico, junto a la tradición "americanista". Más tarde pasó a llamarse Anuario Americano Kier, ya que esta editorial fue quien compró los derechos y los detenta hasta hoy en día. 

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Emanuel Swedenborg nació en Estocolmo, Suecia, en el año 1688 y toda su vida parece indicar que desde su primera niñez fue divinamente inspirado, guiado y preparado para la sublime misión que desempeñó en el mundo. Es más: cierta particularidad innata de su órgano respiratorio, induce a creer que su preparación empezó aún antes de su nacimiento. Era que su respiración con frecuencia cesó casi por completo sin que por ello sintiera molestia alguna, pues continuaba respirando por una respiración interior, silenciosa y en pleno uso de sus facultades mentales y físicas. En este estado se verificaban más tarde las abducciones de su espíritu.


Desde su cuarto año su gusto predilecto era hablar con sus padres de religión, del cielo y de la vida eterna, y a veces sus ideas les asombraban tanto que decían que un ángel hablaba por su boca. Desde su séptimo año Se deleitaba en conversar con ministros de la iglesia al sujeto de la religión, siempre sosteniendo que el alma de la fe es la caridad y que nadie tiene fe verdadera, si no tiene, y en su vida realiza, este amor mediante el cumplimiento del Decálogo, o sea, los divinos preceptos, dados al hombre en el Verbo para su guía, por el camino dc la regeneración.

Recibió una esmerada educación perfeccionándose en todas las ciencias conocidas. Viajaba, estudiaba, indagaba y escribía voluminosas obras científicas, las cuales todavía son objeto de marcada estima y admiración en el mundo científico moderno, y muchos hombres eminentes han declarado y declaran que Swedenborg se hallaba más de un siglo por delante de sus contemporáneos.

En sus estudios científicos predominaba sin embargo siempre el anhelo de indagar y resolver los problemas espirituales; todos sus esfuerzos se encaminaban siempre hacia un mismo fin grande, sublime: cl de demostrar la existencia de Dios y descubrir la verdadera relación entre el alma y el cuerpo, entre el espíritu y la materia, entre el Creador y la creación.

Y así, por el constante esfuerzo de buscar la verdad para su propio bien y para el de sus semejantes, desarrollábanse sus facultades intelectuales, y bajo los auspicios del Señor fue de esta manera sucesivamente preparado para el desempeño de su misión espiritual.

Sus esfuerzos para descubrir el alma, el espíritu, o sea la vida, por medio de la ciencia se estrellaron todos como era natural. Después de penetrar por medio de indagaciones, deducciones y series de conclusiones, hasta lo más íntimo de la materia y creyéndose ya a punto de alcanzar el alma, desaparecía esta cada vez como por encanto. Perseveraba sin embargo en sus esfuerzos y llegó el día en que se verificó su llamamiento por el Señor, quien, después de revelarse a él y encargarle de enseñar las verdades de Su Nueva Iglesia por todo el mundo, le abrió su vista espiritual, introduciéndolo en el mundo espiritual, donde su espíritu podía circular, ver a ángeles y espíritus, hablar con ellos y ellos con él, e informarse de todo, mientras que su cuerpo natural permanecía en su lugar. Lo que antes había buscado en vano por medio de la ciencia, lo veía ahora en clara luz delante de sus ojos espirituales.

Respecto a este llamamiento dice Swedenborg como sigue: “Puesto que el Señor no puede manifestarse en Persona, según se acaba de explicar y habiendo sin embargo anunciado que vendrá y establecerá una nueva Iglesia, que es la Nueva Jerusalem, sigue que lo hará por medio de un hombre, que puede, no sólo recibir la doctrina de esta Iglesia con su entendimiento, sino también publicarla por medio de la prensa. Que el Señor se ha manifestado a mí, su siervo, enviándome con esta misión, y que luego abrió la vista de mi espíritu, introduciéndome en el mundo espiritual y permitiéndome ver los cielos y los infiernos y conversar con ángeles y espíritus, continuamente durante muchos años testifico en verdad, así como que desde el primer día de mí llamamiento no he recibido cosa alguna, perteneciente a la doctrina de esta Iglesia de ángel alguno, sino del Señor solo, mientras leía cl Verbo”. (V. R. C. n. 779 Abrev. esp. N 523.)

En su diario espiritual refiere minuciosamente cómo se verificó este llamamiento, el cual tuvo lugar el segundo día de Pascua de 1744.

Su introducción en el mundo espiritual era necesaria para desempeñar la tarea que el Señor puso en sus manos. Lo que era preciso hacer pudo hacerse sólo de ese modo y no hubo en ello nada milagroso: El Señor le abrió la vista de su espíritu —abrió su mente a la verdad— y la verdad que vio, la dijo al mundo. 

En el mundo espiritual fue instruido por el Señor mediante ángeles y espíritus en todo cuanto era necesario saber para establecer las verdades perdidas de la iglesia. Especialmente pudo observar allí la relación universal que por creación existe entre lo espiritual y lo natural, a cuya relación llamó la ley de las correspondencias, cuya base es que, en la existencia de la creación hay dos dominios, el de lo espiritual y el de lo físico. Lo espiritual es lo real, lo físico es su símbolo y reflejo. Entre uno y otro hay en todas partes perfecta correspondencia,  y el sentido real y verdadero de la Naturaleza y la vida natural no se pueden concebir hasta que se reconozca esta ley y se familiarice con su uso.

Su vista espiritual abierta, permitía a Swedenborg percibir con gran claridad esta relación uniforme y universal, entre lo espiritual y lo natural, y su profundo conocimiento del mundo físico, especialmente del cuerpo humano, le permitía aplicar la ley de la correspondencia con toda seguridad y plenitud.

Esto fue lo más esencial de la nueva revelación; porque aplicando esta ley a la interpretación de las Sagradas Escrituras, las cuales se hallan escritas mediante puras correspondencias, y que por ignorarse éstas habían llegado a ser un libro sellado o peor aún, mal interpretado y falseado, halló que con ella se revelaba el verdadero sentido de lo escrito, su sentido espiritual, en el cual está su verdadero alcance, su virtud y su santidad, y en el cual el Señor verifica Su segunda Venida al mundo.

Esta Venida tiene ahora lugar en toda mente humana, que abraza las verdades de la nueva revelación, expuesta por Swedenborg en sus obras teológicas y que vive en conformidad con estas verdades, que son idénticas con las divinas verdades del Verbo.

En estas mentes establece el Señor su NUEVA IGLESIA.

Lo que Swedenborg adivinaba, lo que vanamente buscaba por medio de la ciencia y de su inteligencia, se volvió para él en un solo día positiva realidad. Lo que no pudo, ni nunca podrá la ciencia humana, lo pudo en un momento la omnipotente Voluntad del Señor, quien reveló al hombre mortal Sus arcanos de ultratumba. La existencia del mundo espiritual, su proximidad y continua comunicación con el mundo natural y su perpetua influencia en éste eran desde ahora un   hecho palpable.

Se había descubierto un nuevo mundo, en un todo parecido a nuestro mundo natural, y en el cual existen cuantas cosas existen en éste y aún otras muchas, las cuales nunca existieron, ni podrán jamás existir en la naturaleza; todo más hermoso y perfecto que lo que hay en ésta, y de origen espiritual y no natural, sustancial y no material. Este era el mundo, en el cual Swedenborg fue introducido por el Señor, en cuanto a su espíritu, viéndose allí en forma humana. Como en su cuerpo material en el mundo natural, andaba allí en un cuerpo espiritual, miraba, palpaba, examinaba y conversaba con sus habitantes como hombre con hombre, instruyéndose en todo cuanto necesitaba saber para el desempeño de su divina misión en el mundo.

Bajo la guía y protección del Señor exploraba aquel mundo, como un Colón espiritual, mientras su cuerpo natural permanecía quieto en su lugar, respirando sólo por una respiración interior, silenciosa.

Es de notar que Swedenborg no buscaba o provocaba las abducciones de su espíritu, las cuales se verificaban Siempre cuando el Señor quería y por el Señor solo. El Señor mismo lo protegía en aquel mundo contra los engaños y nefandos artificios de los espíritus malignos, cuyo gusto y placer es perder al hombre, cuerpo y alma, lo cual también hacen con los que por propia iniciativa y empeño comunican y tratan con espíritus; porque así penetran éstos ilícitamente en el mundo espiritual; o mejor dicho, dan acceso a los espíritus hasta su mente natural, su memoria y su habla, privándose así de la guía y protección divina.

Los espíritus malignos, cuya malicia y astucia exceden a toda imaginación, se presentan entonces como ángeles de luz, insinuándose en las inclinaciones del hombre, que con ellos comunica, hasta que le tengan en su poder completamente, y entonces es casi imposible para el hombre librarse de sus influencias y predominio, aun cuando llegue a conocer su verdadera calidad.

Todo cuanto Swedenborg vio y oyó en el mundo espiritual, anotó en un libro, al que llamó su diario espiritual. Este libro destinaba evidentemente sólo para su uso particular; pero fue publicado cerca de un siglo más tarde (en 1858-1859) por Dr. Tafel de la Nueva Iglesia en ocho tomos en octavo, bastante voluminosos. Es una relación minuciosa y fidelísima de todas sus experiencias en el mundo espiritual.

En 1749 publicó el primer tomo de Arcana Coelestia, su primera obra teológica, cuyo último tomo fue publicado en 1756. Consta de nueve grandes tomos en cuatro y el contenido se halla arreglado en 10.839 párrafos numerados. En ella explica punto por punto una gran parte de las Sagradas Escrituras, y en demostración de su explicación cita otros pasajes, relacionados con los explicados, con tanta abundancia, que se puede decir que la obra es una explicación completa del sentido espiritual de todo el Verbo inspirado.

 A esta obra siguió una serie de tratados en dilucidación de su materia: (1) Las tierras en nuestro sistema solar, llamadas planetas, y las tierras en el espacio sideral, sus habitantes y sus ángeles y espíritus, de cosas oídas y vistas. (2) La Nueva Jerusalem y su celestial doctrina, de cosas oídas del cielo. (3) El caballo blanco, del que se trata en el Apocalipsis, Cap. XIX y el Verbo en su sentido interior, espiritual. (4) El Último Juicio y Babilonia destruida; de cómo todo lo profetizado en el Apocalipsis ha sido hasta hoy cumplido; de cosas oídas y vistas. (5) El Cielo y sus Maravillas y el Infierno; de cosas oídas y vistas; todos los cuales fueron publicados en Londres en 1758. 

Hasta su muerte continuó Swedenborg escribiendo obras teológicas, de las cuales Las Cuatro Doctrinas (1761-1762), El Divino Amor y la Divina Sabiduría (1763); La Divina Providencia (1764); El Apocalipsis Revelado (1766); El Amor conyugal (1768) y La Verdadera Religión Cristiana (1771) son las más importantes. Esta última la escribió a la edad de 82 años. Al año siguiente murió en Londres (1772), donde pasaba en invierno escribiendo sobre unos temas, que dejó en manuscrito. Dejó también muchas otras obras inéditas, la más extensa de las cuales es Apocalipsis Explicata, que ha sido publicada después, la edición inglesa consta de seis tomos grandes en cuarto.

No sólo como teólogo y Científico se distinguió Swedenborg más que sus contemporáneos. Su vida fue comúnmente activa y útil también en el orden político y social. El Rey Carlos XII, que era un notable   matemático y mecánico, pudo apreciar las extraordinarias aptitudes científicas de Swedenborg y se hizo su protector. En 1716, teniendo Swedenborg 28 años, le nombró asesor extraordinario de la Junta de Minas, puesto importantísimo, siendo la industria minera una de las más importantes de Suecia; Swedenborg realizó varias notables hazañas de ingeniería de resultados altamente benéficos. 

En 1718 recibió título nobiliario con asiento en la alta Cámara del Parlamento, lo cual abrió a su actividad un campo nuevo, en el que desplegó extraordinaria sabiduría.

Toda su vida fue enemigo declarado de los gobiernos despóticos. Ya en sus últimos años declaró en uno de sus informes a la Dieta sobre las prerrogativas de la corona, como sigue:

“Nadie tiene el derecho de dejar su propiedad y vida en el poder absoluto de un ser humano, porque de ellas sólo Dios es dueño, y nosotros no somos más que sus administradores. No puedo, por lo demás, ver diferencia entre un rey absoluto y un ídolo, porque a ambos rinden los hombres de igual manera su albedrío, obedeciendo a su voluntad y adorando a lo que sale de sus 1abios.”

Veinticinco años antes había expresado su admiración por la forma republicana de gobierno, la cual halló en práctica en Holanda.

“La República —dijo— me parece la garantía más segura de la libertad civil y religiosa, y una forma de gobierno más grata a los ojos de Dios, que la del imperio absoluto. En una república no se tributa a hombre alguno veneración y homenaje indebidos, sino que altos y bajos se tienen por iguales de reyes o emperadores. Esta forma de gobierno pone a los hombres en relaciones justas con Dios, y es digna de veneración, mientras que los gobiernos absolutos favorecen al engaño y la hipocresía hasta en la religión misma."

Estos eran los principios políticos por los cuales Swedenborg abogaba durante su participación en el Parlamento, la cual duró más de cincuenta años.

Poco tiempo después de su llamamiento divino renunció a su puesto en la Junta de Minas, para poder dedicarse más llenamente a su misión, lo cual sin embargo no entibió su interés por los asuntos públicos, en los cuales tomó parte activamente hasta su muerte. El rey le concedió retiro de la Junta con pensión de la mitad de su sueldo.

De sus propios medios atendió Swedenborg a los gastos de publicación de sus obras, de las cuales muchos ejemplares fueron distribuidos a título gratuito al clero y a bibliotecas públicas. A ninguna de sus obras teológicas puso su nombre, con excepción de El amor conyugal, a cuyo título añadió: por Emanuel Swedenborg, sueco, y La Verdadera Religión Cristiana, bajo cuyo título puso, por Emanuel Swedenborg, siervo del Señor Jesu-Crísto.

En el mundo espiritual presenció Swedenborg un acontecimiento de trascendentales consecuencias para el futuro estado de la Iglesia en el Cielo y en la tierra. Este acontecimiento era el ÚLTIMO JUICIO, que se verificó en ese mundo en el año 1757 y con él la Iglesia anterior, degenerada y corrupta, dejó definitivamente de Ser la Iglesia de Dios en la tierra, Siendo completamente separada del cielo y sustituida por la Nueva Iglesia, o sea la “Nueva Jerusalem”, que es la iglesia cristiana definitiva.

En el mundo cristiano se tiene por regla general una idea muy equivocada de lo que es el Ultimo Juicio, o sea el “Juicio Final”, del que hablan las Sagradas Escrituras, por lo cual creemos oportuno dar aquí una breve explicación de lo que realmente encierra este término.

El período de evolución de la Iglesia, desde su nacimiento hasta su extinción, es decir la evolución de su estado respecto al amor y a la fe, se llama en el Verbo un “siglo” y su último tiempo “fin de siglo” (en versiones castellanas de la Biblia se dice “fin del mundo”, en lugar de “fin del siglo”, que es la traducción exacta). A cada “fin de siglo” ha sustituido Dios la Iglesia destruida por una nueva, desechando a la anterior y adoptando la nueva; la anterior, dejada de la mano de Dios, ha ido a extinguirse en su noche, y la nueva, recibiendo de Dios alma y vida, ha entrado en su mañana y ha prosperado; porque la Iglesia es Iglesia sola y únicamente por hallarse en ella Dios, es decir, el bien y la verdad, que de Dios influye en ella.

Esta separación del cielo de la Iglesia degenerada y la instauración de la nueva, a cada “fin de siglo”, es el Último Juicio, y se ha verificado cada vez principalmente en el mundo espiritual, sin embargo con sus efectos consiguientes en el mundo natural. Ha sido efectuado por el Señor por conducto de los cielos, por un influjo más directo, y por eso más fuerte, de Sí mismo en las regiones inferiores, o sea en el mundo de los espíritus, separando allí los malos de los buenos, elevando éstos al Cielo, echándose aquellos al infierno y restableciéndose así el orden en el Cielo y también en el mundo y en la Iglesia; porque la continua influencia del mundo espiritual en el mundo natural hace que todo cuanto hay en este último tienda a asimilarse y a corresponder a aquél, y la disimilitud, producida por un Último Juicio verificado en el mundo espiritual, desaparece sucesivamente después del mismo, conforme van adoptándose las cosas naturales a sus prototipos espirituales. El “Último Juicio” es también idéntico con la “Venida del Señor”; porque ésta es la redención de la Iglesia y el restablecimiento del orden en todas las cosas, efectuados mediante el Último Juicio, al cual sigue implantación de verdades y bienes en las mentes humanas. De esta manera se ha verificado un “Último Juicio” y “La Venida del Señor” ya tres veces en el mundo espiritual entre espíritus de esta tierra. La primera cuando la destrucción de la Iglesia Antigua Primitiva, que era celestial, y la instauración de la sucesora, que era espiritual. La segunda cuando el Señor vino en la carne, y la tercera, cuando con la Nueva Iglesia volvió en espíritu.

El Último Juicio se verifica pues, en el mundo espiritual, donde todo hombre entra inmediatamente después de la muerte. Allí se verifica también el juicio de cada hombre que muere, porque allí cada uno es preparado para ocupar su lugar definitivo, bien sea en el cielo, bien en el infierno. La preparación consiste en que su exterior, con el cual en el mundo aprendió a aparentar mucho o poco —una calidad y un carácter que en realidad no existían en su íntima alma—, se amolda a su interior, y esto se verifica allí mediante una vida en completa libertad, a impulso de su íntimo amor, sin que haya vínculo exterior alguno que se oponga a tal vida, hasta que las cosas exteriores de espíritu quedan hechas forma y expresión exactas de su amor predominante.

La preparación se verifica con más o menos lentitud según el grado de disimulo adquirido en el mundo, y terminada la preparación, los buenos se hallan en forma hermosa angelical, correspondiente al amor bueno y puro de su voluntad, siendo elevados al “cielo” y hechos ángeles; los malos por otra parte, aparecen disformes, según el carácter y grado de su mal, en su mayoría monstruosos y negros, y de su libre albedrío se juntan con sus similares en el “infierno”. Este proceso, por el cual pasa todo hombre después de la muerte, es el “Juicio”, en sentido general, en el cual es juzgado cada uno en su “último día”, es decir a su muerte.

Pero el Último Juicio o “Juicio Final” es un juicio especial, verificado por el Señor al final del “siglo” de la Iglesia y se efectúa simultáneamente sobre todos los espíritus, que entonces se hallan en el mundo de los espíritus, cuantos hayan de ser juzgados con el fin de separar los malos de los buenos y poner todo en orden en el mundo espiritual y en la Iglesia.

Desde el Último Juicio, presenciado por Swedenborg en 1757, el período de preparación en el mundo de los espíritus no excede en caso alguno el tiempo de treinta años, según nuestra manera de contar; pero antes del mismo se acumulaba allí una inmensa multitud desde cuando el Señor estaba en el mundo; y cuando la Iglesia en el mundo es invadida por males y falsedades, predominan los espíritus disimuladores, malos y falsos en el mundo de los espíritus, infestando a los buenos y al cielo mismo, y acabarían por destruir todo, si el Señor no los separara en el “Juicio Final” del “siglo”. Al tiempo del Último Juicio en 1757, el predominio de los espíritus disimuladores era tal, que prevalecían contra el cielo e infestaban a los ángeles mismos. Una inmensa multitud de los que por la fe falsa de la Iglesia pervertida y corrompida, se consideraban acreedores a la bienaventuranza del cielo, careciendo sin embargo de amor celestial en su voluntad por ser interiormente malos, se imponía, penetraba y subía más alto de lo que correspondía a su vida, asediando y afligiendo a los realmente buenos, e interceptando el paso de la luz celestial a la Iglesia en el mundo, cual densos, negros nubarrones que oscurecen y ocultan al sol. Estos espíritus interiormente malos y falsos, aunque aparentemente virtuosos y santos, fueron entonces despojados de su apariencia, mediante un influjo de la Divina Verdad, más directo y fuerte, sobre las regiones inferiores, es decir, sobre el mundo de los espíritus, cuyo influjo les presentó en la Luz del Cielo cuales eran en su interior; y entonces se separaron espontáneamente de los buenos y buscaron sus parecidos en el infierno, con los cuales se juntaron, mientras que los buenos fueron purificados y elevados al cielo. Esto era, brevemente el Último Juicio predicho por el Señor a Juan en el Apocalipsis, y se efectuó en 1757, presenciado por Swedenborg.

  El “Juicio Final” que se verifica en el mundo de los espíritus tiene siempre relación con acontecimientos, que simultáneamente tienen lugar en el mundo natural, físico, civil y social; porque todo cuanto sucede en este mundo es efecto de una causa espiritual, y tales acontecimientos suceden a consecuencia de modificaciones o cambios de estados, verificados en el mundo de los espíritus, el cual se halla en comunicación con el mundo natural. Con todo esto, el Último Juicio ha pasado por así decir, inadvertido para los habitantes del mundo natural, porque por más que el acontecimiento espiritual es grande, importante, trascendental, sus efectos en la naturaleza del mundo y la raza humana pueden difícilmente distinguirse, o mejor dicho, apreciarse como efectos de tales causas, porque sus formas son muy distintas de éstas, siendo así que son correspondencias o sea formas naturales de las cosas espirituales, que las causan, y la ciencia de la correspondencia es aun casi desconocida en el mundo. 

Pero por más que el “Juicio Final” ha pasado por así decir inadvertido para los habitantes de este mundo no por eso han sido menos trascendentales sus efectos en la humanidad. A consecuencia del “Juicio Final” ha sido deshecha en una gran parte la interposición de los espíritus malos y falsos, “El Dragón fue vencido por Miguel y sus ángeles, y su lugar no fue más hallado en el Cielo” (Apoc. XII:7-9).

  “La Nueva Jerusalem descenderá del Cielo de Dios, dispuesta como una esposa, ataviada para su marido” (Apoc. XXI:2). En una palabra: El “Juicio Final” ha determinado y determinará en la humanidad mayor libertad espiritual o sea, mayor facultad de admitir y entender la verdad y de querer el bien y mayor capacidad de vivir en conformidad con las verdades del Verbo y por consiguiente mayor facilidad de ser regenerados y salvados. 

  La Iglesia es principalmente interior; se halla esencialmente dentro del hombre, y sólo el Señor ve lo interior y sabe quiénes en realidad pertenecen a Su Iglesia y quiénes no pertenecen a ella. La Iglesia del Señor en la tierra es universal e invisible; sus miembros se hallan diseminados por todo el mundo, mayormente sin tener relación y trato entre sí; pero si llegan a conocerse y a tratarse se sienten bien pronto como parientes y hermanos, lo cual en efecto son con respecto a su espíritu, pues su Padre común es el Señor, cuyo Amor se halla en todos ellos, uniéndoles entre ellos y con el Señor hasta ser una sola cosa…

Y vendrá un día en que la Iglesia destruida dejará de existir también de nombre, y “El Señor será Rey de toda la tierra” (Zacarías XIV: 7-9). “Todos conocerán al Señor, sin enseñarse unos a otros” (Jeremías XXXI: 33; 34); porque serán “enseñados por Jehová” (Isaías LIV: 13).

Esta es la “Nueva Jerusalem” del Apocalipsis, en la cual Juan “no vio templo, y la cual no tenía necesidad de sol ni luna; porque Dios Todopoderoso y el Cordero es su templo y la claridad de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera”. (Apoc. XXI: 22; 23.)

J. H. A.


EXTRACTOS DE LAS OBRAS DE EMANUEL SWEDENBORG
Traducidos al castellano por JOSE STIGLIANO (Soc. des Amìties Spírítuelles)

UN HOMBRE NUEVO

Cuando el hombre es regenerado deviene un hombre nuevo, enteramente otro. Mientras que su cara y su lenguaje son los mismos que antes, él no tiene más el mismo mental; su mental está entonces abierto hacia el cielo, y el amor por el Señor y la caridad hacia el prójimo habitan con la fe. Es el mental que hace al hombre otro y nuevo. El cambio de estado no puede ser distinguido en el cuerpo del hombre, pero lo es en su espíritu.

Despojado del cuerpo, su espíritu aparece en una forma totalmente otra, después de haber sido regenerado; él está entonces en una forma de amor y de caridad, de una inexpresable belleza, en lugar de su forma anterior, que era la de odio y de crueldad, de una fealdad igualmente inexpresable.
(Arcana Celeste N° 3212)

Hay un Solo Dios y el Señor es este Dios, Su Divino y Su Humano son una sola Persona.
(Divina Providencia Nº 122)


UN ÓRGANO DE VIDA

El hombre es un órgano de vida, y Dios sólo es la vida. Dios irradia su vida en este órgano y en todas sus partes, como el sol irradia su calor en un árbol y todas sus partes.

Además Dios da al hombre, de sentir en él esta vida como suya. Dios quiere que él la sienta así, a fin de que el hombre viva como por él mismo, según las leyes del orden, que son también en gran número, que él tenga preceptos un la Palabra y se disponga a recibir a veces el Amor Divino.

Dios tiene continuamente Su dedo en el nivel de la balanza y modera, sin jamás violar por constreñimiento el libre albedrío. El libre albedrío del hombre procede, de que él siente la vida como suya, y de esto, Dios la deja sentir así, a fin de que se opere una unión recíproca en EL y el hombre.
(Verdadera Religión Cristiana N° 504)
  

 POCO A POCO

El hombre que está regenerado, no deviene nunca rápidamente, sino lentamente, puesto que todas las cosas que el hombre ha pensado, proyectado en hechos desde su niñez, se han agregado a su vida y, la constituyen. Ellos han formado también entre ellos, un tal encadenamiento, que el uno no puede ser alejado sin que todos los otros, lo sean al mismo tiempo.

La regeneración o la implantación de la vida del cielo en el hombre comienza después de su infancia, dura hasta el último instante de su vida en el mundo, y es perfeccionado durante la eternidad.
(Arcana Celeste N° 9334)

LOS SACRAMENTO5

El Bautismo y la Santa Cena son los actos más santos del culto.

El Bautismo y la Santa Cena son como dos puertas por las cuales el hombre es introducido dentro de la vida eterna. Después de la primera puerta, hay como una planicie que él debe recorrer; y la segunda, donde se encuentra el premio, es el terminal hacia el cual él ha de dirigir su carrera; pues la palma le es dada únicamente después de la lucha, la recompensa después del combate.
(Verdadera Religión Cristiana Nº 667-7211)

EL BAUTISMO

El Bautismo ha sido instituido por signo, que el hombre es de la Iglesia, y por memorial, que él debe ser regenerado. En efecto, por el baño del bautismo no se entiende, sino el baño espiritual, que es la regeneración. Toda regeneración es efectuada por el Señor por medio de verdades de la fe, y de una vida de acuerdo a esas verdades. El Bautismo atestigua entonces que el hombre es de la Iglesia y que él puede ser regenerado; pues en la Iglesia, el Señor que regenera al hombre es reconocido, y en la Iglesia también se encuentra la Palabra, conteniendo las verdades de la fe, por las cuales él tiene regeneración.
(Doctrina Celeste, Nº 202, 203)

LA SANTA CENA

La Santa Cena ha sido instituida a fin que, por ella haya conjunción de la Iglesia con el cielo, y así con el Señor.

Cuando el hombre toma el pan, que es el Cuerpo, él está en unión con el Señor por el bien del amor hacia ÉL, procedente de ÉL; y cuando él toma el vino, que es la sangre, él está en unión con el Señor por el bien de la fe para con ÉL, procedente de ÉL.
(Doctrina Celeste N° 210, 213)

El Señor, tanto cuanto a lo Humano glorificado que cuanto a lo Divino, está todo presente en la Santa Cena. Y puesto que ÉL está todo presente; su redención toda entera está también, pues la redención está por todas partes donde se encuentra el Señor Redentor. Es por esto que todos los que observan dignamente la Santa Comunión vienen a ser rescatados y reciben los frutos de la redención que son la liberación del infierno, la unión con el Señor y la salvación.
(Verdadera Religión Cristiana Nº 716, 717)

LA RESPONSABILIDAD DE LA VIDA EN EL MUNDO

“Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de MI” (Mateo XI, 29). Algunos creen que es difícil de llevar la vida que conduce al cielo, llamada vida espiritual, porque ellos han oído decir que, el hombre debe renunciar al mundo y privarse de lo que ellos llaman las concupiscencias del cuerpo y de la carne, y vivir espiritualmente. Ellos entienden por ello, que ellos deben rechazar las cosas mundanas, que son principalmente las riquezas y los honores, caminar continuamente en piadosas meditaciones sobre Dios, la salvación, la vida eterna y pasar su vida en oraciones y la lectura de la Palabra y de libros de piedad.

Pero aquellos que renuncian al mundo y viven en espíritu, de esta manera se hacen una vida triste, que no es susceptible de real gozo celeste. Para recibir la vida del cielo, es necesario que el hombre viva en el mundo, sus empleos y sus negocios, y que por una vida moral y civil, él reciba la vida espiritual.

No es tan difícil como creen, de seguir el camino del cielo; se puede ver por esto: Cuando se presenta al hombre alguna cosa que él sabe que es deshonesta e injusta, pero a quien su espíritu es elevado, él sufre de pensar que ella no debo ser hecha, porque es contraria a los preceptos Divinos. Si el hombre se acostumbra a pensar, por consiguiente, él contrae el hábito, él llega gradualmente junto al cielo. Tanto él está unido al cielo, tanto las regiones las más elevadas de su mental son abiertas, él ve lo que es deshonesto e injusto, y en la medida que él ve los males, ellos pueden ser alejados, pues ningún mal puede ser alejado, a menos que éste sea visto.
(Cielo e Infierno, N° 528―5S3)



UNA JOYA SIN PRECIO

La inclinación conyugal de un marido por su esposa es la joya de la vida humana y el reservorio de la religión Cristiana.
(Amor Conyugal N° 457)

CASTIDAD PROGRESIVA DEL MATRIMONIO

El amor conyugal según su origen y su correspondencia es celeste, espiritual, santo, puro y limpio, más que todo otro amor que, por el Señor es entre los ángeles del cielo y entre los hombres de la Iglesia, Es tal, según su origen, que es el matrimonio del bien y de lo verdadero; tal también, según su correspondencia con el matrimonio del Señor y de la Iglesia. Si él es recibido de su autor, que es el Señor, deriva del Señor una santidad que lo limpia y lo purifica continuamente. Si entonces hay en la voluntad del hombre un deseo y un esfuerzo por alcanzarla, este amor deviene de día en día más limpio y más puro. Aquellos que están en un amor semejante huyen de los amores extraconyugales (es decir de las uniones con otras, que su propia esposa o de su propio marido).

Como ellos huirían de la pérdida de su alma de los estanques del infierno, tanto los esposos huyen estas uniones, mismo cuanto a los deseos libidinosos de la voluntad y a las intenciones que derivan, tanto el amor conyugal se purifica y ellos llegan a ser progresivamente espirituales.
(Amor Conyugal N° 64, 71)

LA IMPORTANCIA DE SU USO

El amor conyugal es la base de todos los buenos amores; él está inscripto en los menores detalles de la vida del hombre. Los placeres de este amor sobrepasan los placeres de todos los otros amores, y en la medida de su presencia y de su unión con ellos, él nos llena de delicias.

En él han sido reunidas todas las delicias desde las primeras hasta las últimas, a causa de la excelencia de su uso, que es la propagación del género humano y por consecuencia la del cielo angélico.

Como este uso ha sido el fin supremo de la creación, todas las beatitudes, las dulzuras, las delicias, todos los encantos y los placeres que el Señor Creador puede gratificar al hombre, se encuentran reunidos en este amor.
(Amor Conyugal N° 68)

Los estados del amor conyugal son la inocencia, la paz, la tranquilidad, la amistad íntima, la plena confianza, y entre los esposos, el deseo proveniente del espíritu y del corazón, de hacerse mutuamente toda clase de bien.
La bendición, la satisfacción, el encanto y el placer derivan de estos estados, la felicidad celeste resulta de una alegría eterna de todas las cosas.
Estos estados no son posibles más que en el matrimonio de un solo esposo con una sola esposa.
(Amor Conyugal Nº 180, 181)

miércoles, 21 de agosto de 2013

El POETA (El despertar del Maestro Espiritual)

A continuación un breve cuento de Hermann Hesse (1877-1962), escritor, poeta, novelista y pintor alemán. Recibió el premio nobel de literatura en 1946. Y sus escritos nos revelan sus estudios al interior de Ordenes iniciáticas y esotéricas, ya que muchas veces en ellos se encuentran testimonios que sólo un un buscador en el Sendero Espiritual podría referir.

Este cuento llamado "El poeta", señala la forma en que el buscador, se transforma en estudiante, y finalmente, el paso natural, en Maestro. En una breves y muy hermosas palabras se da a entender una vivencia muy profunda y única, que al parecer sólo el que la ha vivido puede comprenderla a cabalidad.

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Cuentan que el poeta chino Han Fook estaba en su juventud animado de un prodigioso afán de aprender todo lo concerniente al arte poética y de alcanzar en ella una perfección superlativa. A la sazón —aún vivía en su tierra junto al río Amarillo— estaba prometido —por deseo propio y con el apoyo de sus padres, que le amaban tiernamente―con una joven de buena familia, y pronto se iba a señalar un día de buen agüero para fecha de las bodas. Por entonces, Han Fook tenía unos veinte años y era un mozo galán, modesto y de excelentes modales, instruido en las ciencias, y, a pesar de sus pocos años, conocido ya entre los literatos de su país a través de varios poemas sobresalientes. Sin ser precisamente rico, tenía en perspectiva holgados medios de fortuna, que aumentarían además con la dote de su prometida; y como esta era por añadidura muy bella y virtuosa, parecía no faltar absolutamente nada para la felicidad del joven. Sin embargo, no se sentía del todo contento, pues su corazón estaba poseído de una ambición: llegar a ser un poeta perfecto.

Sucedió una vez que, al caer la noche, mientras se celebraba en el río la fiesta de los faroles, Han Fook se quedó paseando solo allende las aguas. Se apoyó en el tronco de un árbol, que desde la orilla se inclinaba hacia la corriente y vio flotar y temblar mil luces en el espejo del rio; vio en las barcas y almadías a hombres, mujeres y muchachas que se cumplimentaban mutuamente y relucían con sus trajes de fiesta como hermosas flores; escuchó el débil murmullo del agua iluminada, las rapsodias de las cantoras, la vibración de las cítaras, los dulces sones de los flautistas, y encima de todo, vio la noche azulada señoreando los espacios, como la bóveda de en templo. Latíale con fuerza el corazón al joven, mientras —como espectador solitario, obediente a la disposición de su ánimo— contemplaba toda aquella hermosura. Pues aunque mucho le atraía el cruzarlas aguas, asistir a la fiesta y disfrutar de ella en compañía de su novia y de sus amigos, anhelaba más captarlo todo en calidad de sutil observador y reflejarlo en una poesía perfectísima todo: el nocturno azul, el rielar de las luces en la corriente y también el contento de los invitados y las ansias del mudo testigo que se respaldaba en el tronco de un árbol de la orilla. Y entonces cobró conciencia de que, en adelante, aunque su corazón buscase el completo bienestar y la serenidad absoluta en los placeres y fiestas terrenales, jamás los hallaría; de que, además, seguiría siendo un solitario en medio de la vida y, en cierto modo, un mero espectador y un advenedizo. Se dio a sentir que su alma era de tal condición señera aun en medio de muchas otras almas, y que tan necesario le era a él mismo entrar en la belleza del terruño como experimentar la secreta nostalgia del forastero.

Meditando de esta manera concluyó por entristecerse; la meta de sus cavilaciones fue que una verdadera dicha y honda hartura sólo podrían caberle en suerte algún día si lograba reflejar muy especiosamente el mundo en sus versos, de tal guisa que acabara por poseer el mundo mismo acendrado y perpetuado a través de aquellas imágenes reflejas. 

Apenas sabía Han Fook si estaba despierto o adormilado, cuando percibió un leve ruido, y junto al tronco del árbol vio a un desconocido en pie: era un anciano con vestiduras de color morado y aspecto venerable. Enderezóse y le saludó con la reverencia debida a una persona distinguida y de provecta edad; el extranjero sonrió y recitó algunos versos en los que se contenía todo cuanto acababa de sentir el joven, expresado con tal fidelidad a las reglas de los grandes poetas y con tan gran hermosura y perfección, que al joven se le detuvo el corazón de asombro.

 
—¡Oh! ¿Quién eres —exclamó mientras se inclinaba con profunda cortesía—, que sabes leer en mi alma y dices versos más bellos que cuantos haya escuchado de todos mis maestros?

El desconocido sonrió nuevamente con la sonrisa del que sabe la última palabra, y dijo:

―Si quieres llegar a ser poeta, ven a mí. Hallarás mi cabaña junto al hontanar del gran río, en las montañas del Noroeste. Mi nombre es El Maestro de la Palabra perfecta. 

Dicho esto, el anciano se deslizó en la exigua sombra del árbol y desapareció con presteza. Han Fook, que buscó en vano y sin hallar el menor rastro de él, acabó por creer firmemente que todo había sido una ilusión debida al cansancio. Se apresuró a pasar a la otra orilla en la lancha y tomó parte en la fiesta; mas entre las conversaciones y el son de las flautas percibía sin interrupción la misteriosa voz del forastero. Parecíale al joven que su alma salía en pos de aquel a reunirse con él, aunque de hecho continuase sentado, ajeno de sí, con mirada soñadora, entre la alegre concurrencia que le embromaba por su arrobo. 

Pocos días después quiso el padre de Han Fook convocar a sus parientes y amigos para fijar la fecha de la boda. El novio se opuso a ello y le dijo:

—Perdóname si parezco faltar a la sumisión que un hijo debe a su padre. Pero sabes cuánto deseo superarme en el arte de trovar, y aunque algunos de mis amigos alaban mis poemas, bien sé que aún soy un principiante y que estoy en los primeros pasos de mi camino. Por ello te ruego que me dejes seguir en soltería algún tiempo más y dedicado a mis estudios, pues me parece que si he de gobernar casa y esposa, esto me apartaría de aquellas otras cosas. En rigor soy joven todavía y sin mayores obligaciones; quisiera vivir exclusivamente para mis poemas durante una temporada, pues de ellos espero obtener alegría y gloria.

Estas palabras dejaron estupefacto al padre, que dijo:

—Ese arte debe serte querido sobre toda manera, cuando por su causa quieres aplazar hasta tus bodas. O es que ha ocurrido algo entre tu novia y tú; si es así, dímelo, que yo puedo ayudarte a que os reconciliéis... o a procurarte otra prometida.

Pero el hijo juró que no quería a su novia menos que ayer y que siempre, ni les separaba sombra alguna de incidente o discordia. Al mismo tiempo relató a su padre que el día de la fiesta de las linternas se le había manifestado en sueños un maestro y que deseaba con más ardor ser su discípulo que tener toda la felicidad del mundo. 

—Está bien —habló el padre—. Te concedo un año. Puedes dedicar este tiempo a tu ensueño, que tal vez te haya sido enviado por algún dios.

—Tal vez necesite dos años —repuso Han Fook titubeando—. ¿Quién puede saberlo?
Dejóle el padre partir y quedó contristado; el joven escribió a su novia una carta despidiéndose y se marchó. 

Tras muy largo peregrinar alcanzó las fuentes del río; halló una cabaña de bambú que se encontraba en grande soledad, y delante, sobre una estera hecha a mano, estaba sentado el anciano a quien había visto en la orilla junto al tronco del árbol. Tocaba el laúd, y cuando vio que el viajero se le acercaba con veneración, no se levantó ni le saludó, sino que solamente sonrió y dejó correr los sensibles dedos sobre las cuerdas; una música encantadora se expandió como una nube de plata por los ámbitos del valle y el joven permaneció en pie, extasiado y olvidado de todo lo demás en su dulce estupor, hasta que el Maestro de la Palabra perfecta dejó a un lado su pequeño laúd y entró en la cabaña. Allí le siguió Han Fook lleno de unción y se quedó a su lado como servidor y discípulo.

Al cabo de un mes había aprendido a desdeñar todas sus anteriores canciones y, en efecto, las borró de su memoria. Y también, meses después, hubo de borrar de la memoria las canciones que de sus mentores había aprendido en su patria. El Maestro apenas cruzaba la palabra con él; sin hablar, enseñóle el arte de tocar el laúd, hasta que la esencia del discípulo quedó toda saturada de música. Un día Han Fook hizo una breve poesía, en la que describía el vuelo de dos pájaros por el cielo otoñal y de la cual quedó satisfecho. No se atrevió a enseñársela al Maestro, pero la cantó una noche apartado de la cabaña, si bien el Maestro pudo escucharla. No le dijo ni una palabra a su discípulo; tan sólo tocó suavemente su laúd y al punto refrescó el aire y se aceleró el crepúsculo, Se levantó un viento cortante, a pesar de estar a mitad del verano, y por el cielo —que se había agrisado— pasaron dos garzas volando con poderosas ansias viajeras. Todo aquello era mucho más hermoso y perfecto que el poemita del joven, de suerte que éste se entristeció y se percató de su demérito. En cada nueva oportunidad el anciano obró análogamente, y un año después Han Fook sabía tocar el laúd casi a la perfección, pero el arte de hacer trovas lo veía cada vez más difícil y sublime. 

Transcurrieron dos años y el joven sintió una intensa nostalgia de los suyos, de su patria y de su prometida; pidió, pues, al Maestro que le dejase marchar.

El Maestro sonrió y movió la cabeza en señal de asenso.

―Eres libre —dijo―, y puedes ir a donde quieras. Puedes volver o quedarte en el camino, enteramente a tu gusto.

Emprendió el educando su viaje y estuvo caminando infatigablemente, hasta que una mañana, al amanecer, encontróse en la ribera del río de su tierra natal y más allá del arqueado puente divisó la ciudad de sus progenitores. Se deslizó furtivamente en el jardín de la casa paterna, y a través de la ventana del dormitorio del padre —que aún dormía—oyó su respiración. Se introdujo luego en el huerto de su prometida, y subiéndose a lo alto de un peral vio desde allí a su novia, que se estaba peinando en su alcoba. Y mientras sus ojos contemplaban todo, lo iba comparando con las imágenes que se forjara en su añoranza; se le hizo patente el remanecer de su destino de poeta y descubrió que en los sueños de los vates alientan una belleza ya una gracia que es inútil buscar en las cosas de la realidad. Bajó de árbol, huyó del jardín y cruzando el puente salió de la ciudad de sus padres y regresó al alto valle, en las montañas. Allí estaba sentado sobre su humilde estera ante la cabaña, como en otro tiempo, el viejo Maestro, y tañía con sus dedos el laúd; y en lugar de saludo pronunció dos versos relativos a las bienandanzas que traen consigo las bellas artes, versos cuya hondura y eufonía hicieron que al joven se le llenasen los ojos de lágrimas.

Permaneció, pues, Han Fook otra vez al lado del Maestro de la Palabra perfecta, quien entonces —puesto que aquél ya dominaba el laúd— le enseñó a tocar la cítara; y los meses volaban, como la nieve a merced del poniente. Por dos veces más ocurrió que la nostalgia vino a abrumarle. Una de ellas huyó el joven secretamente de noche; pero antes de que hubiera alcanzado el último recodo del valle, un viento nocturno sopló en la cítara que había dejado colgada a la puerta de la choza, y las notas volaron a él y le movieron a retroceder, sin que pudiera resistirse. La otra vez soñó que plantaba un arbolillo en su jardín; estaba presente su mujer, y sus hijos regaban el árbol con vino y leche. Cuando despertó, brillaba la luna en su habitación; irguióse conturbado y vio cerca al Maestro, que dormía con un leve temblor en su cana barba; en aquel momento le invadió un odio amargo hacia aquel hombre que, a su entender, le había destrozado la vida y le había embaucado respecto a su porvenir. Sentía deseos de precipitarse sobre él y darle muerte, cuando el anciano abrió bruscamente los ojos y empezó en el acto a sonreír con una dulzura sutil y triste que desarmó al adepto.

—Recuerda, Han Fook —dijo el anciano en voz baja—, que eres libre de hacer lo que quieras. Puedes ir a tu país y plantar árboles; puedes odiarme y darme muerte; poco importa. 

—¡Ay, cómo podría odiarte! —-exclamó el poeta violentamente agitado—. Eso sería como pretender odiar al mismo cielo. 

Se quedó, aprendió a tocar la cítara y después la flauta y, por último, empezó a componer poemas bajo la dirección del Maestro; se ejercitó paso a paso en aquella disciplina esotérica, que parecía ser no más la expresión de lo simple y de lo llano; pero de tal manera dicho, que se siguiese una revolución en el alma del oyente como la del viento en el espejo de unas aguas dormidas. Describió el orto del sol cuando éste se demora en el borde de la montaña, el silencioso escurrirse de los peces cuando huyen como sombras por el agua o el mecerse del sauce al viento de primavera; y al oírle no se evocaba sólo el sol y el jugueteo de los peces o el murmurio del sauce, sino que en cada caso parecía como si, por un instante, el cielo y el mundo se concertasen en una música perfecta; y cada oyente se acordaba entonces, con placer o con dolor, de aquello que amaba o desamaba: el niño, de sus juegos; el joven, de su amada; el viejo, de la muerte.

 
Han Fook no sabía ya cuánto duraba su permanencia al lado del Maestro, cerca de las fuentes del río grande; a menudo tenía la sensación de haber llegado por primera vez al valle la noche anterior, de haber sido recibido la víspera por los arpegios del anciano; otras muchas veces, en cambio, era como si todas las generaciones de la Humanidad y los siglos hubiesen ido caducando tras él hasta reducirse a vanidad.

Una mañana, al despertar en la cabaña, hallóse solo, y aunque buscó y llamó, el Maestro había desaparecido. Durante la noche, las muestras eran de que el otoño hubiese llegado de pronto; un viento desapacible zarandeó la vieja choza, y sobre la cresta de la montaña volaban grandes bandadas de aves emigrantes, aun cuando todavía no fuese tiempo para ello.

Tomó entonces Han Fook su pequeño laúd y bajó a las tierras de su patria; y allí donde se encontraba con gente, era saludado con la ceremonia debida a los ancianos y personas de calidad. Cuando llegó a su ciudad natal, su padre, su novia y sus parientes habían fallecido y otros seres humanos vivían en sus casas. Por la noche, una vez más, se celebraba junto al río la fiesta de los faroles, y el poeta Han Fook se quedó en la orilla opuesta, en medio de la oscuridad, recostado sobre el tronco de un añoso árbol. Comenzó a tocar su pequeño laúd; las mujeres suspiraban y embelesadas miraban con ansiedad hacia negrura; los jóvenes llamaban al músico, a quien no podían encontrar en ninguna parte, y en voz alta protestaban de no haber escuchado jamás otra música de laúd parecida. Han Fook sonreía contemplando el río, donde flotaba el reflejo de mil lámparas, y así como no acertaba ya a distinguir el reflejo de la realidad, así tampoco pudo hallar en su alma diferencia entre esta fiesta y aquella otra a la que asistiera en sus mocedades, y durante la cual le avino escuchar las palabras del extraño Maestro.

Hermann Hesse