La Logosofía es un movimiento surgido en la primera mitad del siglo XX en Argentina bajo el liderazgo de Carlos Bernardo González Pecotche (Raumsol), educador argentino, quien ve en este sistema una forma de educar a las almas que venían a este mundo y prepararlos para nuevos tiempos y ayudarlas a decubrir en ellas las verdades eternas.
La Logosofía se ha difundido por el mundo en distintos centros en Argentina, Brasil, Uruguay y México y muchos otros paises. Si desean más antecedentes sobre este movimiento sugiero entrar en la siguiente dirección: http://logosofia.info/es/index.php
Miguel Ángel Aimó es discipulo de Raumsol, y escribe esta breve obra con el objeto de difundir algunos temas fundametales mirados desde el particular punto de vista de la Logosofía.
El temario completo de la obra es: Dios - La personalidad - La libertad - El fin y los medios - El matrimonio - En un principio era el Verbo - Tiempo eterno. La unión de los tiempos - La inmortalidad.
Que disfruten y saquen provecho a esta lectura.
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La concepción logosófica, siempre
real y extraordinaria, que pone de manifiesto verdades incontrastables, acude a
los conceptos de personalidad e individualidad que se pueden interpretar de
acuerdo con las posibilidades de cada uno, en forma superficial o profunda, y
tan diferentes son las dos facetas de comprensión unidas entre sí por múltiples
eslabones, que si un ser limitado a un aspecto primitivo bruscamente tuviera
una ampliación de conciencia que le permitiera comprender la otra, se encontraría
en la misma condición del ciego, que al ver por primera vez sería incapaz de
darse cuenta que lo que está percibiendo es el color rojo, porque nunca ha
sabido que existían los colores.
La personalidad y la
individualidad, entendidas en profundidad, darán pábulo a la comprensión de los
grandes motivos.
Vamos a dejar transitoriamente a
un lado a la individualidad, a la que no vamos a recurrir en esta charla, y
preferentemente nos ocuparemos de la personalidad, por ser este el meandro en
que permanentemente vivimos.
También el concepto de
personalidad varía de acuerdo con cada uno, pero la realidad es sólo una, y
conviene que definitivamente sepamos que es personalidad, a qué se debe y dónde
está el tremendo engaño de la misma, que, a pesar de ser necesaria dentro de
nuestro planteo evolutivo, indudablemente no es una realidad, sino una deformación
de ésta.
Estamos acostumbrados a definir
la personalidad como conjunto de deficiencias. ¿Es que se pueden definir realidades
sobre la base de calificativos, de adjetivos? ¿Es correcto decir que lo
amarillo es el sol, o que el sol es algo que está coloreado de amarillo?
¿Se puede decir que el contenido
de un libro tiene importancia si no hay nadie que lo lea? Si no existiera el
lector, todas las palabras que existen en un libro, por más sanas, por más
perfectamente plasmadas en la mente del autor, no tendrían absolutamente
ninguna importancia, por cuanto no existiría alguien capaz de conocer. La mesa
mejor servida, con los manjares más deliciosos, tampoco tendría importancia
alguna, pues no habría nadie capaz de manejar los cubiertos ni de ingerir los
alimentos.
Entonces, vamos a bucear un poco
más hondo dentro del problema, y nos daremos cuenta de que la personalidad no
puede ser un conjunto de calificativos, es decir, de deficiencias, sino que
éstas configuran una personalidad. Pero para que tal contingencia se produzca
es absolutamente necesario que todos los elementos estén sostenidos sobre un
basamento que les dé forma y cohesión; es decir, todas las deficiencias, por sí
solas, no son más que deficiencias, pero cuando se unen y están comprendidas
dentro de un nudo que las une, entonces sí contribuyen a formar la personalidad.
Ésta, pues, es un conjunto de deficiencias actuando sobre un núcleo central que
es conscientemente capaz de darse cuenta de que ellas existen. Es necesario que
haya conciencia para que haya personalidad. ¿Pero es personalidad un nudo
rodeado de deficiencias solamente? ¿Qué es lo que se nos presenta a la vista
cuando nos encontramos en presencia de un ser humano? El físico del ser, sus
piernas, sus brazos, su cara, sus gestos; éstos configuran ya la parte física
de algo perecedero que indudablemente utiliza ese ser como vehículo en este
mundo, y al que tenemos que hacer formar parte de su personalidad. La persona
de este ser está formada físicamente por ese cuerpo, esa cara, esos gestos, incluso
por cl tono de la voz, por la mirada, por el andar.
Sigamos estudiando este tema para
ubicarnos cada vez más profundamente dentro del problema. Observemos Ciertas
facetas que configuran diferentes personalidades, sobre la base de elementos
predominantes.
Recurramos al sexo, que es algo
fundamental en la vida de los seres humanos, y nos daremos cuenta de que existen
individuos fuertemente sexuales, individuos medianamente sexuales e individuos
tranquilos en lo que concierne al sexo. Pero ello no es nada; tomemos un ser fuertemente
sexual, con gran atracción física, que configura cierta agresividad personal en
lo que concierne al comportamiento con otro sexo; sometámoslo a una operación
quirúrgica, merced a la cual le extirpamos ciertas partes de su organismo, y
comprobaremos que paulatinamente, a medida que la nueva situación física se
establece, cambia la personalidad de este ser: ya no es más agresivo, se
comporta tranquilamente ante el sexo opuesto, e incluso todas las
características que podrían determinarse por una trasmutación de la energía sexual
en algo más sublime van paulatinamente decayendo de tal manera, que hasta las
manifestaciones artísticas, las manifestaciones de belleza, trasunto de una
modificación de la energía sexual, también disminuyen. Nunca se han encontrado
artistas con déficit sexual, castrados. El castrado nunca ha sido artista. Es
notable esta situación. Hay una vinculación extraordinaria entre el arte y la
sexualidad. Parecería que la represión del sexo determinara una mayor
posibilidad artística; pero es indispensable la integridad sexual para que la
conexión con el arte sea correcta.
Concluyamos entonces con esta
parte de la comprensión, y nos daremos cuenta de que una pequeña intervención
quirúrgica condiciona un estado a través del cual se han modificado por
completo las diferentes características que constituyen al ser: su afecto, su
atracción, su urgencia sexual y otras facetas artísticas y al mismo tiempo
afectivas, porque no todo el sexo se exterioriza con el abrazo, sino también
por cierta ternura, por el cariño que se dirige hacia la esposa, o hacia el
esposo; todas esas facetas van cambiando a través de una situación en que la
indiferencia sustituye a la atracción, imperiosa o no, que antes privaba en el
ánimo del ser que en estos momentos consideramos a través de estas
modificaciones.
Pero eso no es todo. Hay
individuos que, debido a ciertas enfermedades gástricas, padecen de un hambre dolorosa
y perentoria que los obliga a ingerir con frecuencia, durante el día, gran
cantidad de alimentos, situación que también configura una característica
personal. Este individuo es un glotón, y todo el mundo ya ha marcado su
existencia con esta característica, pero no lo es porque quiera serlo, sino
porque no tiene más remedio, pues si no come sufre sobremanera por el dolor que
siente. Observemos cómo una pequeña úlcera también condiciona alguna actitud
especial ante el alimento, que en muchas oportunidades obliga al ser a
trasgredir preceptos éticos y normas morales, por cuanto si su capacidad
pecuniaria le impide adquirir todos los elementos que le son indispensables, su
dolencia física lo impulsará incluso al robo, a cometer actos reñidos con la
realidad, por cuanto sus dolores inexorablemente lo empujarán a conseguir lo
que le es indispensable.
Fijémonos cómo una manifestación
física pequeña puede llegar incluso a determinar en el ser brutales
trasgresiones de tipo ético y penadas por la ley. Cómo la moral de un ser puede
estar condicionada a un estado físico determinado.
Pero eso no es todo. Podemos
hablar del oído, podemos hablar de todos los sentidos que conocemos. El arte,
la belleza son cosas accesibles a personas que conservan intactos los sentidos.
No podemos entender que existiera ningún Rembrandt, ningún Miguel Ángel, ciego de
nacimiento; nadie podría darse una idea de la magnificencia de la combinación
de los colores o de la belleza escultórica de las estatuas, que compiten maravillosamente
con la realidad y a veces la superan, sin la posibilidad de poder apreciarlas
con la vista. Entonces, es indispensable cierta integridad orgánica para poder
ponerse en contacto con verdades.
Nadie podría imaginarse a un
Beethoven, a un Mozart, a un Ravel, sordo de nacimiento, puesto que para tener acceso
a esta clase de verdades, de bellezas, es absolutamente necesario contar con
los órganos que corresponden para estar en contacto con ellas.
Entonces, fijémonos cómo todas
las posibilidades del ser, hasta cierto punto, dependen de pequeños procesos físicos.
El arte, la belleza, las
características afectivas y las éticas que configuran la personalidad —y
hacemos en este momento gracia de una cantidad de detalles que podríamos traer
a colación— dependen de elementos groseros, de órganos, de células, de úlceras,
de vista, de oído; de todo esto dependen. Aparte, y sin tener afecciones
llamativas que se pongan rápidamente de manifiesto, hay factores de
microquímica dentro del organismo, factores hormonales, nerviosos, que
condicionan también variaciones determinantes, a su vez, de diferentes facetas
en lo que concierne a la personalidad. Todos conocemos la ciclicidad de los
estados afectivos. Hay momentos en que el ser se siente alegre, cariñoso, y en
otras oportunidades, condicionado por preocupaciones o por lo que fuera, el ánimo
se torna triste, áspero, deprimido y a veces desagradable; en ocasiones, es
imposible pensar que el mismo que ayer era alegre, dicharachero, decidor, capaz
de dar, de obsequiar y de acompañar a un amigo, hoy o mañana varíe de tal
manera que sea absolutamente irreconocible, por cuanto se trasforma en un
hombre gruñón, desagradable v antipático, quizá porque su microquímica ha
cambiado por cualquier factor externo ―un susto, una actitud de ira, una mala comida
que ha agredido a su vesícula biliar.
Entonces, además de las
deficiencias y de las antideficiencias, que no hay que despreciar, porque
constituyen gran parte de la personalidad, tenemos una cantidad de elementos
físicos, que son los que a veces la condicionan, y si bien las deficiencias y
las antideficiencias son hereditarias, son herencia de sí mismo, también
podemos aceptar que estas condiciones físicas —el dolor de cabeza después de un
“tuco”, o el hambre dolorosa de una úlcera— igualmente son condiciones
hereditaria, pues podemos pensar que la úlcera está determinada por ciertas
actitudes físicas o espirituales que el individuo ha ejecutado.
Pero aparte de las deficiencias
que vienen de largo alcance tenemos una cantidad de elementos que también configuran
la personalidad. Una deficiencia especial, la impaciencia, no se va a presentar
en un individuo con el estómago lleno, tranquilo, rozagante, satisfecho y
pletórico; pero se puede poner de manifiesto en una persona que en un momento
determinado tiene apetito y urgencia por satisfacerlo.
Entonces, si la personalidad es
todo lo ostensible, todo lo que vemos de nosotros a través de nuestra vida, y
depende de procesos vitales que son perecederos, debemos llegar a la conclusión
de que esa no es la verdadera realidad, por cuanto todo ello termina cuando el
ser termina.
Entonces, ¿qué es esto? Es un
espejismo, es una manera torcida de tener contacto con realidades, a través de una
masa grotesca, elemento fundamental para la vida por cuanto la individualidad,
o el espíritu, necesita de esa personalidad para actuar; la necesita y la usa.
Pero a través de esa herramienta, que se encuentra impelido a utilizar, también
se trampea a sí mismo, porque es un cristal esmerilado que no le deja ver sino
nubarrones turbios, cuando del otro lado la realidad es cristalina y límpida.
La verdad no es una intolerancia,
no es una imposición, no es una úlcera del estómago, no es una atracción sexual,
no es nada de eso. La verdad es algo que está detrás de todo eso y que eso no
nos deja palpar por cuanto está deformando permanentemente esa realidad a través
de las propias dolencias, de las propias facetas, de las propias pequeñas
situaciones que se nos presentan a la vista y que nos capturan llevándonos
detrás de ellas, sin darnos cuenta de que el concepto de la verdad es una cosa
absolutamente integral.
Vamos ahora a definir nuestro
propósito. Nosotros podemos dejarnos llevar o justificar nuestra existencia por
dos clases de elementos, los personales y los permanentes. Los personales son
las características multifacéticas que hacen actuar a todos los seres humanos
que conocemos.
Ellos nunca han pensado que todos
esos elementos están unidos engrampados por una cosa tremenda, fundamental,
eterna, imperecedera, que es para la personalidad lo mismo que el lector es
para un libro, lo mismo que el sujeto es para todos los elementos que lo
configuran.
Para que exista personalidad,
indudablemente debe también existir un espíritu al que la personalidad
envuelve, y es tan real el error en que vive la humanidad, convencida de que lo
único existente es la personalidad, que su actitud, en lugar de dirigirse hacia
la concreción y de un concepto de integridad, se va dilacerando en las diferentes
dimensiones que le reclama cada uno de los aditamentos de la personalidad.
Se pierde la perspectiva de la
unidad inmortal que hay dentro de cada uno de nosotros, corriendo detrás de
quimeras que nos dominan de tal manera, que nos hacen perder conciencia de
nuestro cometido.
El espíritu necesita de la
personalidad para expresarse en este mundo físico, donde sin órganos, sin
sentidos, no podría tener ninguna exteriorización vital.
El espíritu necesita de la
personalidad, como el automovilista necesita del automóvil, por cuanto el
automóvil solo no sirve para nada, y por cuanto el automovilista sin automóvil
no puede competir en ninguna carrera; son dos elementos que se complementan.
Pero a lo largo de la evolución del ser la conciencia debe desplazarse de lo separativo,
de lo aislado, del espejismo de la personalidad, hacia el nudo vital que
recuerda nuestro origen eterno.
Hoy me siento alegre, he comido
bien, mis órganos funcionan magníficamente, he ganado una cantidad respetable
de dinero, no estoy sujeto a ningún problema urgente, y me siento cómodo en
esta vida. Cualquier amigo, cualquier persona que me necesite, si es que no me obliga
a moverme demasiado, dado lo pesado de mi digestión, me puede encontrar, y este
dinero que fácilmente he adquirido, también fácilmente lo puedo poner a
disposición de una persona necesitada, puedo prometer cosas, puedo sentirme
héroe, y es posible que el amigo que acuda a mí me encuentre con los brazos
abiertos y reciba una impresión de esta personalidad de hoy.
¡Pero cuidado con que mañana yo
no me encuentre en las mismas condiciones físicas! ¡Cuidado con que la comida
ingerida hoy me caiga mal y el dolor de cabeza y los retortijones de estómago
se apoderen de mí! ¡Pobre del amigo que vaya a reclamarme el dinero que con tanto
afecto yo le prometí ayer! ¡Pobre de las personas que piensen que yo soy un ser
eminentemente bueno y generoso! ¡Qué disgusto se van a llevar! Se encontrarán con
una persona de mal humor, de mal carácter, que les dice que no tiene nada, que
lamenta profundamente sí ayer les prometió una cosa, pero que por desgracia ha recibido
un aviso de que no se le ha acreditado el último cheque, que se encuentra sin
fondos en el banco, y en fin, que dará marcha atrás a todo lo que prometió
ayer. En cambio, pasado mañana, en un estado normal de espíritu, sin plétora
alimenticia, sin dolor de cabeza, podré estar en un estado de equilibrio donde,
en fin, daré lo que pueda, y lo que no pueda no lo daré, y de nuevo entraré en
el tráfago de los negocios donde el egoísmo, la vanidad y todas las cosas me
empujarán al compromiso de una lucha, donde el hombre es el lobo del hombre.
Entonces, ¡qué falaz es todo
esto! ¡Qué ridículas las luchas cotidianas! ¡Qué desproporcionadas! ¡Qué penoso
es sufrir por conseguir en exceso bienes materiales que no nos llevaremos! ¡Qué
falta de perspectiva hay en esa lucha permanente, en esa agresividad del ser
contra el medio externo! ¡Qué cosa triste es ver cómo la humanidad se mueve
detrás de espejismos, detrás de cánones, detrás de todas esas cosas que
configuran esa personalidad que va a terminar cuando termine el ser!
Pero en cambio, ¡qué hermoso es
abrir la puerta a ese difícil pero maravilloso camino interior que nos lleva al
encuentro de nuestro verdadero ser interno! ¡Cómo el contacto con nuestra
realidad interior nos empuja inexorablemente hacia la comprensión de ese
concepto de unidad, cómo se va sintiendo que todo es una sola cosa y que lo
demás son vanidades, ilusiones y eventos artificiales que deforman la realidad!
Si extraemos todo lo externo, si
extraemos el mal humor, si quitamos la ira, si extirpamos el hambre devoradora,
si nos despojamos del sexo, de la atracción física, de la atracción espiritual
de todas estas cosas, que van configurando la personalidad; si nos despojamos
de todo lo que conocemos de nosotros mismos y conocemos de los demás; si
hacemos abstracción de todo eso, ¿qué nos queda? Nos queda sólo la conciencia
de nuestra propia existencia, la conciencia de ser, el saber que somos algo. A
nuestro criterio, queda el darnos cuenta de que ese algo no es la impulsividad,
ni es el hambre, ni es el sexo, ni es la caricia, ni es la atracción, ni es
nada de eso; es lo que está detrás de todo eso, y que penosamente pugna por
manifestarse sin poder hacerlo plenamente. Es el ser que utiliza o que quiere
utilizar a la personalidad, herramienta indispensable, y que en la mayoría o en
casi todas las oportunidades es utilizado él por la personalidad.
La personalidad utiliza a la
individualidad y sólo cuando seamos conscientes de esa posibilidad, cuando
podamos trasferir nuestra consciencia de la personalidad a la individualidad,
de manera que ésta maneje a la personalidad y no sea manejada por ella,
podremos decir que estamos en el camino definitivo del que ya no se puede volver.
Esa será nuestra herencia eterna,
esa herencia que cada vez se va a hacer más grande, más amplia y que nos va a
acercar a la verdadera realidad a medida que en este camino, que ya hemos
empezado a hollar, transitemos más denodadamente, con más energía, con más
optimismo. Ya no se podrá volver atrás, descubierto el destello de la divinidad
en el interior de cada uno de nosotros. Nos parecerá menos excluyente, a medida
que pase el tiempo, la personalidad, a la que utilizaremos porque es necesaria
como medio de expresión, pero de la que dependeremos cada vez menos.
Será conveniente que estudiemos
cada vez con más seriedad el motivo v objeto de la personalidad, que es esta
vida objetiva a la que nosotros tenemos acceso como conocimiento único a través
de nuestra observación.
Hemos dicho que en este capítulo
no vamos a dedicarnos exclusiva ni intensamente al estudio del espíritu o de la
individualidad, que fue motivo de un tratamiento extenso en otra parte de este
volumen. Pero no podemos olvidar que la raíz de toda nuestra existencia surge
precisamente de la individualidad, del espíritu, de ese ser recipiendario de la
ciencia original, que habiendo recorrido largas edades y más de la mitad de su
evolución necesitó de su acoplamiento con elementos animales del mundo físico
para adquirir la experiencia, en ese plano que le permitiría integrarse
definitivamente con el fin de proseguir con su derrotero espiritual.
Es importante esto que decimos, y
es mucho más importante entenderlo. Hay que perder de vista esa realidad que se
nos antoja única. No quiere esto decir que se pretenda despojar a la
personalidad de la gran importancia que tiene, de las características
imprescindibles de su necesidad. El espíritu en su propio plano había recorrido
largas edades, y había comprendido a través de mecanismos de conciencia
diferentes a los de la personalidad, todo lo que se podía comprender en esa
zona; llegó a un extremo en que para integrarse en forma definitiva necesitó
sumergirse dentro del seno denso del mundo material y adquirir la experiencia
necesaria que configuraría una entidad perfecta y completa, pues era
indispensable que este conocimiento surgiera dentro de sí mismo.
Llegó un momento en que el mundo
físico secretó una especie, la especie humana, con todas las características y
aditamentos necesarios como para poder ser el vehículo al que se le acoplara
este elemento espiritual. Ya lo dice C. B. González Pecotche en “El Señor de Sandara”, donde subraya
específicamente ese acoplamiento, esa dualidad que se simbiotiza en una sola
entidad. El espíritu se ha incorporado a la materia, para adquirir la
experiencia que esa materia le puede dar; pero para eso debe adquirir los
elementos necesarios para conectarse con ese mundo material. ¿Cuáles son los
elementos? El espíritu sutil, incorpóreo, es por su sola cuenta incapaz hasta
de ver en el mundo material y necesita revestirse de elementos materiales para
entrar paulatinamente en contacto con este mundo, haciéndolo suyo, a fin de
adquirir los elementos que van a enriquecer su acervo eterno.
Ubiquémonos en las primeras
etapas de un espíritu que en un principio comienza a trabar relación con este mundo.
Su primera vivencia la hará con un individuo de una raza degenerada, que apenas
está soslayando la vida instintiva, que sólo en ese momento empieza a tener ciertos
atisbos de mente y de sensibilidad. Es poco más que un animal, pero munido de
un implemento indestructible y eterno: el espíritu, que en sus primeros
balbuceos todavía es incapaz de manejar en forma correcta ese vehículo del que
ha sido dotado para adquirir experiencia.
Tomemos ese espíritu, en
principio. Es un bebé de raza negra, africana, atrasada, que vive en casuchas
que existe como elemento de guerra y de destrucción. El tremendo egoísmo prima
como elemento vital. Dentro de esto, protegido instintivamente por la madre,
comienza el espíritu, envuelto en esa pequeña masa de carne, su experiencia
primitiva en el seno de la tierra.
Durante muchos días, cuarenta
días, se sabe que el niño no ve aunque tiene ojos, y tampoco oye; no tiene vinculación
con el exterior. Sólo su instinto lo impele a alimentarse. El instinto, que en
el animal priva y lo protege, también cuida de cada una de las células de este
niño. Su sangre circula, su corazón late, los alimentos que llegan a su
estómago se trasforman y nutren todo el organismo.
¡Pero cuidado! Aún no hay
espíritu. Cualquier perro o cualquier gato hace lo mismo, y hasta en mejores
condiciones. Paulatinamente, el niño entra en contacto con el mundo. Sus
primeras experiencias serán de dolor o de alegría; arrimará un dedito a una
brasa, y el dolor le avisará respecto de ese roce, de esa experiencia que ha tenido
en ese mundo exterior, donde empieza a encarar sus primeros contactos. Se
caerá, y el dolor del golpe le traerá también una experiencia desagradable. El
abrazo materno, la alimentación del seno de la madre le traerán las alegrías
que determina la necesidad instintiva colmada. Y de placer en dolor, y de
alegría en tristeza, paulatinamente y a lo largo de muchos años, este elemento primitivo,
este elemento prácticamente embrionario, empieza a trabar conciencia con ese
mundo donde el espíritu hace sus primeras armas.
Más adelante, el mundo mental y
el mundo sensible, rudimentarios pero pertenecientes a este ser, comienzan a
hacerse notar, y también se atiborran cada vez más de experiencias que durante
mucho tiempo están coloreadas por el predominio avasallador del mundo
instintivo. Serán salvajes, poco más que fieras o caníbales, se matarán entre
ellos, llegarán a los extremos más bajos de primitivismo; y a través de eones
de tiempo, a lo largo de incontables eternidades, en etapas infinitas gravadas por
la ley de evolución, el ser, de paso en paso, adquiriendo paulatina,
lentísimamente nuevas experiencias de carácter cada vez más elevado, va
incorporando a su acervo elementos que le permitirán integrar formas nuevas,
cada vez más avanzadas. Llegará a formar parte de las razas principales de la
humanidad, y eventualmente podrá plasmar una personalidad distinguida dentro de
la misma.
Y todo será experiencia, todo
será un largo paso que va dando el espíritu para integrarse y para sentir esta
realidad que le hará comprender esa parte del universo que todavía le era
desconocida. Y se hará de una conciencia especial para él, que antes, por la
intuición, comprendía todo. Ahora tendrá que darse cuenta a través del
razonamiento, de la mente; comparará elementos, establecerá conclusiones y
llenará su mundo mental y sensible con cosas que en realidad no son las
verdaderas, sino que ocultan la auténtica patria de origen.
La experiencia es cada vez más
intensa, pero siempre es experiencia, y el hombre llega a triunfar
económicamente, políticamente, socialmente; llega a gratificar todas las
ambiciones de la personalidad que se siente absolutamente separada de todo. La
personalidad piensa que ella es una cosa y que el resto del mundo es otra, pero
que lo importante entre las dos cosas es ella y no el resto del mundo. Éste
puede o no puede existir, pero si ella no existiera no tendría objeto la
humanidad, el universo no tendría objeto.
Y no nos engañemos, no sigamos
tras las experiencias considerándolas como fines, porque no son más que medios.
Y uno podrá hacer mucho dinero y adquirir gran experiencia según cómo lo
emplee. Uno podrá llegar a sumirse en tremenda pobreza y adquirirá la necesaria
experiencia que la pobreza da. Podrá ser feliz en el amor; o podrá ser
desdichado, traicionado, vejado. Pero todo eso es también experiencia, y para
el espíritu no hay nada malo, no hay nada bueno. Todo es constructivo a la
larga, porque todo le lleva a integrarse cada vez con más perfección y a través
de esas vinculaciones que tiene con el mundo común y que muchas veces nos
engañan pues nos hacen pensar que son el motivo de nuestra vida.
Respecto del dinero, éste es muy
importante. ¿Qué es? Un señor, en un sitio determinado, trabaja con denuedo horas
y horas, deja su sudor y su salud, y todo eso se materializa en unos trozos de
papel que se llaman billetes. El mundo está poblado, ahíto de trabajo
condensado en pedazos de papel; y cuando una persona se desarrolla dentro de un
sector económico y tiene acceso a la ganancia de gran cantidad de dinero, no
debe engañarse con la idea de que es propietaria de riqueza, sino que debe
saber que es propietario de sudor y de trabajo de miles de personas,
corporizados en ese trozo de papel. Atañe a su habilidad saber manejar ese
símbolo y, poniéndolo dentro del gramófono, a la inversa, transformarlo en
energía y trabajo, porque el dinero tiene esa condición. Así como el trabajo se
trasforma en papel, el papel bien administrado llega a cumplir el
extraordinario milagro de transformarse de nuevo en trabajo vitalizador y dignificador
del ser humano.
¡Qué extraordinaria es esta comprensión,
cómo nos ubica dándonos la real importancia que tenemos! No somos dueños de
papeles; nos hemos apropiado de sudores, de trabajos, de pesares, de
sufrimientos ajenos. Usémoslo bien, utilicémoslo convenientemente; no pensemos
que somos dueños del sudor de los demás. Esa es una experiencia importante.
Triunfar económicamente también
faculta al ser para liberarse de un problema tremendo que impide, llegado el
momento, cumplir la última etapa a través de la cual se sedimenta y fructifica
la experiencia de toda una vida.
No lleguemos al final del camino
por el tráfago de la equivocación, en la creencia de que el medio es un fin y
de que el problema económico en sí mismo se justifica. No se justifica sino
para moverlo, para movilizar esa energía y para adquirir la necesaria
experiencia como para sedimentarla, aprovecharla y darla.
Otro tanto ocurre con la miseria.
No creamos que somos víctimas de una injusticia. Pensemos que la evolución del
hombre es larga, inmensa, y que en esta pequeña etapa tenemos la extraordinaria
posibilidad de tocar el sufrimiento, para adquirir esta clase de experiencia
que va a fructificar en nuestro espíritu. Sepamos que eso se va, que eso pasa,
que es transitorio. Pensemos que nada es eterno, y que el rico no se va a
llevar el dinero y el pobre no se llevará su pobreza. Pensemos que todas son
experiencias, lo mismo que cuando el niño salvaje se prendía del seno de la
madre y experimentaba la alegría de su satisfacción. Lo mismo se experimenta en
el mundo común. No olvidemos que es experiencia. Así pues, vayamos tras ella,
conozcamos lo que nos sucede y administremos nuestra experiencia con criterio,
conscientemente. No nos dejemos llevar por ella. No somos dueños de nada: ni de
nuestra alegría, ni de nuestra tristeza, ni de nuestros triunfos, ni de
nuestros fracasos. Ellos solo pueden dejar hondas raíces dentro de las
experiencias indispensables para nuestra vida.
Miguel Ángel Aimó
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