domingo, 11 de agosto de 2013

LA PERSONALIDAD

A continuación el segundo capítulo de una pequeña obra llamada "Temas Logosóficos" escrita por Miguel Ángel Aimó, publicada en 1967 en Argentina.
 
La Logosofía es un movimiento surgido en la primera mitad del siglo XX en Argentina bajo el liderazgo de Carlos Bernardo González Pecotche (Raumsol), educador argentino, quien ve en este sistema una forma de educar a las almas que venían a este mundo y prepararlos para nuevos tiempos y ayudarlas a decubrir en ellas las verdades eternas.

La Logosofía se ha difundido por el mundo en distintos centros en Argentina, Brasil, Uruguay y México y muchos otros paises. Si desean más antecedentes sobre este movimiento sugiero entrar en la siguiente dirección:  http://logosofia.info/es/index.php

Miguel Ángel Aimó es discipulo de Raumsol, y escribe esta breve obra con el objeto de difundir algunos temas fundametales mirados desde el particular punto de vista de la Logosofía.

El temario completo de la obra es: Dios - La personalidad - La libertad - El fin y los medios - El matrimonio - En un principio era el Verbo - Tiempo eterno. La unión de los tiempos - La inmortalidad.

Que disfruten y saquen provecho a esta lectura.

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La concepción logosófica, siempre real y extraordinaria, que pone de manifiesto verdades incontrastables, acude a los conceptos de personalidad e individualidad que se pueden interpretar de acuerdo con las posibilidades de cada uno, en forma superficial o profunda, y tan diferentes son las dos facetas de comprensión unidas entre sí por múltiples eslabones, que si un ser limitado a un aspecto primitivo bruscamente tuviera una ampliación de conciencia que le permitiera comprender la otra, se encontraría en la misma condición del ciego, que al ver por primera vez sería incapaz de darse cuenta que lo que está percibiendo es el color rojo, porque nunca ha sabido que existían los colores.

La personalidad y la individualidad, entendidas en profundidad, darán pábulo a la comprensión de los grandes motivos. 

Vamos a dejar transitoriamente a un lado a la individualidad, a la que no vamos a recurrir en esta charla, y preferentemente nos ocuparemos de la personalidad, por ser este el meandro en que permanentemente vivimos.

También el concepto de personalidad varía de acuerdo con cada uno, pero la realidad es sólo una, y conviene que definitivamente sepamos que es personalidad, a qué se debe y dónde está el tremendo engaño de la misma, que, a pesar de ser necesaria dentro de nuestro planteo evolutivo, indudablemente no es una realidad, sino una deformación de ésta.

Estamos acostumbrados a definir la personalidad como conjunto de deficiencias. ¿Es que se pueden definir realidades sobre la base de calificativos, de adjetivos? ¿Es correcto decir que lo amarillo es el sol, o que el sol es algo que está coloreado de amarillo?

¿Se puede decir que el contenido de un libro tiene importancia si no hay nadie que lo lea? Si no existiera el lector, todas las palabras que existen en un libro, por más sanas, por más perfectamente plasmadas en la mente del autor, no tendrían absolutamente ninguna importancia, por cuanto no existiría alguien capaz de conocer. La mesa mejor servida, con los manjares más deliciosos, tampoco tendría importancia alguna, pues no habría nadie capaz de manejar los cubiertos ni de ingerir los alimentos.

Entonces, vamos a bucear un poco más hondo dentro del problema, y nos daremos cuenta de que la personalidad no puede ser un conjunto de calificativos, es decir, de deficiencias, sino que éstas configuran una personalidad. Pero para que tal contingencia se produzca es absolutamente necesario que todos los elementos estén sostenidos sobre un basamento que les dé forma y cohesión; es decir, todas las deficiencias, por sí solas, no son más que deficiencias, pero cuando se unen y están comprendidas dentro de un nudo que las une, entonces sí contribuyen a formar la personalidad. Ésta, pues, es un conjunto de deficiencias actuando sobre un núcleo central que es conscientemente capaz de darse cuenta de que ellas existen. Es necesario que haya conciencia para que haya personalidad. ¿Pero es personalidad un nudo rodeado de deficiencias solamente? ¿Qué es lo que se nos presenta a la vista cuando nos encontramos en presencia de un ser humano? El físico del ser, sus piernas, sus brazos, su cara, sus gestos; éstos configuran ya la parte física de algo perecedero que indudablemente utiliza ese ser como vehículo en este mundo, y al que tenemos que hacer formar parte de su personalidad. La persona de este ser está formada físicamente por ese cuerpo, esa cara, esos gestos, incluso por cl tono de la voz, por la mirada, por el andar.

Sigamos estudiando este tema para ubicarnos cada vez más profundamente dentro del problema. Observemos Ciertas facetas que configuran diferentes personalidades, sobre la base de elementos predominantes.

Recurramos al sexo, que es algo fundamental en la vida de los seres humanos, y nos daremos cuenta de que existen individuos fuertemente sexuales, individuos medianamente sexuales e individuos tranquilos en lo que concierne al sexo. Pero ello no es nada; tomemos un ser fuertemente sexual, con gran atracción física, que configura cierta agresividad personal en lo que concierne al comportamiento con otro sexo; sometámoslo a una operación quirúrgica, merced a la cual le extirpamos ciertas partes de su organismo, y comprobaremos que paulatinamente, a medida que la nueva situación física se establece, cambia la personalidad de este ser: ya no es más agresivo, se comporta tranquilamente ante el sexo opuesto, e incluso todas las características que podrían determinarse por una trasmutación de la energía sexual en algo más sublime van paulatinamente decayendo de tal manera, que hasta las manifestaciones artísticas, las manifestaciones de belleza, trasunto de una modificación de la energía sexual, también disminuyen. Nunca se han encontrado artistas con déficit sexual, castrados. El castrado nunca ha sido artista. Es notable esta situación. Hay una vinculación extraordinaria entre el arte y la sexualidad. Parecería que la represión del sexo determinara una mayor posibilidad artística; pero es indispensable la integridad sexual para que la conexión con el arte sea correcta.
Concluyamos entonces con esta parte de la comprensión, y nos daremos cuenta de que una pequeña intervención quirúrgica condiciona un estado a través del cual se han modificado por completo las diferentes características que constituyen al ser: su afecto, su atracción, su urgencia sexual y otras facetas artísticas y al mismo tiempo afectivas, porque no todo el sexo se exterioriza con el abrazo, sino también por cierta ternura, por el cariño que se dirige hacia la esposa, o hacia el esposo; todas esas facetas van cambiando a través de una situación en que la indiferencia sustituye a la atracción, imperiosa o no, que antes privaba en el ánimo del ser que en estos momentos consideramos a través de estas modificaciones.

Pero eso no es todo. Hay individuos que, debido a ciertas enfermedades gástricas, padecen de un hambre dolorosa y perentoria que los obliga a ingerir con frecuencia, durante el día, gran cantidad de alimentos, situación que también configura una característica personal. Este individuo es un glotón, y todo el mundo ya ha marcado su existencia con esta característica, pero no lo es porque quiera serlo, sino porque no tiene más remedio, pues si no come sufre sobremanera por el dolor que siente. Observemos cómo una pequeña úlcera también condiciona alguna actitud especial ante el alimento, que en muchas oportunidades obliga al ser a trasgredir preceptos éticos y normas morales, por cuanto si su capacidad pecuniaria le impide adquirir todos los elementos que le son indispensables, su dolencia física lo impulsará incluso al robo, a cometer actos reñidos con la realidad, por cuanto sus dolores inexorablemente lo empujarán a conseguir lo que le es indispensable.

Fijémonos cómo una manifestación física pequeña puede llegar incluso a determinar en el ser brutales trasgresiones de tipo ético y penadas por la ley. Cómo la moral de un ser puede estar condicionada a un estado físico determinado.

Pero eso no es todo. Podemos hablar del oído, podemos hablar de todos los sentidos que conocemos. El arte, la belleza son cosas accesibles a personas que conservan intactos los sentidos. No podemos entender que existiera ningún Rembrandt, ningún Miguel Ángel, ciego de nacimiento; nadie podría darse una idea de la magnificencia de la combinación de los colores o de la belleza escultórica de las estatuas, que compiten maravillosamente con la realidad y a veces la superan, sin la posibilidad de poder apreciarlas con la vista. Entonces, es indispensable cierta integridad orgánica para poder ponerse en contacto con verdades.
Nadie podría imaginarse a un Beethoven, a un Mozart, a un Ravel, sordo de nacimiento, puesto que para tener acceso a esta clase de verdades, de bellezas, es absolutamente necesario contar con los órganos que corresponden para estar en contacto con ellas.

Entonces, fijémonos cómo todas las posibilidades del ser, hasta cierto punto, dependen de pequeños procesos físicos.

El arte, la belleza, las características afectivas y las éticas que configuran la personalidad —y hacemos en este momento gracia de una cantidad de detalles que podríamos traer a colación— dependen de elementos groseros, de órganos, de células, de úlceras, de vista, de oído; de todo esto dependen. Aparte, y sin tener afecciones llamativas que se pongan rápidamente de manifiesto, hay factores de microquímica dentro del organismo, factores hormonales, nerviosos, que condicionan también variaciones determinantes, a su vez, de diferentes facetas en lo que concierne a la personalidad. Todos conocemos la ciclicidad de los estados afectivos. Hay momentos en que el ser se siente alegre, cariñoso, y en otras oportunidades, condicionado por preocupaciones o por lo que fuera, el ánimo se torna triste, áspero, deprimido y a veces desagradable; en ocasiones, es imposible pensar que el mismo que ayer era alegre, dicharachero, decidor, capaz de dar, de obsequiar y de acompañar a un amigo, hoy o mañana varíe de tal manera que sea absolutamente irreconocible, por cuanto se trasforma en un hombre gruñón, desagradable v antipático, quizá porque su microquímica ha cambiado por cualquier factor externo ―un susto, una actitud de ira, una mala comida que ha agredido a su vesícula biliar.

Entonces, además de las deficiencias y de las antideficiencias, que no hay que despreciar, porque constituyen gran parte de la personalidad, tenemos una cantidad de elementos físicos, que son los que a veces la condicionan, y si bien las deficiencias y las antideficiencias son hereditarias, son herencia de sí mismo, también podemos aceptar que estas condiciones físicas —el dolor de cabeza después de un “tuco”, o el hambre dolorosa de una úlcera— igualmente son condiciones hereditaria, pues podemos pensar que la úlcera está determinada por ciertas actitudes físicas o espirituales que el individuo ha ejecutado.

Pero aparte de las deficiencias que vienen de largo alcance tenemos una cantidad de elementos que también configuran la personalidad. Una deficiencia especial, la impaciencia, no se va a presentar en un individuo con el estómago lleno, tranquilo, rozagante, satisfecho y pletórico; pero se puede poner de manifiesto en una persona que en un momento determinado tiene apetito y urgencia por satisfacerlo.

Entonces, si la personalidad es todo lo ostensible, todo lo que vemos de nosotros a través de nuestra vida, y depende de procesos vitales que son perecederos, debemos llegar a la conclusión de que esa no es la verdadera realidad, por cuanto todo ello termina cuando el ser termina.

Entonces, ¿qué es esto? Es un espejismo, es una manera torcida de tener contacto con realidades, a través de una masa grotesca, elemento fundamental para la vida por cuanto la individualidad, o el espíritu, necesita de esa personalidad para actuar; la necesita y la usa. Pero a través de esa herramienta, que se encuentra impelido a utilizar, también se trampea a sí mismo, porque es un cristal esmerilado que no le deja ver sino nubarrones turbios, cuando del otro lado la realidad es cristalina y límpida.

La verdad no es una intolerancia, no es una imposición, no es una úlcera del estómago, no es una atracción sexual, no es nada de eso. La verdad es algo que está detrás de todo eso y que eso no nos deja palpar por cuanto está deformando permanentemente esa realidad a través de las propias dolencias, de las propias facetas, de las propias pequeñas situaciones que se nos presentan a la vista y que nos capturan llevándonos detrás de ellas, sin darnos cuenta de que el concepto de la verdad es una cosa absolutamente integral.
Vamos ahora a definir nuestro propósito. Nosotros podemos dejarnos llevar o justificar nuestra existencia por dos clases de elementos, los personales y los permanentes. Los personales son las características multifacéticas que hacen actuar a todos los seres humanos que conocemos.

Ellos nunca han pensado que todos esos elementos están unidos engrampados por una cosa tremenda, fundamental, eterna, imperecedera, que es para la personalidad lo mismo que el lector es para un libro, lo mismo que el sujeto es para todos los elementos que lo configuran.

Para que exista personalidad, indudablemente debe también existir un espíritu al que la personalidad envuelve, y es tan real el error en que vive la humanidad, convencida de que lo único existente es la personalidad, que su actitud, en lugar de dirigirse hacia la concreción y de un concepto de integridad, se va dilacerando en las diferentes dimensiones que le reclama cada uno de los aditamentos de la personalidad.
Se pierde la perspectiva de la unidad inmortal que hay dentro de cada uno de nosotros, corriendo detrás de quimeras que nos dominan de tal manera, que nos hacen perder conciencia de nuestro cometido.

El espíritu necesita de la personalidad para expresarse en este mundo físico, donde sin órganos, sin sentidos, no podría tener ninguna exteriorización vital. 

El espíritu necesita de la personalidad, como el automovilista necesita del automóvil, por cuanto el automóvil solo no sirve para nada, y por cuanto el automovilista sin automóvil no puede competir en ninguna carrera; son dos elementos que se complementan. Pero a lo largo de la evolución del ser la conciencia debe desplazarse de lo separativo, de lo aislado, del espejismo de la personalidad, hacia el nudo vital que recuerda nuestro origen eterno.

Hoy me siento alegre, he comido bien, mis órganos funcionan magníficamente, he ganado una cantidad respetable de dinero, no estoy sujeto a ningún problema urgente, y me siento cómodo en esta vida. Cualquier amigo, cualquier persona que me necesite, si es que no me obliga a moverme demasiado, dado lo pesado de mi digestión, me puede encontrar, y este dinero que fácilmente he adquirido, también fácilmente lo puedo poner a disposición de una persona necesitada, puedo prometer cosas, puedo sentirme héroe, y es posible que el amigo que acuda a mí me encuentre con los brazos abiertos y reciba una impresión de esta personalidad de hoy.

¡Pero cuidado con que mañana yo no me encuentre en las mismas condiciones físicas! ¡Cuidado con que la comida ingerida hoy me caiga mal y el dolor de cabeza y los retortijones de estómago se apoderen de mí! ¡Pobre del amigo que vaya a reclamarme el dinero que con tanto afecto yo le prometí ayer! ¡Pobre de las personas que piensen que yo soy un ser eminentemente bueno y generoso! ¡Qué disgusto se van a llevar! Se encontrarán con una persona de mal humor, de mal carácter, que les dice que no tiene nada, que lamenta profundamente sí ayer les prometió una cosa, pero que por desgracia ha recibido un aviso de que no se le ha acreditado el último cheque, que se encuentra sin fondos en el banco, y en fin, que dará marcha atrás a todo lo que prometió ayer. En cambio, pasado mañana, en un estado normal de espíritu, sin plétora alimenticia, sin dolor de cabeza, podré estar en un estado de equilibrio donde, en fin, daré lo que pueda, y lo que no pueda no lo daré, y de nuevo entraré en el tráfago de los negocios donde el egoísmo, la vanidad y todas las cosas me empujarán al compromiso de una lucha, donde el hombre es el lobo del hombre.

Entonces, ¡qué falaz es todo esto! ¡Qué ridículas las luchas cotidianas! ¡Qué desproporcionadas! ¡Qué penoso es sufrir por conseguir en exceso bienes materiales que no nos llevaremos! ¡Qué falta de perspectiva hay en esa lucha permanente, en esa agresividad del ser contra el medio externo! ¡Qué cosa triste es ver cómo la humanidad se mueve detrás de espejismos, detrás de cánones, detrás de todas esas cosas que configuran esa personalidad que va a terminar cuando termine el ser!

Pero en cambio, ¡qué hermoso es abrir la puerta a ese difícil pero maravilloso camino interior que nos lleva al encuentro de nuestro verdadero ser interno! ¡Cómo el contacto con nuestra realidad interior nos empuja inexorablemente hacia la comprensión de ese concepto de unidad, cómo se va sintiendo que todo es una sola cosa y que lo demás son vanidades, ilusiones y eventos artificiales que deforman la realidad!

Si extraemos todo lo externo, si extraemos el mal humor, si quitamos la ira, si extirpamos el hambre devoradora, si nos despojamos del sexo, de la atracción física, de la atracción espiritual de todas estas cosas, que van configurando la personalidad; si nos despojamos de todo lo que conocemos de nosotros mismos y conocemos de los demás; si hacemos abstracción de todo eso, ¿qué nos queda? Nos queda sólo la conciencia de nuestra propia existencia, la conciencia de ser, el saber que somos algo. A nuestro criterio, queda el darnos cuenta de que ese algo no es la impulsividad, ni es el hambre, ni es el sexo, ni es la caricia, ni es la atracción, ni es nada de eso; es lo que está detrás de todo eso, y que penosamente pugna por manifestarse sin poder hacerlo plenamente. Es el ser que utiliza o que quiere utilizar a la personalidad, herramienta indispensable, y que en la mayoría o en casi todas las oportunidades es utilizado él por la personalidad.

La personalidad utiliza a la individualidad y sólo cuando seamos conscientes de esa posibilidad, cuando podamos trasferir nuestra consciencia de la personalidad a la individualidad, de manera que ésta maneje a la personalidad y no sea manejada por ella, podremos decir que estamos en el camino definitivo del que ya no se puede volver.

Esa será nuestra herencia eterna, esa herencia que cada vez se va a hacer más grande, más amplia y que nos va a acercar a la verdadera realidad a medida que en este camino, que ya hemos empezado a hollar, transitemos más denodadamente, con más energía, con más optimismo. Ya no se podrá volver atrás, descubierto el destello de la divinidad en el interior de cada uno de nosotros. Nos parecerá menos excluyente, a medida que pase el tiempo, la personalidad, a la que utilizaremos porque es necesaria como medio de expresión, pero de la que dependeremos cada vez menos.

Será conveniente que estudiemos cada vez con más seriedad el motivo v objeto de la personalidad, que es esta vida objetiva a la que nosotros tenemos acceso como conocimiento único a través de nuestra observación.

Hemos dicho que en este capítulo no vamos a dedicarnos exclusiva ni intensamente al estudio del espíritu o de la individualidad, que fue motivo de un tratamiento extenso en otra parte de este volumen. Pero no podemos olvidar que la raíz de toda nuestra existencia surge precisamente de la individualidad, del espíritu, de ese ser recipiendario de la ciencia original, que habiendo recorrido largas edades y más de la mitad de su evolución necesitó de su acoplamiento con elementos animales del mundo físico para adquirir la experiencia, en ese plano que le permitiría integrarse definitivamente con el fin de proseguir con su derrotero espiritual.

Es importante esto que decimos, y es mucho más importante entenderlo. Hay que perder de vista esa realidad que se nos antoja única. No quiere esto decir que se pretenda despojar a la personalidad de la gran importancia que tiene, de las características imprescindibles de su necesidad. El espíritu en su propio plano había recorrido largas edades, y había comprendido a través de mecanismos de conciencia diferentes a los de la personalidad, todo lo que se podía comprender en esa zona; llegó a un extremo en que para integrarse en forma definitiva necesitó sumergirse dentro del seno denso del mundo material y adquirir la experiencia necesaria que configuraría una entidad perfecta y completa, pues era indispensable que este conocimiento surgiera dentro de sí mismo.

Llegó un momento en que el mundo físico secretó una especie, la especie humana, con todas las características y aditamentos necesarios como para poder ser el vehículo al que se le acoplara este elemento espiritual. Ya lo dice C. B. González Pecotche en “El Señor de Sandara”, donde subraya específicamente ese acoplamiento, esa dualidad que se simbiotiza en una sola entidad. El espíritu se ha incorporado a la materia, para adquirir la experiencia que esa materia le puede dar; pero para eso debe adquirir los elementos necesarios para conectarse con ese mundo material. ¿Cuáles son los elementos? El espíritu sutil, incorpóreo, es por su sola cuenta incapaz hasta de ver en el mundo material y necesita revestirse de elementos materiales para entrar paulatinamente en contacto con este mundo, haciéndolo suyo, a fin de adquirir los elementos que van a enriquecer su acervo eterno.

Ubiquémonos en las primeras etapas de un espíritu que en un principio comienza a trabar relación con este mundo. Su primera vivencia la hará con un individuo de una raza degenerada, que apenas está soslayando la vida instintiva, que sólo en ese momento empieza a tener ciertos atisbos de mente y de sensibilidad. Es poco más que un animal, pero munido de un implemento indestructible y eterno: el espíritu, que en sus primeros balbuceos todavía es incapaz de manejar en forma correcta ese vehículo del que ha sido dotado para adquirir experiencia.

Tomemos ese espíritu, en principio. Es un bebé de raza negra, africana, atrasada, que vive en casuchas que existe como elemento de guerra y de destrucción. El tremendo egoísmo prima como elemento vital. Dentro de esto, protegido instintivamente por la madre, comienza el espíritu, envuelto en esa pequeña masa de carne, su experiencia primitiva en el seno de la tierra. 

Durante muchos días, cuarenta días, se sabe que el niño no ve aunque tiene ojos, y tampoco oye; no tiene vinculación con el exterior. Sólo su instinto lo impele a alimentarse. El instinto, que en el animal priva y lo protege, también cuida de cada una de las células de este niño. Su sangre circula, su corazón late, los alimentos que llegan a su estómago se trasforman y nutren todo el organismo.

¡Pero cuidado! Aún no hay espíritu. Cualquier perro o cualquier gato hace lo mismo, y hasta en mejores condiciones. Paulatinamente, el niño entra en contacto con el mundo. Sus primeras experiencias serán de dolor o de alegría; arrimará un dedito a una brasa, y el dolor le avisará respecto de ese roce, de esa experiencia que ha tenido en ese mundo exterior, donde empieza a encarar sus primeros contactos. Se caerá, y el dolor del golpe le traerá también una experiencia desagradable. El abrazo materno, la alimentación del seno de la madre le traerán las alegrías que determina la necesidad instintiva colmada. Y de placer en dolor, y de alegría en tristeza, paulatinamente y a lo largo de muchos años, este elemento primitivo, este elemento prácticamente embrionario, empieza a trabar conciencia con ese mundo donde el espíritu hace sus primeras armas.

Más adelante, el mundo mental y el mundo sensible, rudimentarios pero pertenecientes a este ser, comienzan a hacerse notar, y también se atiborran cada vez más de experiencias que durante mucho tiempo están coloreadas por el predominio avasallador del mundo instintivo. Serán salvajes, poco más que fieras o caníbales, se matarán entre ellos, llegarán a los extremos más bajos de primitivismo; y a través de eones de tiempo, a lo largo de incontables eternidades, en etapas infinitas gravadas por la ley de evolución, el ser, de paso en paso, adquiriendo paulatina, lentísimamente nuevas experiencias de carácter cada vez más elevado, va incorporando a su acervo elementos que le permitirán integrar formas nuevas, cada vez más avanzadas. Llegará a formar parte de las razas principales de la humanidad, y eventualmente podrá plasmar una personalidad distinguida dentro de la misma.

Y todo será experiencia, todo será un largo paso que va dando el espíritu para integrarse y para sentir esta realidad que le hará comprender esa parte del universo que todavía le era desconocida. Y se hará de una conciencia especial para él, que antes, por la intuición, comprendía todo. Ahora tendrá que darse cuenta a través del razonamiento, de la mente; comparará elementos, establecerá conclusiones y llenará su mundo mental y sensible con cosas que en realidad no son las verdaderas, sino que ocultan la auténtica patria de origen. 

La experiencia es cada vez más intensa, pero siempre es experiencia, y el hombre llega a triunfar económicamente, políticamente, socialmente; llega a gratificar todas las ambiciones de la personalidad que se siente absolutamente separada de todo. La personalidad piensa que ella es una cosa y que el resto del mundo es otra, pero que lo importante entre las dos cosas es ella y no el resto del mundo. Éste puede o no puede existir, pero si ella no existiera no tendría objeto la humanidad, el universo no tendría objeto.

Y no nos engañemos, no sigamos tras las experiencias considerándolas como fines, porque no son más que medios. Y uno podrá hacer mucho dinero y adquirir gran experiencia según cómo lo emplee. Uno podrá llegar a sumirse en tremenda pobreza y adquirirá la necesaria experiencia que la pobreza da. Podrá ser feliz en el amor; o podrá ser desdichado, traicionado, vejado. Pero todo eso es también experiencia, y para el espíritu no hay nada malo, no hay nada bueno. Todo es constructivo a la larga, porque todo le lleva a integrarse cada vez con más perfección y a través de esas vinculaciones que tiene con el mundo común y que muchas veces nos engañan pues nos hacen pensar que son el motivo de nuestra vida.

Respecto del dinero, éste es muy importante. ¿Qué es? Un señor, en un sitio determinado, trabaja con denuedo horas y horas, deja su sudor y su salud, y todo eso se materializa en unos trozos de papel que se llaman billetes. El mundo está poblado, ahíto de trabajo condensado en pedazos de papel; y cuando una persona se desarrolla dentro de un sector económico y tiene acceso a la ganancia de gran cantidad de dinero, no debe engañarse con la idea de que es propietaria de riqueza, sino que debe saber que es propietario de sudor y de trabajo de miles de personas, corporizados en ese trozo de papel. Atañe a su habilidad saber manejar ese símbolo y, poniéndolo dentro del gramófono, a la inversa, transformarlo en energía y trabajo, porque el dinero tiene esa condición. Así como el trabajo se trasforma en papel, el papel bien administrado llega a cumplir el extraordinario milagro de transformarse de nuevo en trabajo vitalizador y dignificador del ser humano.

¡Qué extraordinaria es esta comprensión, cómo nos ubica dándonos la real importancia que tenemos! No somos dueños de papeles; nos hemos apropiado de sudores, de trabajos, de pesares, de sufrimientos ajenos. Usémoslo bien, utilicémoslo convenientemente; no pensemos que somos dueños del sudor de los demás. Esa es una experiencia importante.

Triunfar económicamente también faculta al ser para liberarse de un problema tremendo que impide, llegado el momento, cumplir la última etapa a través de la cual se sedimenta y fructifica la experiencia de toda una vida.

No lleguemos al final del camino por el tráfago de la equivocación, en la creencia de que el medio es un fin y de que el problema económico en sí mismo se justifica. No se justifica sino para moverlo, para movilizar esa energía y para adquirir la necesaria experiencia como para sedimentarla, aprovecharla y darla.

Otro tanto ocurre con la miseria. No creamos que somos víctimas de una injusticia. Pensemos que la evolución del hombre es larga, inmensa, y que en esta pequeña etapa tenemos la extraordinaria posibilidad de tocar el sufrimiento, para adquirir esta clase de experiencia que va a fructificar en nuestro espíritu. Sepamos que eso se va, que eso pasa, que es transitorio. Pensemos que nada es eterno, y que el rico no se va a llevar el dinero y el pobre no se llevará su pobreza. Pensemos que todas son experiencias, lo mismo que cuando el niño salvaje se prendía del seno de la madre y experimentaba la alegría de su satisfacción. Lo mismo se experimenta en el mundo común. No olvidemos que es experiencia. Así pues, vayamos tras ella, conozcamos lo que nos sucede y administremos nuestra experiencia con criterio, conscientemente. No nos dejemos llevar por ella. No somos dueños de nada: ni de nuestra alegría, ni de nuestra tristeza, ni de nuestros triunfos, ni de nuestros fracasos. Ellos solo pueden dejar hondas raíces dentro de las experiencias indispensables para nuestra vida. 

Miguel Ángel Aimó

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