A propósito de que por estas fechas se celebra “Semana Santa”, para todo el mundo católico,
es que publico este escrito de Corinne Heline, el cual forma parte de su libro
“Puerta a las Estrellas”.
Corinne Heline (1882-1975) fue una escritora
estadounidense, de la Línea Rosacruz, específicamente de la Fraternidad
Rosacruz de Max Heindel. No obstante hacia el final de su vida fundó la
institución “New Age Bible Interpretation”,
enfocando sus enseñanzas hacia la preparación de la Nueva Era bajo el punto de
vista cristiano esotérico. Pueden encontrar una página web en la siguiente
dirección http://newagebible.tripod.com/, (en inglés)
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Encendiendo esta luz
del alma en el Misterio de Pascua descubrimos su derecho a la primacía en la
vida de la humanidad, derivándose desde la posibilidad de que las fuerzas que
tratan con la muerte las cuales habían asumido el poder en nuestra vida racial,
pudiesen ser gradualmente reducidas y al final vencidas por completo. Esta
posibilidad emergió como resultado de la liberación de la energía de Cristo en
el aura planetaria, que en lo sucesivo llegó a ser accesible a cada criatura
viviente. Esta liberación de la Luz de Cristo no se limitaba a una sola
efusión, como hemos explicado. Tuvo su principio en cierto momento histórico, y
ese momento fue cuando el Cristo rompió las ligaduras de la muerte y se mantuvo
vencedor sobre la tumba. Pero desde esa época Su fuerza vital ha continuado
derramándose en nuestra esfera planetaria y seguirá haciéndolo hasta que el
trabajo evolutivo de la tierra termine.
Para un mejor
entendimiento del Misterio de la Resurrección es necesario conocer algo de la
naturaleza de Jesucristo, del método de evolución humana, del significado perdido
de la muerte y de los procesos en la naturaleza por los cuales las fuerzas de
la muerte son transformadas en poderes de vida.
La verdadera
importancia de la Resurrección no puede entenderse si no se acepta la naturaleza
humano-divina de Jesucristo, la evolución de las formas según la enseñanza de
la ciencia académica y la evolución paralela del alma mediante el proceso
reencarnante enseñado por la ciencia espiritual. Además de, una comprensión de
los medios por los cuales las fuerzas de la muerte entraron a la vida humana y
de las medidas establecidas para vencer a estas mismas fuerzas con los poderes
de vida. Sólo dentro de tal labor de referencia el misterio del trabajo
redentivo de Cristo puede ser inteligiblemente entendido y espiritualmente
concebido.
El Misterio de la
Resurrección es de una naturaleza cósmica como lo es el Cristo Mismo por cuyos
poderes las fuerzas resurreccionales se han activado en la vida de la raza. Al
decir esto no le estamos quitando a la Pascua la significación personal que el
ortodoxo le atribuye, sino simplemente ampliando su alcance por demostrar que
somos parte de la escena cósmica, en la cual los poderes resucitados están en
funcionamiento, y que participamos en sus operaciones redentivas.
La muerte que el Cristo
venció es la muerte que se menciona en el Génesis cuando el Señor Dios Jehová
advirtió a Adán y Eva, o la humanidad en pañales, que no comiesen del fruto del
Árbol del Conocimiento, pues el día que así lo hicieran ciertamente morirían.
Ellos comieron del fruto y murieron, no en forma física sino espiritual. Esta
muerte no fue repentina. Era la muerte para una futura consecución que fue su
destino propuesto a realizarse en algún tiempo más. Es la muerte de la que
habla la Voz en el Apocalipsis, dirigiéndose a la Iglesia de Sardis: “Yo
conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto”.
El Cristo también
empleó el término muerte en este mismo sentido cuando declaró ante los Fariseos
que “si un hombre guarda mi palabra jamás verá la muerte”. Pero no obstante Sus
seguidores perdieron la verdad espiritual que Él así trató de transmitirles,
como lo indica el que cuestionaron Su buen sentido, y se preguntará si acaso no
estaba poseído por un demonio. ¿No murió su padre Abraham y también los
profetas, preguntaron, y él presumía ser más grande que estos hombres santos?
LA CAÍDA DE ADÁN Y LA RESURRECCIÓN DE CRISTO
Pablo hace la siguiente
afirmación “así como en Adán todo muere, así también en Cristo todo
resucitará”. De modo que la caída de Adán y la Resurrección de Cristo son
eventos ligados. El total de la humanidad está envuelta en ambos. Ninguno de
los eventos es de carácter aislado.
Adán o la humanidad en
pañales, se apartó del camino perfecto del Señor, o la ley divina, y tomó su
propio camino de obstinación sin estar lista ni ser capaz de hacerlo con
seguridad y sabiduría. Al hacer tal desviación admitió en su ser las primeras
semillas de la desintegración degenerándose y abriéndose a las influencias
adversas de dos clases de espíritus intrusos.
Los primeros de éstos
son los Espíritus Luciféricos, cuya naturaleza y actividades se hacen conocidas
para nosotros en nuestra Biblia Cristiana, y los otros son seres Ahrimánicos
(genio) sobre quienes podemos aprender mucho en las Escrituras Zoroastrinas y
también en el Fausto de Goethe de su carácter Mefistofeliano.
Su influencia sobre la
vida humana, como lo describiera el difunto esoterista Cristiano, Rudolf
Steiner, en varios de sus escritos, fue tal que los seres Luciferianos degradaron
las pasiones y sentimientos del hombre mientras que los espíritus Ahrimánicos
tergiversaron su perspectiva del mundo. Los Luciferes intentan separar al
hombre prematuramente de lo que la experiencia terrestre tiene para ofrecerles.
Las fuerzas Ahrimánicas dirigen sus energías hacia la obstrucción de la mente
del hombre a la existencia del mundo espiritual para atarlo más firmemente a su
naturaleza mortal y existencia física. Éstas son contenedoras desde el Período
de Saturno.
Estas dos clases de
entes; dice el Dr. Steiner, impidieron que el hombre acrecentara la antigua
reserva de sabiduría que una vez recibió, y así gradualmente se fue
consumiendo. El efecto que se provocó fue una tendencia a la disolución y decadencia
terminando en muerte.
Así fue que el germen
de la muerte entró en el cuerpo físico, y si su progresivo desarrollo no
hubiera sido traído ni contrariado por el germen de vida que el Cristo implantó,
el hombre habría quedado completamente bajo el poder de la muerte al finalizar
el presente Período Terrestre, con lo cual, la revolución habría terminado en
ese punto, en lugar de ir hacia adelante a través de los tres Períodos aeónicos
restantes que culminan con el retorno del espíritu individualizado a la casa de
su Padre como Hombre-Dios.
Estas afirmaciones no
tienen fundamento, y a menos que puedan ser verificadas por datos científicos
exactos derivados de un examen sobre la materia desde muchos y variados puntos
de vista, no puede esperarse ganar crédito con el hombre que no acepta nada en
base a la fe sino que demanda evidencia razonable para justificar sus
creencias.
Tales datos no son
necesarios. Una hilera ilimitada de evidencia está disponible. El hombre
moderno tiene para ofrecer, y hasta que no lo haga no encontrará la paz mental
que tanto necesita para mantener su equilibrio, ni que decir de su mucha
cordura y felicidad.
No está dentro del
alcance de esta discusión entrar a ese vasto conjunto de evidencia disponible
sobre el Ministro de Pascua cuando está interpretado a la luz de la Sabiduría
del Iniciado.
Pero permite que la luz
que arroja toque brevemente un aspecto particular de este tema multilateral
sobre el problema de la vida y la muerte, y también como un indicio del
carácter en verdad revelatorio de similares estudios relativos a otros aspectos
del Ministerio de PASCUA.
EL CUERPO ETÉRICO EN RELACIÓN AL FÍSICO
En la primitiva
humanidad los cuerpos físicos y etéricos del hombre no eran concéntricos como
lo son hoy; y ciertos centros etéricos no estaban alineados ni unidos con los
físicos. Esta conexión suelta entre los dos vehículos habilitaba al hombre para
mantener un contacto más estrecho con los mundos internos y para dirigirlos más
plena y libremente que ahora hacia el camino ascendente. Pero el cuerpo
etérico, en forma gradual, fue atrayendo al físico hasta que para el tiempo de
Cristo los dos cuerpos fueron como uno. El cuerpo etérico, que había entrado a
su evolución terrestre con dos Períodos aeónicos de desarrollo tras sí, llegó
altamente cargado de energías espirituales las que impartió a sus cuerpos físicos
asociados.
Pero ambos, los
espíritus Luciferinos y los Ahrimánicos de los que hemos hablado tenían el
poder de separar del muerto etérico un flujo más distante de luz espiritual y
vida desde los mundos internos, y esto en procedimiento despojó al cuerpo físico
de la vitalidad que hasta entonces había recibido del etérico, con el resultado
que en lo sucesivo las fuerzas vitales en el hombre no fueron en aumento sino
en descenso. El hombre salió en muerte luego de una vida en la tierra más pobre
que cuando llegó a ella. Si este proceso no hubiera sido contrariado, el
principio vitalizante del hombre, el cuerpo etérico, finalmente se habría
marchitado y con él el cuerpo físico. Ambos vehículos habrían muerto al término
de nuestro Período Terrestre en vez de desarrollarse para perfeccionar y
transferir sus poderes subliminados a los próximos vehículos superiores para
ulterior evolución en futuros Períodos de tiempo, como hemos dicho.
LA MORTALIDAD SE TRANSFORMA EN INMORTALIDAD
De tal destino el
hombre fue salvado por el Cristo. El vino a revivir, restaurar y resucitar a
una humanidad que había caído bajo las fuerzas de la desintegración, la decadencia
y la muerte. Pudo hacer esto porque Él está en su propia Existencia “la
resurrección y la vida”, Él es el Espíritu del Sol, el Iniciado más elevado del
Período Solar, el primero en dar frutos de la ola de vida arcangelical. Él es
el Logo Solar y la Luz del Mundo. Desde este cuerpo de luz irradiaba, y
continúa irradiando, al mundo etérico un Rayo redentor que es absorbido por el
vehículo etérico del hombre, así reanimándolo con las fuerzas de vida. Este
impulso dador de vida es transmitido por turnos al cuerpo físico con igual
efecto, y de tal manera la humanidad que murió en Adán es devuelta a la vida de
Cristo.
La mortalidad se
transforma en inmortalidad y la corruptibilidad en incorruptibilidad. La
redención del hombre desde la caída está asegurada y también su habilidad para
llevar hacia adelante está evolución terrestre en los sucesivos ciclos de
desarrollo. Excepto por este impulso dador-vida de Cristo, la clase de muerte
que alcanza el cuerpo al final de una vida en la tierra habría sido la muerte
experimentada por la humanidad como un todo al término del Período Terrestre.
Este acto de salvación
por el cual la raza humana fue levantada de la muerte a la vida no yace dentro
del poder de ningún ser humano. Puesto que fue una tarea de alcance cósmico requería
de poderes cósmicos tales como los que poseía Cristo. El Maestro Jesús jugó Su
glorioso y necesario papel en esa su condición espiritual que lo capacitó para
llegar a ser el instrumento en y a través del cual el Espíritu de Cristo
pudiera establecer un punto focal desde donde penetrar e identificarse con la
evolución humana, y más tarde servir como Regente Planetario. Pero Jesús por sí
mismo no podría haber sido nuestro Salvador, ni tampoco Cristo solo haberse convertido
en nuestra vida y resurrección. Pues esta unión físico-espiritual entre lo
humano y lo divino, tal como la establecida en el único ser compuesto de Jesús
el Cristo, era necesaria. Y por medio de aquella exaltada instrumentalidad el
Padre, cuya voluntad es que nadie debería perecer y todos tener vida eterna,
contemplaba este divino intento para que la humanidad pudiera acabar
prósperamente. De Jesucristo Él podía decir, “Este es mi amado Hijo de quien
estoy muy complacido”.
En lo anterior hemos
hablado sobre el más simple fragmento de la clase de conocimiento que debe
hallar su camino hacia la mente moderna para restaurar la doctrina de la
Resurrección a un lugar en donde pueda revitalizarse la fe de nuestros tiempos.
La necesidad nunca ha sido mayor que ahora, cuando las fuerzas de la muerte han
originado un terrible ataque a la humanidad en un desesperado esfuerzo final
por arrebatarle el control a los ascendentes poderes de vida.
En esta crisis
planetaria los pueblos buscan por doquier, expectantes, la aparición de algún
poder transformador y redentor, ya sea principio o persona. La esperanza
universal está en la resurrección de un mundo arruinado, en la instrucción de
una mente en ignorancia, y en la espiritualidad de una civilización sepultada
en el materialismo. Para el Cristiano esta esperanza está enfocada en el Cristo
y la promesa de su presencia en la línea del deber divino para completar Su
misión Terrestre. Es en esa esperanza de gloria que celebramos la Pascua, el
luminoso festival de la vida resucitada.
Mucho queda por revelar
del Misterio de Cristo para cuando la humanidad alcance la madurez espiritual;
pues como Max Heindel, el iluminado vidente místico ha dicho: “El verdadero
Cristianismo esotérico todavía no ha sido enseñado públicamente, ni lo será hasta
que la humanidad haya pasado el peldaño materialista y se prepare para
recibirlo”. (El Concepto de Rosacruz del Cosmos).
Corinne
Heline