Corresponde a un documento de Docencia, y fue realizado por Héctor Melo A., Moisés Mizala U., Marino Pizarro P. y Carlos Cortés B.; todos ellos Segundos Vigilantes.
Considero este escrito interesante porque si no se ha recibido la iniciación masónica, podrá tener algunos antecedentes respecto a ello, por el contrario si ya la ha recibido, por lo menos en grado de Aprendiz, podrá recordar y sacar conclusiones al respecto. Por lo demás la enseñanza que se entrega aquí puede ser aplicable a muchas Escuelas o Colegios Iniciáticos, no solamente pertenecientes a la Francmasonería. Por lo menos es mi opinión. ALV
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El estrépito y desorden
del mundo profano han quedado tras las puertas de Occidente. Los malletes han
hecho oír su voz y el manantial del silencio ha surgido. La hermosa sinfonía
del ritual ha esparcido sus notas hasta los más lejanos rincones de este universo
simbólico. Ha penetrado hasta las profundidades del corazón y la conciencia de
los obreros de paz aquí reunidos y nos, ha dicho que es mediodía. Que la luz
que se levantó en el Oriente se derrama a raudales para iluminar nuestro intelecto
desde el centro del firmamento. Es la hora del trabajo y ya Se escuchan los primeros
sones del coro metálico de mazos y cinceles.
Los trabajos de esta
noche tienen una especial significación. Iniciamos las Jornadas de Docencia
1975, programadas por la Gran Maestría y de acuerdo al espíritu que las ha
inspirado, intentaremos en ellas una mirada retrospectiva a nuestro pasado, un
análisis de nuestro presente y plantearnos algunas interrogantes sobre nuestro
futuro, como hombres y como masones.
…Nacer y morir. En
estas dos palabras se encierra todo el maravilloso milagro de la Naturaleza, la
síntesis biológica que enlaza la vida y la muerte y que nos señala nuestro origen
como fragmentos de este Universo en permanente evolución.
El ser humano se ha
preguntado siempre de dónde viene, qué es y hacia dónde va. Nosotros, como
integrantes de una Institución que busca exaltación de los más altos valores
del hombre, conocemos mucho mejor que otros la inquietud que plantea esta
trilogía de interrogantes y lo que es más, hemos sabido de lo que es el morir y
lo que es el nacer.
Todos fuimos, hace
mucho o hace poco, entes del mundo profano. Las pasiones, las falsas creencias,
los egoísmos y tantos otros prejuicios fueron nuestro mundo. Vivimos sumergidos
en una vorágine sin tener tiempo de preocuparnos de nuestros semejantes, de
nosotros mismos, de detenernos un instante a reflexionar sobre nuestro pasado,
presente y futuro.
Pero, un día llegó en
que alguien nos propuso ingresar a una Institución que busca el
perfeccionamiento del hombre, la Francmasonería, y ese instante constituyó para
todos nosotros, a no dudarlo, un hito trascendental en nuestras vidas.
¿Por qué se nos eligió para
ingresar a esta escuela del hombre?... ¿Nos hemos hecho alguna vez esta pregunta,
queridos hermanos? ¿Cuáles fueron las cualidades que se vio en nosotros para
considerarnos dignos de recibir tal honor. . .?
¿Estaríamos en
condiciones ahora, en este momento, de echar esa mirada retrospectiva al pasado
de que hablábamos hace algunos instantes y preguntarnos cómo éramos cuando
profanos...? ¿Cuál era la diferencia que hizo que sólo nosotros recibiéramos
esta proposición y no otros?
O quizás, planteando el
problema desde otro punto de vista, ¿qué cualidades exigiríamos a un profano
para considerarlo digno de ingresar a la institución de la que hoy formamos
parte. . .? ¿Podríamos enumerar algunas de estas cualidades. . .? Las
respuestas a éstas y muchas otras interrogantes que desearíamos plantear están
en nosotros mismos y sólo nos cabe invitaros a reflexionar sobre ellas.
Creemos firmemente que cuando
recibimos la proposición de ingresar a la Orden, una inquietud, un cambio se gestó
en la intimidad de nuestro espíritu. Ese cambio ha debido tener matices
diferentes según cuál fuera nuestro mayor o menor conocimiento de lo que la
institución representaba para nosotros. Como haya sido, el cambio se produjo,
experimentamos seguramente un cierto temor, esa angustia natural que asalta el
espíritu del hombre frente a lo desconocido, frente a una responsabilidad que debe
asumir y cuyos alcances reales no comprende en toda su integridad. . . ¿Sentimos
ya en esa oportunidad la inquietante sensación de que estábamos adquiriendo un
compromiso que sería trascendental para nuestras vidas. . .?
Es así como de profanos
nos transformamos en hombres elegidos; quizás en ese hombre que el filósofo Diógenes
buscaba con un farol encendido a plena luz del día. Ciertamente todos, en esa
oportunidad, nos convertimos en una esperanza para otros hombres, y esa
esperanza no tenemos el derecho de defraudarla.
Y llegó el día en que
ese profano elegido traspuso las puertas de un lugar desconocido para él y una
persona, también desconocida, lo condujo a través de pasillos y corredores
hasta un recinto en semipenumbra donde se enfrentó con el más característico
símbolo de la muerte: una calavera humana. Tuvo que despojarse de sus objetos
materiales, cambiar su ropa por otra que le fue colocada en forma desordenada.
Redactó y firmó un testamento que le hizo sentir con marcada intensidad que era
primer actor de un ceremonial de muerte.
De allí, a las
tinieblas y la soledad. Sintió la desfalleciente congoja de estar solo,
desvalido, con su mente confusa por encontrados pensamientos. Y en medio de ese
abandono que se le antojara eterno, tuvo que sufrir el duro enfrentamiento con
su propia conciencia, el juez más implacable de todos los conocidos. Este
enfrentamiento, que ha sido único para cada uno de nosotros, representó el
convencimiento de que estábamos muriendo a algo, que después que todo terminara,
ya no seríamos los mismos. De allí que este profano intuya que todo ese ceremonial
de muerte en que participa es por y para él y, aunque no las percibe,
invisibles campanas silenciosas tañen por su muerte como profano.
Y después, fue
conducido a ciegas por un sendero desconocido hasta llegar a una » puerta donde
golpeó desordenadamente. Escuchó voces desconocidas y frases dichas en
diferentes tonos, cuyo significado posiblemente no alcanzó a comprender en toda su magnitud, pero
sí, sintió hondamente en su espíritu la solemnidad del acto.
...El aire, el agua y
el fuego le susurraron sus secretos y luego, en medio de las tinieblas que le
rodeaban, prestó su juramento de fidelidad, arrodillado frente al Ara, no en
forma humillante, sino con humildad, con su pierna izquierda desnuda para estar
en contacto con la tierra de donde provenía y de la que emergió cual semilla
fructificada por el agua y el calor para aspirar con ansias la brisa
vivificante.
La muerte del hombre profano
se ha producido... de sus cenizas renacerá el hombre iniciado.
El mallete hizo oír su
voz y la venda cayó de sus ojos. . . la luz que surgía del Oriente lo envolvió
como un manto y ese hombre que renacía a la vida de iniciado, sintió en toda su
plenitud la grandiosidad del momento... y parte de esa luz se refugió en el
fondo de su corazón para permanecer allí como una pequeña llama que le
recordará siempre que es un iniciado y que debe cuidar de ella por toda una
eternidad.
Así pues, del seno de
su Madre Logia, la que le dio la luz, emergió este nuevo iniciado que con perseverancia, buenos
propósitos, tesón, deseo de perfeccionamiento, espíritu de sacrificio, pero sobre
todo con humildad, comenzó a pulir la piedra bruta de su personalidad. Para
alcanzar éxito en esta difícil tarea y poder recorrer el pedregoso camino que
conduce a la búsqueda de la verdad y la perfección, cuenta ahora con el apoyo y
guía de sus hermanos, de aquellos que terminada la ceremonia de iniciación, le
entregaron a raudales su fraternidad y su tolerancia frente a los errores que
cometa.
La ceremonia de
iniciación ha colocado al nuevo aprendiz en el inicio del sendero; tendrá, como
se dijo, la ayuda y guía de sus hermanos, pero la labor de perfeccionamiento,
de búsqueda de la verdad, de la construcción de su templo interior, es
únicamente suya. Es él el que ha adquirido el compromiso, es él quien ha jurado
ante el Ara y lo ha hecho ante sí mismo, ante su propia conciencia, por su
propia voluntad. A lo largo de la ceremonia de iniciación se le ha preguntado
en repetidas oportunidades si persiste en ser masón y ha respondido siempre que
sí. Suya es por lo tanto la responsabilidad, suyo es el compromiso, suya es la
conciencia ante la que debe responder si falta a él. Al jurar ante su propia
conciencia y honor de hombre se ha enaltecido a sí mismo, ha dado el primer
paso en su camino hacia la búsqueda de la perfección.
La ceremonia de
iniciación no transforma al hombre en un iniciado integral. Constituye sólo el
acto simbólico en que un profano se convierte en un ser que iniciará una nueva
vida. Para que el aprendiz se transforme en un verdadero iniciado debe comenzar
la dura tarea a la que ya aludimos: desbastar la piedra bruta de su
personalidad y esta labor sólo finalizará con la muerte.
Desbastar la piedra
bruta significa para todos nosotros la tarea diaria de ser mejores, de tratar
de encauzar nuestros pasos por el verdadero sendero que conduce a la búsqueda
de la verdad, y en esta tarea el material y el artífice son únicos; no hay dos
materiales ni dos artífices iguales.
Para lograr nuestro
objetivo es necesario tener fe en la institución que nos acogió y en nosotros
mismos. Como humanos tenemos el privilegio de estar dotados de esa chispa
divina de la inteligencia, tenemos el privilegio de ser capaces de evolucionar
y llegar a ser mejores, tenemos el privilegio de ser llamados masones y
reconocidos como tales.
Difícil labor la que
tenemos por delante, pero es necesario realizarla. Tenemos un compromiso con
nosotros mismos, con los hombres que nos eligieron, con la Orden que tiene fe
en los destinos superiores del ser humano. Quien ha tenido el privilegio de ver
la luz masónica debe ser capaz de luchar por su propio perfeccionamiento a través
del amor, la solidaridad, la justicia y la paz.
No estamos solos en
este trabajo. Al lado nuestro laboran otros hombres como nosotros, que también
buscan la verdad y la satisfacción a las interrogantes de su espíritu. Por eso,
cuando sintamos que las fuerzas flaquean, busquemos apoyo en nuestros hermanos
de faenas y sigamos adelante.
Desbastar la piedra
bruta. . . ¡qué fácil decirlo! ¡qué difícil realizarlo. . .!
¿Estamos efectuando
esta tarea a plena conciencia, queridos hermanos...? ¿Somos mejores ahora que
cuando nos iniciamos...? ¿Nos hemos detenido un momento para hacer un paralelo
entre nuestra antigua condición de profanos y nuestra actual condición de
masones. . . ?
Debemos construir
nuestro templo interior y para realizar esta tarea tenemos como modelo las
enseñanzas que nos entrega la Orden a que pertenecemos. La Francmasonería no
nos da un decálogo rígido que todos debemos cumplir, sólo nos señala los
principios que sustenta y nos indica el camino.
El trabajo es, pues,
exclusivamente nuestro. Debemos transformarnos en masones auténticos, es decir,
debemos vivir y comportarnos como tales donde sea que actuemos. No basta que
nos sintamos masones en el interior de nuestros Templos, porque ello es tarea
fácil. . . debemos serlo allá, más allá de las columnas de Occidente, en la
vida profana, como hombres inmersos en un mundo convulsionado e indiferente...
¿Lo hacemos así, queridos hermanos...? ¿Volvemos, aunque sea de tarde en tarde,
a nuestra Cámara de Reflexiones para preguntarnos cuánto hemos hecho por nuestro
país, por nuestras familias, por nuestra Orden, por nosotros mismos. . .?
¿Hemos tomado
conciencia cabal de la condición de masones que ostentamos para actuar como
tales? ¿Tenemos conocimiento pleno de los Principios y valores que sustenta la
Orden y lo que espera de nosotros. . .?
¡Que el silencio y
quietud de la Cámara de Reflexiones nos permita encontrar en el fondo de la
conciencia las verdaderas respuestas. . . !
De lo expuesto se
desprende el hecho más importante en la vida de un iniciado: el trabajo sobre
sí mismo, allí está la clave de lo iniciático. En la noche de iniciación la luz
masónica nos mostró el comienzo del camino, el sendero que debemos recorrer. Nadie
sabe cuán largo es, sólo sabemos que al final de él resplandece la luz de la sabiduría.
Desde aquella noche, comenzamos a recorrerlo, con pasos vacilantes en un
principio, pero lentamente nuestro andar se fue haciendo más firme y más ágil.
Es por eso la vigencia
permanente de la frase del Ritual que dice: "Nuestra Orden elige hombres,
los educa, los organiza y disciplina; esto es, corrige en ellos, cuanto es
posible, los defectos de la herencia; los enseña a elegir los elementos útiles
del ambiente en que se desenvuelven y les indica el rumbo de las evoluciones
que han de llevarlos a su destino".
Somos, pues, hombres
elegidos que aspiramos a ser mejores en virtud de los principios y valores que
sustenta la Orden y esta labor es única y particular para cada masón.
La arcilla de que está
construido el hombre es moldeable y por lo tanto, capaz de evolucionar y ser
mejor. De ahí que la Orden oriente su finalidad y objetivos hacia el individuo
y sólo por un método indirecto mira hacia la sociedad. La Francmasonería es una
institución docente, espiritual, filosófica y moral. Entrega como misión al
iniciado la búsqueda de la verdad y la virtud.
Aquel iniciado que
siente la Masonería en el corazón, luchará incansablemente por ser mejor,
tratará de modelar su propia arcilla para lograr acercarse a la perfección que
preconizan los principios de la Orden; nada le detendrá; se sentirá
permanentemente acicateado para proyectarse más allá de si mismo. Tendrá plena
conciencia de sus responsabilidades y aunque éstas a veces lo agobien, sabrá
salir adelante si se siente identificado con los postulados masónicos, si
siente que ellos son carne de sí mismo, que están con él y no fuera de su
existencia, que es capaz de hacer su aporte al templo simbólico de la Francmasonería.
Quien fue capaz de ver bajo la luz masónica, significa que está en el sendero
justo y será capaz de superar sus propias debilidades. Dura y difícil tarea,
pero no imposible, pues nada es imposible si se tiene fe, fervor y
constancia... quien no sienta esta fuerza interior que lo empuja hacia lo alto,
nada tiene que hacer en nuestro templo.
El trabajar en sí
mismo, en el propio perfeccionamiento, es cuidar de la pequeña llama que surgió
en nuestro corazón la noche de la iniciación. La luz de la verdad está en
nosotros mismos y si no somos capaces de percibirla, es inútil que la busquemos
en otra parte. Por eso, para encontrarla definitivamente, debemos penetrar hacia
el interior, allí está la verdad. Cada hombre es absolutamente para sí mismo el
sendero, la verdad y la vida. Busquemos nuestra verdad, queridos hermanos,
Sumergiéndonos en las misteriosas profundidades de nuestro ser y velemos por
que esa pequeña llama que arde en nuestro corazón no se extinga jamás.
La tarea de
perfeccionamiento es lenta. Avanzamos en ella como cuando marchamos hacia el
Oriente al ingresar al Templo. Evolucionamos al igual que una flor que se abre
para recibir la luz y aspirar la brisa. Y en la medida que esta evolución se
produzca, nos iremos transformando gradualmente en un verdadero iniciado.
Ser iniciado significa
tener confianza en sí mismo, ser capaz de escuchar, ser capaz de abrir las
puertas del espíritu, ser capaz de ver, ser capaz de hablar. Ser iniciado
significa haber aprendido a servirse del yo, haber alcanzado el conocimiento de
sí mismo, ser capaz de auto-juzgarse en forma imparcial, haber aprendido a
servir a los demás. Ser iniciado significa poder caminar hacia la luz
resueltamente, entrar al Templo y comprender el lenguaje de los símbolos que
allí existen, entender la melodía del ritual. Ser iniciado significa ser capaz
de dar, tolerar, amar, de escuchar el canto del corazón de todos los hombres.
Entonces y sólo entonces,
podremos comprender que estamos en el verdadero sendero, que no hemos errado el
camino. Según como cada uno entienda lo que es ser iniciado e integrante de la Orden
Masónica, así será el lugar que ocupe en el camino que conduce a la búsqueda de
la verdad y la virtud. .. unos más lejos, otros más cerca, algunos con muy poco
camino recorrido.
Y como cada uno de
nosotros busca su propia verdad, perdonadnos, queridos hermanos, por lo que
hemos dicho sobre lo que entendemos por un verdadero iniciado, ya que ello
representa la verdad de los hermanos responsables de este trabajo. Es nuestra
verdad.
Hemos querido en este
trabajo, queridos hermanos, dirigirnos más a vuestro corazón que a vuestra
inteligencia. Hemos deseado trasmitiros a través de estas páginas, nuestro
sentimiento que para ser auténtico masón, hay que llevar los principios y
valores de la Orden en nuestro corazón más que en nuestro intelecto. Creemos que
así el hombre alcanza su más excelsa expresión.
Si todos esta noche, al
cerrar los trabajos, pensáramos que nuestro corazón se siente masón, estas
Jornadas de Docencia se iniciarán con el mejor de los auspicios y nuestra Orden
se sentirá orgullosa de sus hombres. Hombres integrales, capaces de dar,
capaces de entregar amor y fraternidad, capaces de sembrar caridad y
tolerancia.
Y como creemos que todo
masón es un hombre capaz de sembrar el camino que recorre, doquiera que vaya,
es que queremos cerrar estas páginas con las palabras de un escritor que se
inspiró en una "Siembra de Amor":
"Levántate,
sembrador. Es la hora de que comiences la tarea.
"La Campana del cielo vibra cada vez más cerca
y ya resuena en el gallo.
"Adelante y detrás de ti está lo infinito.
Arriba y abajo de ti está lo infinito.
"Prende la luz de tu espíritu. Enciende el fuego
de tu corazón.
"Tus bueyes son el amor y la justicia, y tu
cuchilla, la verdad. Corta la dura tierra desde Oriente a Occidente y desde el
Norte al Sur.
"Que tus pasos retumben en las concavidades dé
la tierra. Que su matriz se estremezca para recibir tu siembra.
"Que tu mano reproduzca el movimiento del
corazón.
"Empuja la soledad. Quiebra el silencio. Y
avanza.
"Siembra
la palabra del bien y del amor. Día llegará en que tu siembra se levante como
una bendición sobre la tierra.".
Or:. de Santiago,
agosto 22 de 1975.