Lo que a continuación publicamos corresponde al discurso de bienvenida pronunciado por el Sr. Oscar
Kiss Maerth en la Conferencia internacional “Focus on Man”, patrocinada por la
Fundación estadounidense “WORLD MAN FUND”, de Washington, y la Fundación OMNIA
MUNDI, de Zürich, y celebrada entre los días 10 y 15 de Septiembre de l974, en
Moltrasio (Como), Italia en el PALAZZO PASSALACQUA, Centro Administrativo de la
Fundación OMNIA MUNDI.
A pesar de los años que nos separan de este pronunciamiento, hoy en día más que nunca parecen estar vigentes los factores y variables mencionadas y que nos advierten del gran problema que sufre la humanidad en la actualidad. Se transforma así en una verdad profunda que toda persona consciente debe conocer, practicar y divulgar para salvar del caos a la Tierra en que habitamos, e ingresar a una Nueva Era de una mayor altura evolutiva.
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Ciudad de Italia, sede
de la Conferencia Internacional de OMNIA MUNDI.
Señoras y Caballeros:
Al comienzo de nuestro
siglo, la humanidad estaba mirando su futuro con optimismo. La ciencia y
tecnología modernas acababan de empezar a mostrar sus milagros. Toda una generación
presenció como los caballos desaparecían de los coches, reemplazados por motores,
como se detenían los molinos de viento y empezaban a funcionar otros a motor.
En los siete mares del mundo, los barcos arriaron sus velas y pronto veloces
embarcaciones a motor cortaban las olas.
El mundo de la
medicina hizo también nuevos descubrimientos e inició la producción de una
inacabable cadena de medicinas sintéticas.
Fue el principio de
una nueva era: la civilización tecnológica del hombre blanco que, para pavor de
todo el mundo, producía milagro tras milagro, como por arte de magia. El pronóstico
para el futuro era nítido, seguro y pleno de confianza: los científicos aseguraban
al hombre que tendría un sonrosado futuro, Podría cumplir su antigua esperanza,
librarse de la maldición del trabajo y las privaciones.
Las maquinas le
proporcionarían todos los bienes, para hacerle la vida fácil y cómoda. La
medicina moderna derrotaría la enfermedad y, quizás, incluso la muerte. El
progreso había comenzado, Las chimeneas estaban levantándose hacia el cielo y
todo parecía funcionar tal como se había predicho: los alcaldes estaban
orgullosos de la población siempre creciente de sus ciudades.
Era tan sólo el inicio
de una época feliz, aseguraban los científicos. No había dudas al respecto,
pues ya habían mostrado que podían hacer milagros: se podía volar por el aire y
moverse bajo el agua.
El hombre blanco, el
creador dc esta civilización, era también generoso: prometía llevar a todos los
pueblos del mundo al mismo estado de felicidad: prosperidad, salud y comodidad
inauditos, proporcionados por la civilización tecnológica. Anunciaba también la
paz perdurable para todos los hombres y razas quienes, gracias a las
comunicaciones fáciles y rápidas, se conocerían mejor y se respetarían más.
Y hoy, tras solamente
70 años, la misma generación que inició un futuro tan optimista, debe admitir
con temor y asombro: La Humanidad está en crisis. La raza humana se enfrenta a
tiempos sombríos. Nada menos que la supervivencia misma de la especie está en
juego. Tristes premoniciones llenan los corazones.
En todo el mundo se
celebran frenéticamente conferencias y congresos. Todos están buscando una
salida, para la salvación, pero las perspectivas son cada vez más alarmantes.
¿Qué ocurrió? ¿Qué
ocasionó el inesperado resultado? ¿Qué nos condujo a una crisis tan peligrosa
como para hacer incierta hasta la existencia misma del hombre?
La respuesta es clara:
la aplicación de los mismísimos medios que debían traernos el estado de
felicidad: una ciencia carente de filosofía, una ciencia sin alma, que
enloqueció, una tecnología que se desbocó, un sistema económico rapaz y un
macabro proceso denominado progreso, que desencaminó a la humanidad. En nuestro
planeta saqueado y emponzoñado, crecen día a día el miedo, el dolor y la
miseria. El Homo Sapiens, amo frustrado, está buscando una excusa, una cabeza
de turco. Pero no hay excusas ni cabezas de turco.
El dolor humano, el
caos y la crisis son producto del hombre.
La población mundial
cuenta ahora 3.600 millones de personas, y está aumentando con más rapidez que
nunca. La población está dividida de hecho en dos partes: una minoría sobrealimentada
y una inmensa mayoría que es cada día menos capaz de alimentarse y de llevar
una vida que merezca ser vivida. El sistema económico actual hace al rico más
rico y más pobre al pobre.
¿Quiénes constituyen
la minoría sobrealimentada? Son los llamados pueblos occidentales, los
fundadores de la civilización tecnológica. Es el hombre blanco, que hoy representa
sólo el 17% de la población mundial y quien al inicio del siglo prometía
prosperidad y paz a todas las razas del mundo. Esta minoría de un 17% no ha
cumplido sus promesas. Ha agarrado un 70% de la riqueza mineral y de las
fuentes de energía de todos los continentes, a fin de construir su tecnología y
su codiciosa civilización de consumo y despilfarro nunca vistos, mientras la
saqueada mayoría de la humanidad está luchando por su sustento diario y
supervivencia.
Occidente dio y da aún
consejos a la empobrecida población de este planeta, para que abandone su
civilización y su modo de vida tradicional, y copie la civilización tecnológica
y el sistema occidental a fin de lograr comodidad y felicidad.
En otras palabras:
Occidente dio y sigue dando la receta para un plato delicioso, pero al mismo
tiempo se embolsa los ingredientes necesarios para prepararlo. Este es el truco
de esquizofrenia más macabra de todos los tiempos.
Estos pueblos
abandonaron su propio modo de vida y sus sistemas económicos, pero al ser
incapaces de adoptar el nuevo, han caído en la miseria.
¿Y qué ha ocurrido con
la prometida da paz mundial?
El hombre blanco ha
producido por primera vez en la historia un nuevo monstruo: la guerra mundial
y, si es por eso, dos en un plazo de 50 años. Con ayuda de una ciencia sin
escrúpulos, ha construido las más pavorosas armas para destrucción masiva, a
las que desvergonzadamente llama “armas avanzadas.” Y ha llegado a usar a los
habitantes de las regiones y colonias saqueadas como soldados para obtener la
victoria. ¿A qué fines servía presumiblemente esta victoria? Para el fin de
preservar el status quo, es decir, para que la minoría sobrealimentada de un
17% continuase guardando el 70% de los recursos de todos los continentes a fin
de continuar e incluso ampliar su civilización de consumo y derroche, a costa
de la mayoría empobrecida.
Mientras esta minoría
rapaz continúa el saqueo sistemático de la Tierra para exclusiva ventaja
propia, la población mundial está aumentando rápidamente. En 1600 había sólo
550 millones de personas. Demoró 200 años en duplicar este número. Hoy en día
el incremento ha llegado a ser tan veloz, que la población mundial se duplica
en 30 años apenas, lo que significa que los 3.600 millones de hoy aumentarán a
7.000 millones al cabo de 30 años. No sólo no hubo jamás tanta gente en el
pasado, sino tampoco fue tan rápido su aumento en número.
Cuando la humanidad
duplicaba su número en 200 años, tenía también el tiempo necesario para
duplicar la producción de alimentos, ropas y viviendas.
Pero ahora, cuando los
3.600 millones se duplican en sólo 30 años, ha llegado a ser dudoso que pueda
duplicarse en tan breve plazo la producción de alimentos, ropas y viviendas, todos
bienes esenciales para la supervivencia.
Si acaso esto puede
realizarse, lo será sólo mediante cambios radicales en la estructura económica
del mundo. En ese mundo reestructurado, unas estrictas medidas colectivas deberían
prohibir que una sociedad cree una civilización y un modo de vida a expensas de
otras. Esta tarea habrá de realizarse dentro de una década y ha de comenzase
ahora mismo.
Los especialistas,
expertos y científicos han explicado en libros y periódicos que la población
mundial aumenta con mayor rapidez, porque la ciencia moderna ha derrotado a la
enfermedad, ha disminuido la mortalidad infantil, ha creado buenas condiciones
sanitarias y prosperidad. En otras palabras, la humanidad se incrementa por
pura felicidad. Esto es tan sólo locura, deshonestidad y autoengaño.
En Occidente, en donde
la mortalidad infantil ha sido reducida a solo el 4 %, en donde hay abundancia
de médicos y hospitales, en donde la higiene y el bienestar están ampliamente
difundidos y la gente está sobrealimentada, la población crece sólo un 1 % al
año...Por el contrario, allí donde prevalece la miseria, donde faltan hospitales
y médicos, donde la mortalidad infantil es del 25 al 30 %, la población aumenta
cada año entre 2,8 y 3,2 %, es decir, el triple que en los lugares de
superabundancia, y en donde la mortalidad infantil es solo de 4 %,
¿Cómo se atreven
entonces los llamados expertos y científicos a afirmar su teoría absurda y
estúpida en un asunto que puede significar la vida o la muerte para la raza humana?
¿Y por qué toleramos que el papel producido por los árboles que quedan sea
usado para publicar sur imbéciles teorías científicas?
Ya es hora de
reconocer que la explosión demográfica es producida por el “stress”[1]
ocasionado por la miseria. Es una ley biológica general, válida para todos los
animales, inclusive el Hombre. El “stress” afecta la glándula pituitaria
situada en el cerebro, la que a su vez produce un mayor deseo de acoplamiento y
una mayor fecundidad. Toda la regulación de la población animal se funda en
esta función biológica. Las pérdidas debidas a desastres naturales se compensan
mediante el “stress” ocasionado por los desastres mismos.
Pero la glándula
pituitaria no averigua cual es la causa del “stress”. Si en una sociedad humana
la miseria y el “stress” son ocasionados artificialmente, creados incluso por
terceros ajenos a ella, la glándula pituitaria reacciona del modo acostumbrado:
el “stress” se traduce en un mayor crecimiento demográfico. La sociedad blanca
no aumenta tan rápidamente porque no sufre “stress”, sino neurosis aguda, que
es lo contrario del stress y disminuye la actividad sexual y la fecundidad.
Esta es una grave
advertencia para el hombre blanco, quien es en gran medida responsable de la
miseria y el caos de la mayor parte de la humanidad. El sistema económico
occidental, impuesto sobre la humanidad, que hace más rico al rico y más pobre
al pobre, conduce inevitablemente a la miseria, al “stress” y a una explosión demográfica
en los países pobres. Este y no otro es el motivo del que las poblaciones
pobres aumenten a un ritmo tres veces más rápido que las ricas. En
consecuencia: si la raza blanca constituye hoy sólo el 17% de la población
mundial, en 30 años esta proporción será a lo más un 10%.
Es ridículo que esa
minoría, que posee y consume el 70% de todos los recursos naturales, se queje
por una escasez energética y es todavía más ridículo imaginar que al cabo de
treinta años, una sufriente mayoría del 90 % de la población mundial va a
tolerar pasivamente, en su miseria creciente, como una minoría de tan sólo el
10% explota y envenena la Tierra y, a través del sistema económico más absurdo
de todos los tiempos, deteriora aún más las condiciones de vida ya
catastróficas de la empobrecida mayoría.
Nosotros, los hombres
occidentales, debemos admitir que, a través de nuestro absurdo modo de vida, a
través de nuestra civilización de derroche y despojo, a través de nuestra insaciable
codicia y de nuestro vergonzoso sistema económico de producción forzada, somos
los destructores del planeta, del que sin embargo no somos propietarios exclusivos.
Debemos reconocer que
nosotros, y no los demás, somos culpables de la crisis mundial, la cual puede
llegar algún día a la conclusión de que no tiene nada que perder sino su
miseria.
Dios nos ampare si
esta masa hambrienta y desesperanzada decide alguna vez salir descalza y con
sólo un cuchillo, reptando día y noche de arbusto en arbusto, de casa en casa,
y penetrar como langostas en las regiones en donde viven los saqueadores y
culpables de su mi seria.
El dispositivo secreto
de seguridad de las potencias ricas, la bomba atómica, será inútil en este
caso, puesto que tendrían que lanzarla también sobre sus propias regiones ya
infiltradas. Por el interés de todas las razas y sociedades del mundo debería
evitarse tal situación a cualquier coste; las medidas preventivas deben
comenzar no mañana, sino hoy, porque
mañana será demasiado tarde.
Esta advertencia no va
dirigida a los malayos, no a los congoleses, sino al hombre blanco, quien
mediante su civilización tecnológica de saqueo y derroche, se ha convertido en
el asesino número uno del planeta.
Nuestra Tierra
comienza a ser incapaz de continuar soportando los dolores de este brutal
ataque. El agua, el aire, las plantas y todas las criaturas vivas están
sufriendo. Es dudoso que las heridas ya infligidas puedan curarse.
La tragedia consiste
en que las consecuencias de este teatro de horror no sólo se esparcen en las
regiones en donde brama el enloquecido tiovivo de la producción forzada, sino
en toda la Tierra, afectando también a las poblaciones que no pueden disfrutar
ni del menor beneficio de nuestra civilización tecnológica.
Preguntamos: ¿Por
cuánto tiempo soportarán los pescadores malayos el volver a casa de sus mares
contaminados con menos pescado para alimentar a sus hijos llorosos? ¿Por cuánto
tiempo soportará esta población artificialmente empobrecida, de la cual se dice
—contra toda lógica y toda decencia— que pertenece al “mundo libre”, el estar a
merced de un sistema económico mundial, que después de todo sirve sólo a una
pequeña minoría, para mantener funcionando su civilización de derroche,
amenazando así la habitabilidad del planeta?
Mientras aumentan las
penas de la población pobre, preguntamos: ¿Son felices los pocos sobrealimentados?
No, no son felices. Están al borde del colapso físico y espiritual. Las
comodidades e inconveniencias creadas por la tecnología, como también su vida
contranatural, minan su salud y resistencia a tal extremo que desde la cuna a la
tumba han de tomar una serie continua de medicinas sintéticas, porque también
aumenta el número de enfermos. Ruborizados, explican que se trata del progreso
de la medicina, aunque significa exactamente lo contrario.
Un número cada vez
menor de mujeres es capaz de amamantar a sus hijos y la existencia de estas
sociedades espiritualmente retrasadas depende del funcionamiento de una fábrica
que produce leche artificial para nenes y del camión que la distribuye. Si
falla cualquiera de ambos, la subespecie deja de existir. En algunas de estas
sociedades enfermas una de cada siete mujeres precisa la operación cesárea para
dar a luz. Las funciones biológicas y fisiológicas fundamentales que se
desenvuelven impecablemente en toda especie, están gravemente dañadas y hasta
ausentes en la subespecie del “homo sapiens” a causa de su presunto “progreso”.
Estas sociedades se ufanan también de su gran número de psiquiatras y hasta del
creciente número de sus manicomios, desconociendo el hecho de que ello se ha
convertido en necesidad, por cuanto un considerable porcentaje de los miembros de
esta sociedad sufre de depresión y de problemas mentales, a causa de su vida
absurda y contra natura. La criminalidad ha alcanzado proporciones nunca
vistas.
En estas sociedades la
gente trata de escapar de la miseria espiritual autoimpuesta, buscando alivio
en drogas, alcohol y disipación sexual, lo cual a su vez aumenta su miseria mental.
Esta es la sociedad la
cual está alarmada por una presunta escasez de energía y busca ahora frenéticamente
nuevas fuentes de energía.
Es fácil hallar esas
fuentes. Pero esta sociedad no osa mirar a un futuro más lejano. Es decir:
estadísticas exactas muestran clara e irrefutablemente que si el saqueo y
despilfarro de nuestros recursos naturales continúa, en un plazo de 30 a 70
años a lo más ya no habrá cobre, manganeso, aluminio y otros metales,
indispensables para la continuación de una sociedad tecnológica. Se producirá
una paradoja: tendremos energía con la cual poner en marcha nuestras máquinas,
pero no los materiales para construirlas.
Según las creencias
actuales de una minoría de le población mundial, poseída por el progreso, es
imposible llevar una vida satisfactoria y ser feliz sin la tecnología actual.
Esto no es sino superstición, y muestra la falta de coordinación mental de
estos cerebros esquizofrénicos.
¿Acaso la tecnología
dio a la humanidad la esperada felicidad? No, no se la dio, sino trajo los
peligros que amenazan la existencia misma de la raza humana y de toda criatura
viviente en este planeta
Estamos orgullosos de
que el 90% de todos los científicos que han vivido en la Tierra estén viviendo
en nuestro tiempo. En consecuencia deberíamos estar experimentando la época más
feliz de todos los tiempos, por cuanto esta civilización no fue creada por pastores
o labriegos, sino por aquellos denominados científicos, de los que la humanidad
aún se enorgullece tanto. Hemos cumplido con precisión y obediencia ejemplares
cada una de las cosas que los expertos, especialistas y científicos nos
recomendaron, asegurándonos que esto nos llevaría a la felicidad.
Lo que nos trajo no
fue la felicidad, sino las expectativas de la mayor crisis y del mayor caos que
jamás ha enfrentado la humanidad y que amenazan su existencia misma. ¿Qué significa
esto? Significa que la ciencia ha fracasado. Debemos tener el valor de admitirlo.
Debemos buscar nuevos
caminos y también una clase completamente nueva de científicos, con una
filosofía sana, que sean capaces de planificar y aconsejar un modo de vida más
natural, que permita a todas las razas y sociedades de esta Tierra, densamente
poblada y copiosamente saqueada ya, cubrir sus necesidades, y asegurarse una vida
que merezca ser vivida. No podemos contentarnos con soluciones a corto plazo.
Si los metales bastan solamente para el plazo de vida de una generación, este
nuevo mundo claramente no puede ser un mundo tecnológico. El perseguir tal cosa
es pura idiotez.
Debemos también hallar
y desarrollar un nuevo tipo de hombre. Ese tipo no es uno enviciado con las
comodidades de la civilización tecnológica y que quiera ser servido por máquinas.
Ni puede ser el hombre que mendiga, duerme y muere en las calles de Calcuta. El
tipo que debemos buscar esta en cierto modo a medio camino entre aquellos.
Es el hombre sencillo,
modesto, que vive en comunicación con la naturaleza, que trabaja físicamente,
para satisfacer únicamente necesidades reales, que respeta las leyes morales y
éticas, y está a menudo de un humor lo bastante bueno como para sonreír, para
reír y cantar, pues ese, y nada más, es el patrón para medir la felicidad y la
dicha del hombre.
¿Es eso una utopía?
Si jamás hubiésemos
tenido una civilización no tecnológica, capaz de proporcionar una vida satisfactoria, podríamos pensar que
vivimos tras una utopía. Pero sabemos que nuestros antepasados no fueron ni
neuróticos ni desesperadamente desdichados; y si tenían problemas y dolores
humanos, ciertamente no era porque no tuviesen nuestra civilización tecnológica.
Afortunadamente para
nosotros, aún existen sociedades que están casi intocadas por la civilización
tecnológica y llevan una existencia satisfactoria. No son tan sólo pueblos
primitivos, los llamados “tribus salvajes”. En Birmania y Borneo no existen ni
gentes extremadamente ricas ni extremadamente pobres, y el tipo de vida del rico
no es demasiado diferente de la de los más pobres. La gente allí ríe y canta
más que en Paris o en Nueva York.
Ahora bien, el
problema consiste en si el hombre occidental será capaz de abandonar la comodidad tecnológica y
la pereza que, después de todo no le han traído la prometida felicidad. La
sociedad occidental puede compararse en esto a un drogadicto que sabe que su salud
empeora cada día la consumir las drogas, pero no puede abandonarlas, por ser
demasiado débil para hacerlo.
Pero, felizmente, en
esta sociedad occidental debilitada física y psicológicamente, están
apareciendo fenómenos favorables. Numerosos jóvenes han dado la espalda a esta
civilización, la desprecian y no quieren continuarla. Instintivamente y con una certidumbre casi profética, estos
jóvenes se han percatado de que están yendo hacia un futuro en el cual todo lo
que han aprendido para continuar esta civilización tecnológica, será inútil. No
es de extrañar que muchos estudiantes rompan sus certificados y diplomas
escolares en presencia de sus maestros. La actitud de esta gente joven proporciona
a las sociedades occidentales la única y última oportunidad, de cambiar, y de
rehabilitar a sus pecaminosos antepasados. Si Occidente no aprovecha estas favorables
circunstancias, el futuro de las sociedades occidentales esta trazado: el
doloroso colapso será inevitable,
Esta juventud esta en
oposición a la generación precedente. Esto se interpreta erróneamente como la
acostumbrada rebelión de los jóvenes contra los viejos. La llamada “brecha de generaciones”.
Pero ésta no es una brecha generacional. Es una brecha insalvable entre mundos,
entre un viejo mundo que se hunde para siempre y un nuevo mundo que está surgiendo.
La generación mayor
acusa a la más joven de haber rechazado el sistema y los modos de vida
antiguos, sin encontrar otro válido y mejor. Con igual derecho, los jóvenes
pueden contestar: la generación vieja no encontró tampoco ninguna vida
valedera; por el contrario, es culpable de ese caos y de esa crisis que han
suscitado los peligros que amenazan nuestro futuro.
Pero ambos, viejos y
jóvenes, deberían encontrar una salida mediante el común esfuerzo. No obstante,
eso será posible sólo si la vieja generación depone su actitud arrogante y admite
con humildad, de rodillas, que ha fracasado en todo aspecto. Sólo entonces, y no
de ninguna otra manera, podrán viejos y jóvenes darse la mano y reconstruir
juntos un mundo en donde la vida sea digna de vivirse para toda sociedad y raza.
Debemos admitir que ha
pasado el tiempo en el que mujeres escuálidas de países remotos deban cosechar
algodón en países cálidos para que una sociedad neurótica pueda cambiar y
arrojar cuatro veces al año sus llamados vestidos a la moda. Ha pasado la época
en que sea tolerable que una sociedad gaste en un año cosméticos masculinos más
de lo que la población entera de Afganistán gana en todo un año. Ha pasado el
tiempo de tolerar que multitudes aburridas, jubiladas y turistas neuróticos,
vuelen sobre las regiones sufrientes del mundo para curar sus neurosis en el
oasis de los hoteles de lujo.
Ha llegado el momento
en el que debemos pensar seriamente en crear una confederación mundial, en la
cual los estados actuales aparezcan sólo como provincias y ninguna sociedad
tenga derecho a desarrollar un modo de vida en perjuicio de otras.
Sólo entonces será
posible coordinar la producción de los bienes esenciales para la supervivencia
y distribuirlos según las necesidades reales. Entonces ya no tendremos pretexto
alguno para el asesinato masivo, colectivo y premeditado, que llamamos guerra,
que es la mayor vergüenza para la raza humana, la cual pretende ser creada a imagen
de Dios y ser Su criatura favorita.
Las aspiraciones
ideológicas y juegos políticos de hoy en día no deberían interferir este indispensable
proceso, porque existe solamente una política justificada: la conservación de
una existencia sensata para todos los hombres de todas las razas y para todas
las creaturas que viven en la Tierra.
Hemos cometido muchos errores,
y debemos aprender de ellos, antes de que sea demasiado tarde. Hemos cometido
el error de confiar la solución de todo problema a la ciencia y a la razón.
Pensábamos que la inteligencia lo era todo. Pero esto fue un error.
Desde los más antiguos
tiempos, el hombre ha designado el cerebro como sede de la inteligencia. Desde
entonces hasta ahora pudimos verificar la exactitud de esta noción, Pero desde
los primeros tiempos, el hombre ha creído también que los sentimientos nacen en
el corazón: la alegría, el amor, la simpatía, el sentido de la justicia y la
consciencia. Desafortunadamente, jamás estudiamos eso realmente. Ese fue el
gran error de esta civilización. Creamos la idea que aquel que no viola el
derecho penal es un miembro aceptable de nuestra sociedad. Pero olvidamos que
ningún derecho penal es capaz de descubrir, prohibir y castigar la codicia, la
envidia, la malignidad y el egoísmo. Es el corazón el que prohíbe todo eso, y
transmite admoniciones al cerebro.
Ninguna civilización,
ni la más racional, dotada de todas las ciencias, puede producir una vida digna
de vivirse si el corazón con sus admoniciones, que seguramente tienen un origen
cósmico, no prevalece, guiando la inteligencia hacia el camino recto.
Vosotros, mis
huéspedes, habéis venido desde lejos, por cuanto estáis preocupados por el
destino de una especie, que tan a menudo ha fracasado y ha implorado tan
fervientemente felicidad y paz.
Habéis preparado
vuestros discursos, que leeréis a partir de mañana. Os ruego guardar silencio
por una noche y escuchar a vuestro corazón: os dirá muchas cosas, y ésas serán
las más importantes. La voz exhortante de vuestro corazón ejercerá un favorable
influjo sobre vuestros discursos, por cuanto esa voz es el fruto real de vuestra
conciencia.
Haced esto en interés
de la humanidad sufriente, en interés de todos los niños ya nacidos y en
interés de los miles de millones que vendrán a esta vida sin querer, con las
esperanzas de que cada creatura viviente trae consigo al nacer, como su propio
y divino don: el admirar la gran maravilla de la creación, la naturaleza, y el
vivir en ella en paz y buena salud.
Es este espíritu os
doy la bienvenida, en nombre de la Fundación OMNIA MUNDI, que en medio de un
mundo en crisis y bajo la sombra de las tormentosas nubes que se aproximan,
clama al mundo:
¡VERDAD, JUSTICIA Y PAZ!
¡Bienvenidos, bienvenidos,
bienvenidos!
[1]
Stress: palabra inglesa con que se denomina el estado de tensión excesiva
ocasionado por una acción brusca o sostenida, dañosa para el organismo.