Albert G. Mackey (1807-1881), quien fuera estadounidense, doctor en medicina, y especialmente un respetado y reconocido autor de libros y artículos sobre la Masonería.
Espero que lo disfruten
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El último
símbolo, cuya existencia
depende de un mito y al cual vamos a dedicar nuestra
atención, es el de la Palabra Perdida, y su busca. Este símbolo es el más a
propósito para terminar nuestras investigaciones, ya que abarca dentro
de su esfera a todos
los demás, siendo
en sí la esencia misma de la
ciencia del simbolismo masónico.
Para apreciar
debidamente los demás símbolos es necesario
conocer el origen
de la Orden,
porque ellos deben su creación a
su relación con instituciones semejantes y anteriores a la Francmasonería; pero
el simbolismo de la Palabra Perdida tiene relación exclusiva con el designio y
objetos de la institución.
Definamos primeramente el
símbolo, que después estudiaremos su interpretación.
La historia mítica de la Francmasonería
refiere que hubo un tiempo en que existió una Palabra de valor inestimable que
era venerada profundamente. Pocos la conocían y, con el tiempo acabó por
perderse, siendo substituida por otra; pero, como la filosofía masónica enseña
que no hay muerte sin resurrección, ni decaimiento
sin restablecimiento posterior,
síguese de este
principio que la pérdida de la Palabra implica su recuperación.
En esto consiste el mito de la Palabra
Perdida y de su búsqueda. No tiene
importancia el saber
cuál era la Palabra, ni cómo se perdió, ni conocer la
que la substituyó, ni cuando se recuperó, porque todos estos hechos tienen un
valor secundario que, si bien son necesarios para conocer la
historia legendaria, no son imprescindibles para poder comprender su simbolismo. El único detalle
del mito en que debemos fijarnos en el curso de su interpretación es la idea abstracta
de la existencia de una palabra perdida
y su recuperación posterior.
Tal es el objetivo
a que hemos de dirigir los pasos
durante nuestra investigación.
Pero,
refiriéndose en este caso el simbolismo únicamente al gran objeto de la
Francmasonería, parece lógico dedicarse primeramente al estudio de la
naturaleza de este objeto.
¿Cuál
es, pues, el objeto de la Francmasonería? La mayoría de sus discípulos llegan
con excesiva precipita- ción a la conclusión de que es la caridad, en su
sentido elevado, porque tienen en cuenta tan sólo los resultados prácticos, las nobles caridades
que dispensa, las lágrimas
de viudas que
enjuga, los lamentos
de huérfanos que acalla, las necesidades múltiples de
desamparados que cubre.
Otros, recordando las placenteras
reuniones de los banquetes, el trato franco que en ellos se alienta y las
solemnes obligaciones de confianza mutua que se inculcan de continuo, creen que
la Francmasonería tiene por objeto único el fomento de los sentimientos
sociales y la fortificación de los lazos de amistad.
Aunque en las conferencias modernas se
nos dice que el Amor Fraternal y la Caridad
son "las dos principales doctrinas de la profesión francmasónica",
también aprendemos en ellas
que la verdad
no es menos importante; la verdad en sentido estrictamente filosófico, en cuanto se opone a los errores
y falsedades intelectuales
y religiosos.
Pero ya hemos demostrado que la
Francmasonería primitiva de los antiguos se fundó con objeto de conservar
la verdad originalmente
comunicada a los
patriarcas en toda su
integridad, y
hemos
visto
también
que
la
Francmasonería espúrea,
o sea, los Misterios, nacieron
de la necesidad sentida
por los sabios, filósofos y sacerdotes
de volver a encontrar la verdad perdida. También hemos expuesto que esta misma
verdad continuó siendo el objeto de la Francmasonería del templo, constituida
al verificarse la unión del sistema primitivo
o puro con el espúreo.
Y, por último, hemos tratado de demostrar que esta verdad se relacionaba
inextricablemente con la naturaleza de Dios y del alma humana.
Nosotros creemos
que el objeto y el designio de la Francmasonería especulativa es la búsqueda de
esta ver- dad. Desde que empieza sus estudios masónicos se en- camina al
aspirante, por medio de símbolos significativos y enseñanzas expresivas a la
adquisición de esta verdad divina; cuya lección se expone ampliamente en las
leyendas y mitos del grado de Maestro.
Dios y el alma-la unidad del
primero y la inmortalidad de la
segunda-son las dos grandes verdades, cuya búsqueda constituye la ocupación
constante de todo francmasón, de tal modo que, cuando se encuentran, se
convierten en la piedra angular, o
piedra fundamental del templo espiritual-"la casa no edificada con las
manos”-que él está erigiendo.
Esta idea de la búsqueda de la
verdad es tan importante en la ciencia francmasónica, que no encontramos
respuesta mejor a la pregunta: "¿Qué
es la Francmasonería?" que decir que es una ciencia que tiene por
objeto buscar la verdad divina.
Pero la Francmasonería es, sobre todo,
un sistema de simbolismo, y todas sus enseñanzas se expresan por símbolos. Por
lo tanto, no podemos creer que careciera de simbolismo una idea tan importante
como ésta la cual constituye, como hemos
dicho ya, el objeto fundamental de la institución, de modo que puede adoptarse para definir su ciencia.
Por lo tanto, la
Palabra es para nosotros el símbolo de la verdad divina; y todas sus
modificaciones su pérdida, substitución y recuperación, no son sino partes componentes
del símbolo mítico, que representa la búsqueda de la verdad.
¿Cómo,
pues, se ha conservado este simbolismo? ¿De qué manera ha de interpretarse la
historia de esta Palabra para que todos sus accidentes de tiempo, lugar y
circunstancia, tengan relación patente con la idea sustantiva que se ha tratado
de simbolizar?
Las respuestas a
estas preguntas abarcan quizás la parte más intrincada, ingeniosa e interesante de la ciencia masónica
del simbolismo, el cual se puede interpretar en sentido general o particular.
En sentido general abarca toda la
historia de la Francmasonería, desde su nacimiento hasta su consumación. La
búsqueda de la verdad es el epítome
de la evolución intelectual y religiosa de la Orden, que comenzó cuando las multitudes se sumergieron
en las profundas tinieblas morales donde
parecía haberse extinguido el fuego de la verdad, a consecuencia de la
dispersión de Babel.
Entonces, se perdió el nombre de Dios;
dejóse de comprender su verdadera
naturaleza, olvidáronse las divinas
lecciones de nuestro
padre Noé, corrompiéronse las antiguas tradiciones y
se pervirtieron los antiguos símbolos. La carroña del sabeísmo había enterrado
a la Verdad, y los cultos idolátricos del sol y de las estrellas habían
substituido al antiquísimo del verdadero Dios.
Tinieblas morales esparciéronse
sobre el haz de la tierra, cual nube impenetrable y densa, que obstruía los rayos del sol espiritual y cubría al pueblo con el tétrico paño mortuorio de la noche
intelectual. Pero esta noche no podía
ser eterna. Apuntaba
otra brillante aurora,
y, en medio de
tanta obscuridad, quedaban
aún unos pocos sabios cuyo sentimiento religioso les
incitaba a buscar la verdad con avidez. Hasta en aquellos tiempos de tinieblas
intelectuales y religiosas existieron obreros que buscaban
la palabra perdida y que, aunque no pudieron lograr lo que se proponían, se
aproximaron tanto a ello, que el resultado de su búsqueda podía simbolizarse de
una manera relativamente satisfactoria por la Palabra Substituida.
La
multitud idólatra perdió la Palabra, asesinó al Constructor y suspendió las
obras del templo espiritual. De modo que, al perder de vista la existencia
divina, fue desvaneciéndose cada vez más su conocimiento de Dios y de la
religión pura que les enseñara Noé, terminando
por caer en un grosero materialismo y en la idolatría.
Así es como se
perdió la verdad -la Palabra, -según se dice, o empleando las palabras de
Hutchinson modificadas en relación con el tiempo, "podría decirse que, en esta situación, se perdió la guía del cielo, y fue muerto el
Maestro-jefe de las obras de la rectitud. Las naciones se entregaron a la más
grosera idolatría; y el servicio al verdadero Dios se borró de la memoria de
los que cedieron al dominio del pecado".
El
anhelo que sentían los filósofos y sacerdotes de los misterios antiguos o
Francmasonería espúrea por descubrir la
verdad, les indujo
a buscar la
Palabra Substituida. Fueron sus
obreros quienes vieron el golpe fatal, quienes conocieron que la Palabra no se
había perdido, quienes se lanzaron en su busca.
Y
ellos fueron también los que, al no poder rescatarla de la tumba del olvido en que había
caído, con todos
los esfuerzos de su sabiduría incompleta, se volvieron hacia las vagas y difusas tradiciones
conservadas desde tiempos primitivos, y, con su ayuda, buscaron un substituto a
la verdad en sus religiones filosóficas.
Schmidt
opina que los Misterios del mundo pagano, no son sino restos de la antigua
religión pelásgica, y dice que "las asociaciones de personas creadas con
objeto de celebrarlas debieron haberse formado cuando la influencia abrumadora
de la religión helénica empezó a imponerse en Grecia, y cuando las personas que
sentían reverencia por el culto practicado en tiempos anteriores se reunieron
con objeto de conservar en lo posible la religión de sus antepasados".
De
modo que, si aplicamos nuestra interpretación en sentido general y admitimos que la Palabra
es el símbolo de la Verdad
divina la narración de su pérdida y su
búsqueda se convierte en símbolo
mítico de la decadencia
y pérdida de la verdadera religión de las naciones antiguas, y de los esfuerzos hechos por los filósofos y sacerdotes
para encontrarla y retenerla en sus Misterios e iniciaciones secretas, a los
que hemos designado hasta ahora con el nombre de Francmasonería espúrea de la
antigüedad.
Pero hemos
dicho, también, que además de la interpretación general, existe la particular,
duplicidad simbólica, que no es corriente en Francmasonería.
En páginas
anteriores hemos puesto un ejemplo
de esta interpretación en el simbolismo del templo de Salomón, donde, en sentido
general, el templo simboliza
el edificio espiritual formado por la agregación de todos los individuos de la Orden,
del cual es cada francmasón a modo de una piedra; y, en sentido individual, se considera
que el mismo templo ha de verse como templo espiritual que debe levantar en su
corazón todo francmasón.
Ahora
bien, la Palabra, en sentido individual, con el mito de su pérdida,
substitución y recuperación, viene a ser el símbolo de la evolución personal
del candidato, desde la primera iniciación hasta la última, donde llega a
conocer todos los secretos de los Misterios.
El aspirante
empieza a buscar la verdad como aprendiz,
envuelto en tinieblas, que busca la luz, la luz de la sabiduría, la luz de la
verdad, la luz simbolizada por la Palabra. Para realizar
esta importante tarea,
que comienza a tientas,
vacilante, dudoso y débil, se prepara purificando el corazón, y recibe la
primera palabra substituta de la verdadera,
que, como el pilar que los israelitas tenían ante sí en el
desierto, ha de guiarle camino adelante en su jornada.
Se
le ordena que coja todas las virtudes que ensanchan el corazón y dignifican el
alma como báculo y zurrón de viaje, por medio de grandiosos símbolos y tipos,
que asocian el primer grado con la juventud, se le inculcan las virtudes de
saber guardar el secreto, la obediencia, la humildad, la confianza en Dios, la pureza de conciencia y la economía de tiempo.
En el
grado de Compañero
emprende otra ruta, porque ya ha pasado la juventud y ha
llegado a la edad madura. Nuevos deberes y obligaciones recaen sobre el
individuo. Esta etapa simboliza la
parte de trabajo y pensamiento de la vida. En ella ha de cultivarse la ciencia,
adquirirse la sabiduría y buscarse la palabra perdida -la Verdad divina,- sin
lograr por eso encontrarla todavía.
Luego
llega la etapa de Maestro, con todo el simbolismo de la vejez: pruebas,
sufrimientos, muerte. Y en ella también avanza el aspirante
siempre adelante, clamando "por luz, más luz". La
búsqueda está a punto de terminar; pero ha de aprenderse la humillante
lección para la naturaleza humana de que, en esta vida triste y
obscura, terrestre y carnal, -no vive la verdad pura; y ha de contentarse el
hombre con una substituta, esperando el momento en que pueda entrar en el
segundo templo de la vida eterna en donde la Palabra, la Verdad Divina, nos enseñará
que siempre hemos de aprender de Dios y del alma humana, emanación suya.
Así es como el
Maestro Masón, una vez recibida la palabra que substituye a la perdida, aguarda
pacientemente el momento de encontrar ésta y de alcanzar la sabiduría.
Pero por más que
nos afanemos, jamás puede encontrarse enteramente la palabra simbólica -el
conocimiento de la Verdad divina- en esta vida, o en la Cámara del Maestro
Masón, su símbolo. La naturaleza mortal, la oculta de la vista de los ojos
mortales anublando el intelecto humano. El hombre es capaz de recibir y
apreciar la revelación más allá de la tumba, cuando se liberta de la pesada
carga de su vida terrenal.
De ahí que,
cuando hablamos de la recuperación de la Palabra, en un grado superior y
suplementario a la Antigua Masonería, queramos dar a entender que esta parte
sublime del sistema masónico simboliza el estado post mortem. Porque la Verdad
divina, a cuya busca dedicamos toda la vida, si no en vano, por lo menos sin
éxito, así como su clave mística, únicamente puede encontrarse en el profundo
abismo de la tumba, bajo los cimientos del edificio, cuando se derruya y venga
abajo este templo de vida.
Ahora ya sabemos
en qué consiste el trabajo masónico, que en sí no es más que otra forma del
mismo símbolo.
El trabajo del
francmasón consiste únicamente en buscar la Palabra -hallar la Verdad divina, -siendo
esta Palabra el premio concedido a sus esfuerzos.
Los monjes de la
antigüedad decían que el trabajo es una oración -laborare est orare. Por eso,
el culto de nuestras logias estriba en trabajar por la Palabra
o por la Verdad, con la
vista fija siempre hacia adelante y sin mirar jamás hacia atrás, esperando la
consumación y la recompensa de nuestro trabajo en el conocimiento prometido a
todo el que no se rezaga.
Goethe,
que fue al par que poeta, francmasón, conocía
a fondo
todo este simbolismo
de la vida
del Maestro Masón cuando escribió
la siguiente hermosa poesía:
“La conducta
del masón, modelo es de existencia, cuya porfía dura lo que la vida de los
hombres.
El futuro guarda en su preñado seno
alegrías y tristezas; pero nosotros avanzamos por él sin que nada nos acobarde.
Ante nuestros ojos se abre el velado y sombrío portal
en donde acaban los mortales. Sobre
nuestras
cabezas
duermen estrellas silenciosas; bajo nuestros pies calladas tumbas.
Y, mientras contemplamos ansiosos este presagio de
terror, acércanse el fantasma y el error a llenar de turbadoras dudas y temores
a los más valientes.
Pero oíd el clamor de la opinión, de los sabios, de
los mundos y de los siglos: "Elegid bien, que la elección es breve, pero
infinita. ¡Oh, valientes!, en el silencio de la eternidad unos ojos os
contemplan. Aquí todo es llenedumbre de recompensas; trabajad con empeño y
arrojo y no perdáis la esperanza."
Al
terminar esta obra, tan inadecuada a la importancia de los temas tratados en
ella, puede hacerse, por lo menos una deducción de todo cuanto llevamos dicho.
Historiando
la evolución de la Francmasonería y detallando
su sistema simbólico, adviértese que está tan
íntimamente relacionado con la historia de la filosofía, la religión y el arte, en todas las épocas del mundo, que
tenemos la convicción de que ningún francmasón puede llegar a comprender su
naturaleza o apreciar su carácter científico, a menos que se dedique asidua y
esforzadamente al estudio de su sistema.
La
habilidad de repetir sin equivocarse las lecturas ordinarias, cumplir con todos
los requisitos ceremoniosos del ritual y dar con precisión los signos del
retejador, no es más que el rudimento de la ciencia masónica.
Pero
la Francmasonería tiene que ver con series de doctrinas mucho más elevadas,
cuya exposición hemos tratado de hacer en esta obra, aunque de un modo
imperfecto. Ellas son las que constituyen la ciencia y la filosofía de la
Francmasonería, ellas las que únicamente premiarán con creces los esfuerzos de quienes se dediquen
a estudiarlas.
La
Francmasonería ha dejado de ser una institución
meramente social, para adoptar su posición original y evidente de ciencia
especulativa. Mientras se conserva aún el ritual, como joyel donde se guarda la
preciada perla; mientras se ejerce en ella la caridad, como resultado
necesario, pero incidental de sus doctrinas morales; mientras se cultivan
todavía sus tendencias sociales cual cemento que une la bella simetría y
fortaleza de la fábrica toda, el alma masónica anda por todas partes buscando y
pidiendo algo que nos alimente como el maná del desierto, con pan intelectual, en nuestro viaje
de peregrinación por la tierra.
El
mundo masónico clama universalmente por la luz; de ahora en adelante, nuestras logias han de convertirse en escuelas;
nuestro trabajo ha de ser el estudio; nuestro salario, la cultura; los tipos, símbolos,
mitos y alegorías de
la institución han de empezar
a investigarse en relación
con su significado último; en nuestra historia han de buscar los celosos
investigadores su conexión con la antigüedad. Los francmasones comprenden ahora en toda su amplitud la definición tantas veces citada
de que: "La Masonería es una ciencia de moral, velada en alegorías y
esclarecida por medio de símbolos. "
Por lo tanto,
aprender Francmasonería es conocer nuestro trabajo y realizarlo bien. ¿Cuál
será el buen obrero que se atreva a no realizar esta labor?
Albert G. Mackey