Puede ser de especial interés especialmente para los "Martinistas" y quienes siguen las profundas y místicas enseñanzas del Filósofo Desconocido.
Espero que lo disfruten
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El enigmático y célebre personaje de cuyas doctrinas nos
hemos propuesto hacer una ligera reseña, debe ante todo, ser previamente presentado.
Seguiremos, pues, en esto la costumbre establecida de fundamentar le presentación
de autoridades y documentos oficiales. Para ello nada mejor y más corto que
transcribir textualmente lo que “El Libro del Aprendiz Masón” por el H. Oswald
Wirth, de le Gran Logia de Francia, traducido al español y publicado por la Gran
Log.. de Chile en 1929, dice al referirse a Louis Claude de Saint Martin: ( Pág.
56, edición chilena)
“Louis Claude de Saint Martin”. Hacia 1750, Martinez Pasquallis,
un kabalista de origen portugués, instituyó el Rito de los Elus Cohens (de los
sacerdotes) que tuvo logias en Burdeos, Tolosa, Lyon y Paris. Se dedicaban a las
prácticas teúrgicas, Los adeptos pretendían profundizar la ciencia de las almas
y adquirir facultades extraordinarias. El más célebre entre ellos fue Louis Claude
de Saint Martin, llamado el Filósofo Desconocido, que llegó a ser al fin del siglo
último, el Jefe de la escuela mística francesa. Sus obras tuvieron una gran
resonancia, sobre todo la primera intitulada “De los errores a la verdad”, o
los hombres en relación con el principio universal de la ciencia.
La influencia de este refinado pensador fue considerable. Se
le debe la divisa: Libertad, Igualdad, Fraternidad, como lo demuestra Luis
Blanc en su Historia de la Revolución, en el capítulo “Revolucionarios
Místicos”
Y en “Noticia Histórica sobre el Martinismo” de Jean Bricaud,
leemos: “Estando de guarnición un el Regimiento de Foix fue como Saint Martin
oyó hablar de Martinez de Pasquallis y de su Rito de los Elegidos Cohens. Retirado
del ejército fue iniciado en Burdeos en los grados de los Cohens por el hermano
de Balzac y llegó a ser uno de loa adeptos más notables del Iluminismo
Martinista. Su libro “De los errores a la verdad” tuvo gran influencia sobre
las ideas masónicas a fines del siglo XVIII. Durante la época del Terror los
protegieron algunos antiguos discípulos que habían llegado al poder, y así escapó
de ser sometido a una acusación. Murió en 1803.”
Creo que los datos transcritos bastan de por si para delinear la figura y la influencia que ejerció en una época de la historia revolucionaria
de Francia este refinado pensador y místico, llamado Filósofo Incógnito, hasta hoy
desconocido de muchos aún dentro de los centros iniciáticos que conservan su
Divisa.
El punto de partida de L. C. de Saint Martin, es siempre la
Unidad. La Unidad existiendo en todo; la Unidad en la cadena indefinida, jerárquica
y armónica, que constituye el Universo visible e invisible. La Unidad como primero
y último fin nuestro en todos los planos: “¡Todo se esclarece, todo resplandece
- dice Saint Martin - a la luz de esta magnífica antorcha!”
Considera a la Causa primordial y central como esencia
eternamente viva de donde todo emana en onda viva e ininterrumpida; y a cada
ser, por más distante que esté del Centro y plano en que evoluciones, siempre ligado
a la Causa primordial, no formando con ella más que un Todo, así como el rayo
solar, por muy lejos que se pierda en el espacio infinito, está siempre en relación
con el astro-rey por la ininterrumpida continuación de las ondas vibratorias
que a Él lo unen. Rayos que, por más unidos que estén al astro-rey y aunque con
él forman toda la luz no son el mismo centro, conservando siempre el Sol su
personalidad independiente y distinta de la luz que produce. “¡Dios está en
todo... mas todo no es Dios!”, exclama. Hace del Universo un ser
inconmensurable e Infinito, considerando a Dios como el Espíritu de ese Gran
Ser, al Hombre como su Alma y al Universo como su Cuerpo. Es por eso me dirigiéndose
a sus discípulos, agrega: “poco nos importa la etiqueta que trae el profano que
llega a nosotros”. Que ese profano sea idealista, panteísta, materialista o aun
ateo, para nosotros siempre es un hijo de Dios, una parte de ese Gran Ser, una
célula del Ser Universal, que siguiendo sus tendencias, quiera o no quiera lo adora
y sirve en su Cuerpo, en su Alma y en su Espíritu. Una religión para nosotros
no es nada, dice.
Nuestra Religión es la del Amor y de la Unidad, aquello de
que nos hablaba el Maestro de Maestros, cuando decía: “Sed Uno conmigo así como
yo soy uno con el Padre, para que podáis perfeccionaros en la Unidad”. Nuestro
fin es y debe ser la búsqueda de le Verdad en la Unidad integral y aplicando estos
principios continúa:
“Basados en estos principios podemos sin recelo afirmar que
nuestras doctrinas pueden y deben aplicarse a toda la humanidad, y que de su
realización depende que el hombre encuentre la felicidad hace tanto tiempo
perdida.” No es preciso gran reflexión para comprender que el mal no es más que
el resultado de la división; que la unión es la ley del amor, la división, la
del odio. Que el amor es el bien y el odio es el mal.
Suprimir la división en el mundo, restablecer en su totalidad
la Unidad humana, reconstituir el Gran Adam Kadmon (el hombre universal antes
de la caída, el representante de la sabiduría y el poder; el Logos o Verbo
manifestado), es el fin que han perseguido sin descanso y a través de todas las
edades las Fraternidades Iniciáticas.
La Historia de la Caída del Hombre, comprendida
esotéricamente, nos dice que el hombre, separándose de su principio Divino,
hizo de sí el principio de todo. Atribuyéndose todo, como principio único osó
constituirse en Centro del Universo. No cuidarse si no de sí, sin inquietarse
de los otros. Oprimir al débil y doblegarse al poderoso en tal que la
personalidad domine y goce. Y todo eso, a costa de cuántas lágrimas, odios y
maldades. “¡Insensatos -exclamaba Saint Martín- olvidan que todas las células
de un cuerpo unas con otras una y que cuando una es damnificada hace peligrar la armonía del
conjunto¡”. Como ya lo dijeron grandes iniciados: “Todo país dividido en guerra
contra el mismo perecerá”. Meditad seriamente en lo que estas palabras quieren
decir y veréis que el egoísmo, la separación de las células del Gran Cuerpo, su
división, es la causa del mal.
Afortunadamente en nuestros Templos de Luz, así como se nos
muestra la causa del mal se nos indica el antídoto; al egoísmo oponer el
altruismo, la solidaridad y la fraternidad, cuyo primer intento nos reúne en
estas Logias Templos vivos del más sublime ideal humano, y por lo mismo
indestructibles como la unidad primordial.
Dice Claude de Saint Martín en alguno de sus escritos
lamentándose del fracaso de la Revolución Francesa en su parte esencial: “El
error de la sociedad presente consiste en haber descuidado el principal de los
principios que le dimos, el de la fraternidad, verdad fundamental de la armonía
universal y camino cierto de la reintegración a la unidad. El egoísmo y la
insensatez humana prefirieron que nuestra divisa de Libertad, Igualdad, Fraternidad,
sólo se grabara exteriormente en los muros del templo y no en el interior, en
los corazones de los hombres. Lo que domina actualmente sólo es la idea de
igualdad. Todos los hombres iguales, se dicen, fuera de lo cual les parece no
haber salud posible.
“Ciertamente que todos los hombres son iguales pero no a la
manera cómo se concibe. La igualdad, tal como la sueñan, es una falsedad, una
mentira. Si esa igualdad mentida pudiese existir sería el triunfo de la
incapacidad y de la mediocridad. La Igualdad de nuestra divisa, que deseamos y
consideramos verdadera, es la constante y matemática resultante de la Ley Unitaria
Universal, del orden y la armonía, es decir, la única que la malicia humana ha
procurado falsear y destruir. Esa Igualdad es la hija de la Fraternidad.
“Se habla de los derechos del hombre, pero se omiten sus
deberes, siendo que los unos son reguladores de los otros. Para equilibrar los
platos de la balanza, al lado del cuadro de los derechos que se enseñan a los
alumnos, debe también existir el otro, el de los deberes del ciudadano por
cuanto la igualdad entre los hombres no es más que la relación existente entre
el derecho y el deber, principio inviolable al cual no puede dejar de obedecer
la igualdad entre los hombres. La relación entre la circunferencia y el radio,
expresada en matemáticas por pi, es siempre constante. Que el contorno de un
círculo tenga un milímetro de extensión o un millar de leguas, la relación jamás
varía, tienen la misma igualdad de relación, dándose con el hombre el mismo
caso: su derecho es la circunferencia, porque el derecho es el límite que no
puede ultrapasar, su deber es el radio o área descrita por ese radio en su
revolución en torno al centro. Y así esa área descrita por la revolución
integral del radio puede ser considerada como una multitud de radios
yuxtapuestos, de ellos podemos concluir: que la relación entre el círculo y la
circunferencia es precisamente la que existe entre la circunferencia y uno de
sus radios. Que a medida que la circunferencia aumenta, crece también en
círculo y así también si los derechos del hombre aumentan, sus deberes crecen
en la misma proporción.
“Todo en el Universo tiene por base el Orden y la Armonía.
Para que el Orden y la Armonía existan, es absolutamente necesario que cada
cosa y cada ser estén en su lugar, en equilibrio perfecto con todas las otras
cosas o seres que constituyen el conjunto del Universo. «Un lugar ara cosa y cada cosa en su lugar». El hombre no estará verdaderamente en su lugar y por
consecuencia en armonía, sino que para cuando él exista el equilibrio perfecto
entre os derechos y los deberes que le competen. Y solamente en tal equilibrio,
el hombre puede encontrar la felicidad.
“Más, ¿qué ocurre hoy? Todo hombre quiere acrecentar sus
derechos, reduciendo al mismo tiempo sus deberes, en detrimento de la Ley
General Unitaria. ¡Es el deseo de que el círculo disminuya a medida que aumenta
la circunferencia! Por eso la Igualdad desparece y se produce la anarquía de
más derechos y menos deberes.
“¡Más derechos y menos deberes!, y entretanto que el bueno,
el débil, el desheredado de la fortuna anden curvados al peso de sus deberes,
sin poder clamara venganza contra sus opresores, los monopolizadores de los
derechos.
“Para que nuestra divisa de Igualdad, Libertad, Fraternidad y
la Revolución en ella inspirada den sus legítimos frutos, es preciso
restablecer el equilibrio; más derechos más deberes, a menos deberes menos
derechos. Sólo así será restituida la Igualdad y la felicidad reencontrada en
toda la humanidad. Pero fijaos bien, mientras la Fraternidad no halla encarnado
y sea un hecho entre los hombres, será imposible restablecer esa Igualdad, y,
entre tanto, con el corres de los tiempos, fuertes y débiles, ricos y pobres se
odiarán , hostilizándose recíprocamente.” (Amonestación profética que se ha
cumplido fatalmente.)
La Fraternidad no vendrá de un equilibrio obtenido por la
violencia. La violencia engendra el odio, y la Igualdad que pretende imponerse
de ese modo llevará en sí, fatalmente, el germen de la división que, tarde o
temprano, la destruirá. “Quién siembra vientos, cosecha tempestades”. La
Fraternidad de nuestra triple y unitaria divisa no es otra cosa que el Amor
disfrazado y puesto más cerca de los hombres y que consiste en amar al prójimo
como a nosotros mismos, impidiendo al poderoso aniquilar al miserable. Cuando
el fuerte ayuda al débil, no hace más que cumplir con su deber. ¿No será esa la
verdadera Fraternidad?
Si la Fraternidad tiene por fina la Unidad, es porque ella
tiene a la Unidad por Principio, pues el fin de una cosa es al mismo tiempo su
principio.
Por medio de principios filosóficos unitarios, nos ha
presentado Saint Martin dos fórmulas sociales: “Fraternidad e Igualdad”. A la
tercera: Libertad, le asigna el mismo origen y la define diciendo que: “ella
consiste para cada ser, en conservarse dentro de la ley”. Y, en efecto, desde
que nos apartamos de la Ley perdemos tanta libertad cuanta es la distancia a
que de la Ley nos colocamos. El hombre sometido a la ley de gravedad es un
ejemplo. En cuanto este se conserva al nivel del suelo, esa fuerza equilibrada
le deja toda libertad en su plano, mas no así cuando pretende elevarse a los
aires, en cuyo caso la Libertad y la Ley, pueden, de un momento a otro,
tornársele fatales. Lo que es un hecho en el mundo físico tiene que serlo
igualmente en el mundo moral. Cuando el hombre sale de us ley, es decir cuando
ultrapasa los límites de sus derechos, su libertad disminuye en razón de
penetrar en la esfera de acción de otro ser que se opondrá, fatalmente, al
libre ejercicio de esa libertad.
¿Debe concluirse de esto que el hombre no es libre de
extender sus derechos, aumentando sus límites? De ninguna manera, puede
extenderlos todo lo que quiera. Siguiendo las enseñanzas de Saint Martin,
diríamos a esto, con sus mismos términos y ejemplos, que “la Voluntad
representada por el radio, que parte de su centro, puede extenderse hasta el
infinito, que ese es un derecho del hombre, pero que, por más extienda este
será siempre limitado por la circunferencia que no puede ni debe ultrapasar,
por cuanto tiene el deber de conservar el equilibrio entre la circunferencia y
el círculo; entre sus derechos y sus deberes.”
Las doctrinas sociales de Louis Claude de Saint Martin
expuestas hasta aquí y su célebre tríptico: “Libertad, Igualdad, Fraternidad” tal
vez podríamos resumirlo así: Que la felicidad de la humanidad sólo llegará a
alcanzarnos con la vuelta a la Unidad integral reconquistada con la práctica de
la Fraternidad humana. Que la Fraternidad creadora de la Igualdad consiste en
el equilibrio constante de del derecho y del deber, y que en la conservación
del hombre dentro de la ley tendremos la salvaguardia de la Libertad.
Todo hace pensar que Louis Claude de Saint Martin fue un
profundo conocedor de la naturaleza humana, porque después de referirse
extensamente a la constitución del hombre individual aborda el estudio del
hombre social, tema también continuado por sus más aventajados discípulos de la
escuela Martinista, como son: Saint Yves d’Alveydre, Fabre d’Olivet, Estanislao
de Guaita, Papus y tantos otros.
“La sociedad en que vivimos actualmente no es sino una de las
formas de vida propia de la humanidad. Hay en efecto cuatro de ellas a través
de la cuales pasa su evolución; ellas son análogas a las fases psíquicas que el
hombre atraviesa ordinariamente en su evolución y a medida que se universaliza,
se espiritualiza.
“Las relaciones entre los hombres son reguladas
sucesivamente:
1.
“Por
el egoísmo completo, que tiene como consecuencia el aislamiento de cada
personalidad, estado que aún se encuentra en ciertas poblaciones salvajes.
2.
“La
reciprocidad, que tiene dos formas: la justicia y el cambio, es decir, la
justicia que funda las relaciones sobre el principio del cambio, y en el que
cada individuo abandona a la sociedad una parte de su propia personalidad para
recibir ventajas equivalentes que la refuerza.
3.
“La
mutualidad o solidaridad, bajo cuya influencia los hombres sustituyen los cambios
individuales a la coalición de intereses de la misma naturaleza. En esta fase
el egoísmo se prolonga en individualidades colectivas, que trabajan en común
para la satisfacción del individuo. Es la fase social en la que comenzamos a
entrar (Saint Martin escribía esto en el año 1800), causa principal de la
crisis que la sociedad atraviesa en nuestra época.
4.
“La
dedicación al servicio, que hace que cada hombre se consagre al bien común sin
cálculo de retribución, sólo por el bien, sea social o cósmico.
“El período de egoísmo es como el tiempo de incubación de
estado social: él se desenvuelve por efectos de la evolución con el triple
concurso de la naturaleza, de la iniciativa humana y de la voluntad universal.
La naturaleza les enseña los principios superiores que deben realizar,
agrupándolos en familias, donde el cariño y la reciprocidad se ejercen en
estado de instinto; después en tribus, que reúnen varias ramas de una misma
familia en comunidad de creencias, de sentimientos y de necesidades, bajo la dirección
de los más venerados; después en federación en tribus con idénticas
aspiraciones y amenazados por los mismos peligros. La naturaleza aproximando
así a los hombres en un interés común en una especie de sociedad rudimentaria,
instintiva, pero ya más unificada; la población, que se la puede definir como
una alianza defensiva y ofensiva de un cierto número de tribus; alianza que,
por espíritu de solidaridad, hace de un buen número de individuos una gran
familia.
Es población, multiplicada, se convierte en el pueblo, o
especie de familia natural, pero distinta por la comunidad de caracteres
típicos.
Finalmente la raza, constituida por la totalidad de los
pueblos e individuos, aproximados por afinidad o por un cierto número de
cualidades naturales, aunque más generales que las que son propias al pueblo.
Todas esas agrupaciones humanas tienen una propiedad común
tan notable cuanto importante: que son indestructibles. La familia, la tribu,
la población, el pueblo, la raza, pueden ser dispersados, sometidos, diezmados
en apariencia, pero ellos subsisten a través de los años y de los siglos y
sobrevivirán todos los cataclismos. Sus troncos esparcidos nunca pierden el
invencible deseo de reconstituir su Unidad. Ellos sólo ceden a la exterminación
violenta o al cruzamiento de razas, que es un género de destrucción lenta por
transformación.
La razón de ese
instinto invencible –dice Saint Martin– es debido a la naturaleza, es decir a
uno de los poderes divinos que rigen el Cosmos. Ocurriendo lo contrario con las
naciones e imperios, que nos resta definir. Estos son perecederos y más o menos
efímeros, porque son creaciones del hombre, todavía imperfecto, y que aunque
legítimas son forzadas como vamos a verlo más adelante.