miércoles, 18 de enero de 2017

LA CIENCIA Y LA RELIGIÓN



El ser humano ha tenido una curiosa evolución en cuanto a la confiabilidad que le ha dado el conocimiento obtenido.
En la antigüedad, cuando no lograba explicarse el porqué de los fenómenos materiales que le rodeaban, recurría al sacerdote, el cual tenía un estudio mucho más acabado acerca de la naturaleza que las personas comunes y corrientes. Este le daba una explicación en la que abundaban las iras, alegrías, y otras emociones de una gran cantidad de dioses y diosas, y algunos otros seres invisibles para el común de los mortales. Sus movimientos provocaban todas aquellas manifestaciones a falta de una explicación más razonable.
Sin embargo, el antiguo sacerdote conocía algunas causas. Era una persona con conocimientos superiores a aquellos que le rodeaban. Y si no daba una explicación más lógica de los fenómenos que preocupaban a la gente, era simplemente porque ellos no lo habrían comprendido. De nada hubiese servido la energía gastada por el sacerdote en explicar. Con que bastaba la confianza que a la gente le merecía, para que la gente creyera o no en sus explicaciones.
El tiempo fue pasando y, desafortunadamente, ya no todos los sacerdotes tenían un gran conocimiento de las causas y de las cosas que sucedían. El ser humano evolucionó y necesitó que las explicaciones fuesen más racionales. Ya no bastaba la confianza en el sacerdote. Y en alguna ocasión puso darse cuenta que las explicaciones no le satisfacían y además contradecían a las conclusiones que había llegado por medio únicamente racionales.
Más adelante, en la historia, el sacerdocio negó incluso a admitir que otros hombres sin la dignidad del sacerdocio habían llegado a adquirir un profundo conocimiento, que incluso les sobrepasaba; con lo cual se llegó hasta a amenazar por esto.  Ejemplos de esto son los conocidos casos de Galileo y Copérnico en los siglos XV y XVI, también, más reciente, podemos sumar a Darwin con su revolucionaria teoría de la evolución de las especies.
Estas discrepancias hicieron que poco a poco se fuera produciendo un divorcio entre la ciencia y la religión, que ha sido la tónica prevalente en los últimos tiempos.
La balanza se cargó hacia el otro extremo, y sólo se le dio importancia y veracidad a las cosas que fueron científicamente comprobables, dejando totalmente de lado cualquiera otra posibilidad de conocimiento. Sin embargo, esto fue posible mientras se estudiaban las cosas más al alcance de nuestros sentidos, las más cotidianas, por ejemplo: ¿Por qué cae una manzana?, ¿a qué se deben las mareas?, ¿cómo funciona la electricidad?, etc.
Mientras se trató de este tipo de preguntas todo estuvo bien. Pero de repente al ser humano se le ocurrió buscar causas en lo muy pequeño y llevó su atención a la realidad atómica; y en lo muy grande, observando el mundo astronómico. Se encontró con la sorpresa que las respuestas, en algunas ocasiones, obedecían a otra lógica, a otras aristas del conocimiento de las cuales no había conocido antes.

Aprendió, por ejemplo, que el universo que podemos captar con nuestros sentidos es muy limitado, determinado por la propia limitación de los sentidos. Se dio cuenta que es mucho más lo que puede concebir mentalmente que lo que puede llegar a comprobar científicamente. Miró a su alrededor y se preguntó por el punto de vista de los otros animales. Una hormiga, por ejemplo, es posible que camine por nuestra mano tranquilamente y jamás notará que estamos ahí. Y si la cambiamos de lugar no podrá explicarse la naturaleza de este cambio. Así también, nosotros somos ciegos a una gran cantidad de fenómenos que nos ocurren y que están más allá de nuestras posibilidades de explicación.
Tomemos otro ejemplo. Los fenómenos paranormales (clarividencia, precognición, telepatía, psicoquinesis, por nombrar los más conocidos, científicamente podemos demostrar que existen; pero no podemos buscar su causa científica, porque el método científico no nos permite llegar más allá.
Si miramos fuera de nuestro planeta, nos encontramos con que el universo se extiende hacia todos los lados indefinidamente hasta donde alcanzan nuestros instrumentos más poderosos; y de ningún modo se ve atisbo de terminar. Nosotros somos sólo los habitantes de un planeta más bien pequeño en un sistema solar mediocre, de una galaxia también mediocre.
Y así, poco a poco, nos vamos acercando nuevamente a la fe. Nuestros instrumentos no os permiten conocer lo más pequeño, por ejemplo, la exacta ubicación y constitución del átomo. Sólo tenemos algunas teorías a este respecto. Tampoco nuestros instrumentos no nos permiten conocer la estructura del universo. Es demasiado grande y no nos permiten captar toda su inmensidad.
Pero, nuestro entorno tampoco lo podemos conocer. Hay una cantidad bastante apreciable de fenómenos que podemos usar, pero cuya exacta naturaleza se nos escapa de las manos. Y ¿nuestro organismo, lo podemos conocer con exactitud?  Tampoco, hay una gran cantidad de funciones de las cuales no sabemos cuál es su mecanismo.
Tal vez, si quisiéramos alcanzar un mayor conocimiento, deberíamos obtenerlo mediante la intuición. Al parecer nuestra evolución lo está demostrando. Es algo para ser largamente meditado.

ALGUNAS FRASES PARA SER MEDITADAS:
1.            Las propiedades que aparecen y desaparecen en el curso del análisis de la síntesis, no son siempre una sencilla adición o sustracción de las propiedades de los cuerpos componentes. De esta forma, las propiedades del oxígeno y del hidrógeno no permiten prever lo del agua que resulta de su combinación.
2.       Hemos aislado y estudiado las múltiples células del organismo vegetal y animal. Pero, ¿de dónde ha venido el encanto de la flor, su color, su perfume? ¿De dónde proviene el canto del pájaro y la inteligencia del ser humano?
3.            El niño que rompe su locomotora con el fin de ver cómo funciona, aplica el mismo método analítico que el químico, el físico o el biólogo.
4.            El alma, ha dicho alguno, no la he encontrado nunca bajo mi bisturí. Nadie duda de ello. Pero, tampoco se encontrará la voz de Caruso sobre un disco tratado de la misma manera.
5.         Imaginad un pulgón. ¿Qué idea puede hacerse este insecto de las grandes leyes que gobiernan su vida? Estará forzado a admitir la existencia e cataclismos periódicos que influyen sobre el desarrollo de su especie, pero por estar dotado de una visión pequeña e imperfecta, no ha visto nunca y no puede concebir de ninguna manera al ser humano. Y será incapaz de establecer la relación directa entre la destrucción y la fumigación de un jardinero.
6.              La escala de la observación es quien crea el fenómeno.
7.      La luz amarilla en sí misma no tiene ningún color. Este concepto es enteramente subjetivo. La misma observación se aplica a todos nuestros sentidos.
8.            ¿Quién podría afirmar que una ley científica será válida dentro de cien mil millones de años?

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