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PREFACIO
En este librito se encuentran algunas
indicaciones sobre el mejor modo de servir: indicaciones que he recogido de mis
superiores y de la propia experiencia. He tratado siempre de seguirlas, a veces
con éxito, las más, sin ninguno. Pero siento en el fondo de mi alma que son
verdaderas; y doy gracias por habérseme permitido compartirlas con otros que,
como yo, se dedican a servir.
EL SENDERO DEL SERVICIO
Si quieres que tu servicio sea útil a los demás,
sin perjuicio para ti mismo, procura que te guíen en tu camino estos tres
preceptos:
1º Que tu mayor alegría sea hollar el sendero del servicio.
2º Que te reconozcas como agente de una fuerza más poderosa que la
tuya, que al penetrar en ti te infunde el poder de servir.
3º Que veas en los demás la misma Naturaleza Divina que en ti mismo.
Ten presente que todo lo que puedas decir o
pensar de otro es probable que haya sido dicho o pensado de ti.
Cuando se te haya ofendido de cualquier manera,
recuerda que el que ofende siempre sufre más que la persona ofendida.
Procura que la fuerza de tu afecto hacia otro no
perturbe tu equilibrio o el suyo. Tu servicio debe fortificarle y no
debilitarle.
No sientas envidia por la capacidad de auxiliar
que otro tenga. Más bien debes alegrarte de que tal poder exista para ayuda de
aquellos a quienes el tuyo no alcanza.
Al dar, no sólo no debes exigir que tu protegido
guarde para sí el don que le has hecho, sino que debes regocijarte si esa
dádiva contribuye a que otro sea feliz.
Cuando vayas en ayuda de alguien, procura
identificarte con el ideal de quien ha recibido el poder de servir. De este
modo realizarás tu ideal y, al mismo tiempo, tu ayuda será más efectiva.
No busques el fruto de tu servicio y no te
entristezcas si aquél a quien has ayudado no pronuncia ni una palabra de
agradecimiento. Sirves al alma y no al cuerpo; y aunque los labios permanezcan
mudos, siempre te será dado percibir la gratitud del alma.
No requieras jamás el afecto de los que amas. Si
tu amor hacia ellos es sincero, tarde o temprano penetrará en sus corazones, y
la respuesta no se hará esperar. Y si fuera pasajero, es preferible que les
evites el dolor de que un día lleguen a saber que tu amor se ha desvanecido.
Acuérdate de que nadie puede servir realmente si
no ha llegado a adquirir el dominio de sí mismo.
La mejor manera de servir es aquella que aligera
el fardo, y no la que lo suprime.
Ayudarás mejor a los demás, si te penetras de tu
propio ideal. Porque por lo que tienes de
más noble en sí mismos, es que se puede servirles mejor. Hay tantas maneras de
servir, como personas en el mundo a quienes ayudar.
Uno de los actos de servicio más escasos,
consiste en abstenerse de juzgar a una persona antes de haberla oído.
Los que creen que no están en situación de
prestar servicio, olvidan a menudo la existencia de los seres inferiores de la
creación, como las plantas y los animales.
Muchos que no tienen tiempo de prestar un
servicio, se las arreglan en una forma y otra para tener ocasión de recibirlo.
Nuestras enfermedades nos ayudan a comprender que
los actos de servicio consisten tanto en la actitud del espíritu como en la
actividad del cuerpo.
Mientras menos piense una persona en sí misma,
más trabajará realmente en su propio desarrollo. Cada pequeño acto de servicio
convierte a su autor en un creciente poder para servir.
Si una persona rechaza el modo como tratas de
servirla, procura encontrar otra forma; ya que tu deseo es servirla, y no
imponerle tu manera de hacer.
El mérito de la jornada se mide por el de la
acción que se ha cumplido.
No temas ofrecer tu ayuda a quien la necesita, le
conozcas o no. Su desamparo le hace hermano tuyo. Y tu timidez sería una forma
de orgullo que le privaría de consuelo en su dolor.
Los mejores discípulos de los más grandes
conductores son los mejores jefes para aquellos que saben menos que ellos: ya
que sólo puede mandar sabiamente el que ha aprendido a obedecer.
El mejor modo de persuadir a una persona para que
siga un buen consejo, consiste en practicar uno mismo aquello que se aconseja.
Si deseas que se crea en tus buenas intenciones,
debes dar crédito a las de los demás.
Nadie puede sentirse insultado, a menos que se
coloque a la altura del insulto.
Pues la ofensa sólo afecta a la naturaleza
inferior, y jamás puede alcanzar a la superior.
Si llegas a creerte mejor que los demás por el
hecho de que estás aprendiendo a servir, y porque te parece que ellos no siguen
el mismo camino... desde ese mismo instante dejas de servir.
El verdadero servicio consiste en hacer
partícipes a los demás de nuestra vida interior, no en colocarnos frente a
ellos, ya sea directa o indirectamente, como ejemplo que deban seguir.
Una persona puede pedirte que le ayudes de
diversas maneras. Pero tú mejor ayuda será darle aquello que necesita y no lo
que pueda desear. Y aunque la forma que tu servicio revista parezca
disgustarlo, trata sin embargo, que sea aceptado con agrado.
Es preferible hacer primero y hablar después.
Pero, en general, lo mejor es actuar y guardar silencio.
No te digas: “Hoy he ayudado bastante”. En
cambio, piensa si no podías haber hecho más, y sobre lo poco que en realidad
has hecho para disminuir la mucha miseria y sufrimiento que existen en el
mundo.
El que está dispuesto a consagrarse al servicio,
debe prepararse a abandonar todo lo que tiene, por la prioridad de servir.
La aptitud de alguien para el servicio, sólo
puede ser juzgada por la manera cómo se conduce en la vida diaria de familia; y
no por los libros que escriba, la reputación que goza, sus discursos o actos
públicos. Las grandes acciones, fácilmente conocidas, no constituyen la
grandeza del hombre, sino los pequeños actos cotidianos en que se olvida de sí
mismo, y en los cuales nadie, por lo general, pone atención.
Dar a alguien la ayuda que en realidad
corresponde a otro, no es verdadero servicio.
De los muchos que están listos para servir, la
mayoría emplea diferentes medios, menos el conveniente. Descuidan a los que
deberían ayudar, por aquellos a quienes desean servir.
No hay nadie en el mundo que no tenga necesidad
de alguna cosa; ni tampoco persona alguna que no esté en condiciones de dar
algo.
Cuando trates de ayudar a alguien, no te
impacientes por sus debilidades. Estas son las que te permiten el privilegio de
servirle; pues de lo contrario no tendría necesidad de tu ayuda.
Así como no hay dolor que no envuelva la promesa
de un goce futuro, tampoco hay flaqueza que no deba transformarse algún día en
una noble cualidad.
Cuando ayudes a otro, no olvides que la energía
que él pone al servicio de un defecto puede convertirse, gracias a tu ayuda, en
energía que habrá de utilizar para manifestar una virtud. No podrás cambiar la
energía en sí; pero trata de cambiar su forma y dirección.
La débil ayuda que puedes prestar ya, con tus
recursos actuales, tiene más valor que el eficaz auxilio que imaginas podrías
prestar si esos recursos fueran mayores.
Nuestro deber es ayudar siempre a los demás, y
rara vez juzgar sus actos.
Si deseas poner a prueba tu progreso espiritual,
trata de ver si descuidas menos ocasiones de servir que antes.
Cuando criticas la forma de servir de otro,
olvidas quizás que él ayuda a quienes tú no podrías auxiliar con tu manera de
servir.
El mejor servicio que puedes hacerle a otro, es
manifestar en tu propio carácter las cualidades que a él le falten.
La manera de poner a prueba el valor de tu
servicio cotidiano, en relación con el de los demás, consiste en observar si,
día a día, te sientes más tranquilo, más contento, más feliz y más tolerante.
El mundo reclama de cada cual, su mejor esfuerzo
en bien del servicio; pero jamás se pretenda realizar también el deber que a
otro corresponda. Cuando has hecho todo lo que puedes, has hecho todo lo que
debes.
El hecho de que alguien rechace tu oferta de
servirle, no debe ser excusa para que no le ofrezcas ulterior ayuda. Quien rehúsa
aceptar servicios descubrirá, a su tiempo, que es el que tiene más necesidad de
ellos.
Procura no rechazar un servicio que te ofrezca
espontáneamente un corazón amante; pues tanto se sirve al aceptar servicios
como al darlos.
Cuando hayas servido tan eficazmente como te ha
sido posible y de todo corazón, no te afanes por los resultados; pues la fuerza
y pureza de tu servicio atraen sobre ti las bendiciones de aquél a quien
sirves.
El verdadero perdón consiste en el esfuerzo que
hace un corazón amante, a fin de ayudar a vencer la debilidad por la cual se
nos ha pedido perdón.
Mientras más borroso sea tu ambiente, mayor es la
necesidad de que lo embellezcas con actos de servicio.
Un servicio prestado con amor, aunque sin
discernimiento no puede, en definitiva, hacer mal a la persona a quien se trata
de servir. El poder del amor protegerá a esa persona del daño que podría causar
la imprudencia del que sirve.
No temas proclamar el origen de tu propia
inspiración para servir; pues dar a conocer la fuente de tu felicidad es una de
las más bellas ofrendas que puedes brindar al mundo.
Una persona que no es verdaderamente feliz no
puede servir realmente.
No creas que sólo sirven aquellos actos de
servicio que pueden verse. Los más grandes servicios son los que nadie ve.
Todo servicio que con amor y desinterés hagas a
otro, es un ángel guardián que creas y colocas a su lado para estimularlo y
protegerlo. Mientras más amor pongas en tu servicio, con más vida dotarás al
ángel guardián; el cual, por lo tanto, habrá de protegerlo y estimularlo
durante un tiempo más prolongado.
Al dejar para mañana un acto de servicio, has
perdido quizás una ocasión de ayudar. El servicio oportuno que hoy día no se
cumple, tal vez mañana sea innecesario.
El juicio que hagan los demás sobre tus actos de
servicio, tiene infinitamente menos importancia que el juicio de tu propio
corazón.
Cuando sufras, procura recordar que estás
adquiriendo un poder siempre creciente de simpatizar con los sufrimientos de
los demás. Porque después que hayas sufrido cierto dolor, podrás comprender
mejor, al menos en la medida que tú lo soportaste, el sufrimiento que a los
otros ha producido un dolor semejante al tuyo.
Uno de los deberes que más se descuida, consiste
en escuchar, con silencio y cortesía, a la persona que viene a vernos. Pues,
por el sólo hecho de escuchar con interés lo que ella tiene que decirnos, ya le
hemos prestado la mitad del servicio.
Muchas personas desean y se creen capaces de
servir en un lugar determinado... pero no todos querrían servir en cualquier
parte.
La belleza de tu día depende tanto de la
irradiación de un acto de servicio, como del brillo del sol.
Hay dos aspectos de la unidad que los que quieren
servir deben comprender: el aspecto dolor y el aspecto alegría. El uno enseña
una lucha común de la que todos tienen que participar; en tanto que el otro proclama
un fin común hacia el cual todos tienen que dirigirse.
Así como se encuentran hermosas flores en los más
áridos lugares, también el más hermoso servicio es el que se presta en momento
oportuno y donde hay mayor necesidad.
Igual como una lucecita ilumina la oscuridad del
ambiente, un pequeño acto de servicio irradia su benéfica influencia en medio
del egoísmo que nos rodea.
La recompensa más ideal que podemos alcanzar por
nuestro servicio, es el acrecentamiento de nuestra potencia de amar, y por
consiguiente, de servir.
El servicio en el mundo físico es la acción; la
simpatía en el mundo emocional, y la comprensión en el mental.
Si donde actualmente estás eres incapaz de
descubrir ocasiones de servir, más incapaz serías allí donde quisieras estar.
Los actos de servicio más verdaderos, son los que
hacemos instintivamente.
La mejor llave para abrir cada día, desde el
amanecer, la puerta de la felicidad, es cualquier acto de servicio hecho con
fervor y amante corazón.
El servicio es la expresión de una cualidad en
armonía con tu deber, de acuerdo al ambiente que te rodea. Por ejemplo, ante
los más avanzados que tú en sabiduría, la mejor expresión de amor es la
reverencia; ante los que saben menos, es la protección.
Muy egoísta e infortunado es aquel que,
recibiendo numerosos servicios, no ofrece ninguno en retorno.
Lo mismo que la misericordia, el servicio es dos
veces bendito: bendice el que da y el que recibe.
El conocimiento del Yo inter o se adquiere por el
servicio del yo externo.
Hay algunos que no prestan servicios a menos que
encuentren muestras de aprobación en su ambiente. En cambio, a otros los
impulsa a servir la necesidad de los que les rodean.
Adorar a Dios, consiste en ser útil a sus mundos.
Si eres capaz de reconocer tus faltas, los demás
reconocerán con agrado tus virtudes.
Si comienzas a sentirte orgulloso de tu
influencia sobre otros, observa qué parte se debe a tu posición y qué otra a tu
carácter. Pues toda persona, por el hecho de encontrarse en situación
destacada, ejerce una influencia especial sobre los demás.
Así como hay amigos de las horas felices, también
hay servidores de los días hermosos.
Estudia tu corazón, a fin de discernir si hay
parte de egoísmo en tu deseo de servir.
Los actos de servicio de la mayoría, tienen su
origen en la costumbre; los nuestros deben tenerlo en el amor.
Uno de los signos más ciertos de un afecto leal y
puro, consiste en poder pedir un favor a un amigo que comprenda el verdadero
alcance de nuestra solicitud.
La gente que se imagina que debe ser mejor
tratada por los demás, es por lo general, la misma que debiera tratar mejor a
su prójimo.
Dios registra todos los actos de servicio; los
hombres sólo anotan los que pueden comprender y aprobar.
No hables de otros como no quisieras que ellos lo
hicieran de ti.
El único conocimiento que tiene valor, es el que
nos acerca a nuestros hermanos en humanidad.
Tú no sabes más que los demás, a menos que los
ames y, por consiguiente, que sirvas mejor que ellos.
A veces nos es difícil comprender que el hombre
que carece de amigos tenga más necesidad de nuestro afecto que el que tiene
muchos. Si no ha podido hacerse de amigos, es justamente un motivo más para que
nosotros le consideremos como a tal.
Los que verdaderamente saben, no pueden
enorgullecerse de su ciencia, pues saben también cuánto ignoran.
Siempre que estés entre extraños, procura más
bien merecer su benevolencia, que no impresionarlos con tu importancia
personal.
Antes de criticar las faltas ajenas, imagina
haberlas cometido.
Jamás debes favorecer a alguien, a expensas del
deber.
Vale más que procures adaptarte a tu trabajo, que
lamentarte de que ese trabajo no te conviene.
La verdadera meditación da como resultado un
creciente poder de servir, unido al hecho de que nos dejamos absorber menos por
nuestro progreso personal.
Los que están descontentos por la manera como se
les reconocen sus servicios, no han aprendido todavía el verdadero servicio.
En los períodos difíciles de la vida, una
simpatía silenciosa tiene generalmente más valor que una actividad
inconsciente.
Cuando por tu situación tengas autoridad sobre
alguien, recuerda que si por ella puedes ganar alabanzas, sólo por tus
cualidades podrás conquistas su amor.
La verdadera devoción es la que se consagra a
servir, y no la que busca en qué apoyarse.
Cada momento del día es tiempo oportuno para
servir. Y aunque no siempre hay oportunidad para hacer una buena acción,
siempre se puede, por lo menos, adoptar una actitud benévola.
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G.S. Arundale