jueves, 29 de enero de 2015

EL DISCURSO DE MOLTRASIO

Lo que a continuación publicamos corresponde al discurso de bienvenida pronunciado por el Sr. Oscar Kiss Maerth en la Conferencia internacional “Focus on Man”, patrocinada por la Fundación estadounidense “WORLD MAN FUND”, de Washington, y la Fundación OMNIA MUNDI, de Zürich, y celebrada entre los días 10 y 15 de Septiembre de l974, en Moltrasio (Como), Italia en el PALAZZO PASSALACQUA, Centro Administrativo de la Fundación OMNIA MUNDI.

A pesar de los años que nos separan de este pronunciamiento, hoy en día más que nunca parecen estar vigentes los factores y variables mencionadas y que nos advierten del gran problema que sufre la humanidad en la actualidad. Se transforma así en una verdad profunda que toda persona consciente debe conocer, practicar y divulgar para salvar del caos a la Tierra en que habitamos, e ingresar a una Nueva Era de una mayor altura evolutiva.

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Ciudad de Italia, sede de la Conferencia Internacional de OMNIA MUNDI.
Señoras y Caballeros:
Al comienzo de nuestro siglo, la humanidad estaba mirando su futuro con optimismo. La ciencia y tecnología modernas acababan de empezar a mostrar sus milagros. Toda una generación presenció como los caballos desaparecían de los coches, reemplazados por motores, como se detenían los molinos de viento y empezaban a funcionar otros a motor. En los siete mares del mundo, los barcos arriaron sus velas y pronto veloces embarcaciones a motor cortaban las olas.
El mundo de la medicina hizo también nuevos descubrimientos e inició la producción de una inacabable cadena de medicinas sintéticas.
Fue el principio de una nueva era: la civilización tecnológica del hombre blanco que, para pavor de todo el mundo, producía milagro tras milagro, como por arte de magia. El pronóstico para el futuro era nítido, seguro y pleno de confianza: los científicos aseguraban al hombre que tendría un sonrosado futuro, Podría cumplir su antigua esperanza, librarse de la maldición del trabajo y las privaciones.
Las maquinas le proporcionarían todos los bienes, para hacerle la vida fácil y cómoda. La medicina moderna derrotaría la enfermedad y, quizás, incluso la muerte. El progreso había comenzado, Las chimeneas estaban levantándose hacia el cielo y todo parecía funcionar tal como se había predicho: los alcaldes estaban orgullosos de la población siempre creciente de sus ciudades.
Era tan sólo el inicio de una época feliz, aseguraban los científicos. No había dudas al respecto, pues ya habían mostrado que podían hacer milagros: se podía volar por el aire y moverse bajo el agua.
El hombre blanco, el creador dc esta civilización, era también generoso: prometía llevar a todos los pueblos del mundo al mismo estado de felicidad: prosperidad, salud y comodidad inauditos, proporcionados por la civilización tecnológica. Anunciaba también la paz perdurable para todos los hombres y razas quienes, gracias a las comunicaciones fáciles y rápidas, se conocerían mejor y se respetarían más.
Y hoy, tras solamente 70 años, la misma generación que inició un futuro tan optimista, debe admitir con temor y asombro: La Humanidad está en crisis. La raza humana se enfrenta a tiempos sombríos. Nada menos que la supervivencia misma de la especie está en juego. Tristes premoniciones llenan los corazones.
En todo el mundo se celebran frenéticamente conferencias y congresos. Todos están buscando una salida, para la salvación, pero las perspectivas son cada vez más alarmantes.
¿Qué ocurrió? ¿Qué ocasionó el inesperado resultado? ¿Qué nos condujo a una crisis tan peligrosa como para hacer incierta hasta la existencia misma del hombre?
La respuesta es clara: la aplicación de los mismísimos medios que debían traernos el estado de felicidad: una ciencia carente de filosofía, una ciencia sin alma, que enloqueció, una tecnología que se desbocó, un sistema económico rapaz y un macabro proceso denominado progreso, que desencaminó a la humanidad. En nuestro planeta saqueado y emponzoñado, crecen día a día el miedo, el dolor y la miseria. El Homo Sapiens, amo frustrado, está buscando una excusa, una cabeza de turco. Pero no hay excusas ni cabezas de turco.
El dolor humano, el caos y la crisis son producto del hombre.
La población mundial cuenta ahora 3.600 millones de personas, y está aumentando con más rapidez que nunca. La población está dividida de hecho en dos partes: una minoría sobrealimentada y una inmensa mayoría que es cada día menos capaz de alimentarse y de llevar una vida que merezca ser vivida. El sistema económico actual hace al rico más rico y más pobre al pobre.
 ¿Quiénes constituyen la minoría sobrealimentada? Son los llamados pueblos occidentales, los fundadores de la civilización tecnológica. Es el hombre blanco, que hoy representa sólo el 17% de la población mundial y quien al inicio del siglo prometía prosperidad y paz a todas las razas del mundo. Esta minoría de un 17% no ha cumplido sus promesas. Ha agarrado un 70% de la riqueza mineral y de las fuentes de energía de todos los continentes, a fin de construir su tecnología y su codiciosa civilización de consumo y despilfarro nunca vistos, mientras la saqueada mayoría de la humanidad está luchando por su sustento diario y supervivencia.
Occidente dio y da aún consejos a la empobrecida población de este planeta, para que abandone su civilización y su modo de vida tradicional, y copie la civilización tecnológica y el sistema occidental a fin de lograr comodidad y felicidad.
En otras palabras: Occidente dio y sigue dando la receta para un plato delicioso, pero al mismo tiempo se embolsa los ingredientes necesarios para prepararlo. Este es el truco de esquizofrenia más macabra de todos los tiempos.
Estos pueblos abandonaron su propio modo de vida y sus sistemas económicos, pero al ser incapaces de adoptar el nuevo, han caído en la miseria.
¿Y qué ha ocurrido con la prometida da paz mundial?
El hombre blanco ha producido por primera vez en la historia un nuevo monstruo: la guerra mundial y, si es por eso, dos en un plazo de 50 años. Con ayuda de una ciencia sin escrúpulos, ha construido las más pavorosas armas para destrucción masiva, a las que desvergonzadamente llama “armas avanzadas.” Y ha llegado a usar a los habitantes de las regiones y colonias saqueadas como soldados para obtener la victoria. ¿A qué fines servía presumiblemente esta victoria? Para el fin de preservar el status quo, es decir, para que la minoría sobrealimentada de un 17% continuase guardando el 70% de los recursos de todos los continentes a fin de continuar e incluso ampliar su civilización de consumo y derroche, a costa de la mayoría empobrecida.
Mientras esta minoría rapaz continúa el saqueo sistemático de la Tierra para exclusiva ventaja propia, la población mundial está aumentando rápidamente. En 1600 había sólo 550 millones de personas. Demoró 200 años en duplicar este número. Hoy en día el incremento ha llegado a ser tan veloz, que la población mundial se duplica en 30 años apenas, lo que significa que los 3.600 millones de hoy aumentarán a 7.000 millones al cabo de 30 años. No sólo no hubo jamás tanta gente en el pasado, sino tampoco fue tan rápido su aumento en número.
Cuando la humanidad duplicaba su número en 200 años, tenía también el tiempo necesario para duplicar la producción de alimentos, ropas y viviendas.
Pero ahora, cuando los 3.600 millones se duplican en sólo 30 años, ha llegado a ser dudoso que pueda duplicarse en tan breve plazo la producción de alimentos, ropas y viviendas, todos bienes esenciales para la supervivencia.

Si acaso esto puede realizarse, lo será sólo mediante cambios radicales en la estructura económica del mundo. En ese mundo reestructurado, unas estrictas medidas colectivas deberían prohibir que una sociedad cree una civilización y un modo de vida a expensas de otras. Esta tarea habrá de realizarse dentro de una década y ha de comenzase ahora mismo.
Los especialistas, expertos y científicos han explicado en libros y periódicos que la población mundial aumenta con mayor rapidez, porque la ciencia moderna ha derrotado a la enfermedad, ha disminuido la mortalidad infantil, ha creado buenas condiciones sanitarias y prosperidad. En otras palabras, la humanidad se incrementa por pura felicidad. Esto es tan sólo locura, deshonestidad y autoengaño.
En Occidente, en donde la mortalidad infantil ha sido reducida a solo el 4 %, en donde hay abundancia de médicos y hospitales, en donde la higiene y el bienestar están ampliamente difundidos y la gente está sobrealimentada, la población crece sólo un 1 % al año...Por el contrario, allí donde prevalece la miseria, donde faltan hospitales y médicos, donde la mortalidad infantil es del 25 al 30 %, la población aumenta cada año entre 2,8 y 3,2 %, es decir, el triple que en los lugares de superabundancia, y en donde la mortalidad infantil es solo de 4 %,
¿Cómo se atreven entonces los llamados expertos y científicos a afirmar su teoría absurda y estúpida en un asunto que puede significar la vida o la muerte para la raza humana? ¿Y por qué toleramos que el papel producido por los árboles que quedan sea usado para publicar sur imbéciles teorías científicas?
Ya es hora de reconocer que la explosión demográfica es producida por el “stress”[1] ocasionado por la miseria. Es una ley biológica general, válida para todos los animales, inclusive el Hombre. El “stress” afecta la glándula pituitaria situada en el cerebro, la que a su vez produce un mayor deseo de acoplamiento y una mayor fecundidad. Toda la regulación de la población animal se funda en esta función biológica. Las pérdidas debidas a desastres naturales se compensan mediante el “stress” ocasionado por los desastres mismos.
Pero la glándula pituitaria no averigua cual es la causa del “stress”. Si en una sociedad humana la miseria y el “stress” son ocasionados artificialmente, creados incluso por terceros ajenos a ella, la glándula pituitaria reacciona del modo acostumbrado: el “stress” se traduce en un mayor crecimiento demográfico. La sociedad blanca no aumenta tan rápidamente porque no sufre “stress”, sino neurosis aguda, que es lo contrario del stress y disminuye la actividad sexual y la fecundidad.
Esta es una grave advertencia para el hombre blanco, quien es en gran medida responsable de la miseria y el caos de la mayor parte de la humanidad. El sistema económico occidental, impuesto sobre la humanidad, que hace más rico al rico y más pobre al pobre, conduce inevitablemente a la miseria, al “stress” y a una explosión demográfica en los países pobres. Este y no otro es el motivo del que las poblaciones pobres aumenten a un ritmo tres veces más rápido que las ricas. En consecuencia: si la raza blanca constituye hoy sólo el 17% de la población mundial, en 30 años esta proporción será a lo más un 10%.
Es ridículo que esa minoría, que posee y consume el 70% de todos los recursos naturales, se queje por una escasez energética y es todavía más ridículo imaginar que al cabo de treinta años, una sufriente mayoría del 90 % de la población mundial va a tolerar pasivamente, en su miseria creciente, como una minoría de tan sólo el 10% explota y envenena la Tierra y, a través del sistema económico más absurdo de todos los tiempos, deteriora aún más las condiciones de vida ya catastróficas de la empobrecida mayoría.
Nosotros, los hombres occidentales, debemos admitir que, a través de nuestro absurdo modo de vida, a través de nuestra civilización de derroche y despojo, a través de nuestra insaciable codicia y de nuestro vergonzoso sistema económico de producción forzada, somos los destructores del planeta, del que sin embargo no somos propietarios exclusivos.
Debemos reconocer que nosotros, y no los demás, somos culpables de la crisis mundial, la cual puede llegar algún día a la conclusión de que no tiene nada que perder sino su miseria.
Dios nos ampare si esta masa hambrienta y desesperanzada decide alguna vez salir descalza y con sólo un cuchillo, reptando día y noche de arbusto en arbusto, de casa en casa, y penetrar como langostas en las regiones en donde viven los saqueadores y culpables de su mi seria.
El dispositivo secreto de seguridad de las potencias ricas, la bomba atómica, será inútil en este caso, puesto que tendrían que lanzarla también sobre sus propias regiones ya infiltradas. Por el interés de todas las razas y sociedades del mundo debería evitarse tal situación a cualquier coste; las medidas preventivas deben comenzar no mañana, sino hoy,  porque mañana será demasiado tarde.
Esta advertencia no va dirigida a los malayos, no a los congoleses, sino al hombre blanco, quien mediante su civilización tecnológica de saqueo y derroche, se ha convertido en el asesino número uno del planeta.
Nuestra Tierra comienza a ser incapaz de continuar soportando los dolores de este brutal ataque. El agua, el aire, las plantas y todas las criaturas vivas están sufriendo. Es dudoso que las heridas ya infligidas puedan curarse.
La tragedia consiste en que las consecuencias de este teatro de horror no sólo se esparcen en las regiones en donde brama el enloquecido tiovivo de la producción forzada, sino en toda la Tierra, afectando también a las poblaciones que no pueden disfrutar ni del menor beneficio de nuestra civilización tecnológica.
Preguntamos: ¿Por cuánto tiempo soportarán los pescadores malayos el volver a casa de sus mares contaminados con menos pescado para alimentar a sus hijos llorosos? ¿Por cuánto tiempo soportará esta población artificialmente empobrecida, de la cual se dice —contra toda lógica y toda decencia— que pertenece al “mundo libre”, el estar a merced de un sistema económico mundial, que después de todo sirve sólo a una pequeña minoría, para mantener funcionando su civilización de derroche, amenazando así la habitabilidad del planeta?
Mientras aumentan las penas de la población pobre, preguntamos: ¿Son felices los pocos sobrealimentados? No, no son felices. Están al borde del colapso físico y espiritual. Las comodidades e inconveniencias creadas por la tecnología, como también su vida contranatural, minan su salud y resistencia a tal extremo que desde la cuna a la tumba han de tomar una serie continua de medicinas sintéticas, porque también aumenta el número de enfermos. Ruborizados, explican que se trata del progreso de la medicina, aunque significa exactamente lo contrario.
Un número cada vez menor de mujeres es capaz de amamantar a sus hijos y la existencia de estas sociedades espiritualmente retrasadas depende del funcionamiento de una fábrica que produce leche artificial para nenes y del camión que la distribuye. Si falla cualquiera de ambos, la subespecie deja de existir. En algunas de estas sociedades enfermas una de cada siete mujeres precisa la operación cesárea para dar a luz. Las funciones biológicas y fisiológicas fundamentales que se desenvuelven impecablemente en toda especie, están gravemente dañadas y hasta ausentes en la subespecie del “homo sapiens” a causa de su presunto “progreso”. Estas sociedades se ufanan también de su gran número de psiquiatras y hasta del creciente número de sus manicomios, desconociendo el hecho de que ello se ha convertido en necesidad, por cuanto un considerable porcentaje de los miembros de esta sociedad sufre de depresión y de problemas mentales, a causa de su vida absurda y contra natura. La criminalidad ha alcanzado proporciones nunca vistas.
En estas sociedades la gente trata de escapar de la miseria espiritual autoimpuesta, buscando alivio en drogas, alcohol y disipación sexual, lo cual a su vez aumenta su miseria mental.
Esta es la sociedad la cual está alarmada por una presunta escasez de energía y busca ahora frenéticamente nuevas fuentes de energía.
Es fácil hallar esas fuentes. Pero esta sociedad no osa mirar a un futuro más lejano. Es decir: estadísticas exactas muestran clara e irrefutablemente que si el saqueo y despilfarro de nuestros recursos naturales continúa, en un plazo de 30 a 70 años a lo más ya no habrá cobre, manganeso, aluminio y otros metales, indispensables para la continuación de una sociedad tecnológica. Se producirá una paradoja: tendremos energía con la cual poner en marcha nuestras máquinas, pero no los materiales para construirlas.
Según las creencias actuales de una minoría de le población mundial, poseída por el progreso, es imposible llevar una vida satisfactoria y ser feliz sin la tecnología actual. Esto no es sino superstición, y muestra la falta de coordinación mental de estos cerebros esquizofrénicos.
¿Acaso la tecnología dio a la humanidad la esperada felicidad? No, no se la dio, sino trajo los peligros que amenazan la existencia misma de la raza humana y de toda criatura viviente en este planeta
Estamos orgullosos de que el 90% de todos los científicos que han vivido en la Tierra estén viviendo en nuestro tiempo. En consecuencia deberíamos estar experimentando la época más feliz de todos los tiempos, por cuanto esta civilización no fue creada por pastores o labriegos, sino por aquellos denominados científicos, de los que la humanidad aún se enorgullece tanto. Hemos cumplido con precisión y obediencia ejemplares cada una de las cosas que los expertos, especialistas y científicos nos recomendaron, asegurándonos que esto nos llevaría a la felicidad.
Lo que nos trajo no fue la felicidad, sino las expectativas de la mayor crisis y del mayor caos que jamás ha enfrentado la humanidad y que amenazan su existencia misma. ¿Qué significa esto? Significa que la ciencia ha fracasado. Debemos tener el valor de admitirlo.

Debemos buscar nuevos caminos y también una clase completamente nueva de científicos, con una filosofía sana, que sean capaces de planificar y aconsejar un modo de vida más natural, que permita a todas las razas y sociedades de esta Tierra, densamente poblada y copiosamente saqueada ya, cubrir sus necesidades, y asegurarse una vida que merezca ser vivida. No podemos contentarnos con soluciones a corto plazo. Si los metales bastan solamente para el plazo de vida de una generación, este nuevo mundo claramente no puede ser un mundo tecnológico. El perseguir tal cosa es pura idiotez.
Debemos también hallar y desarrollar un nuevo tipo de hombre. Ese tipo no es uno enviciado con las comodidades de la civilización tecnológica y que quiera ser servido por máquinas. Ni puede ser el hombre que mendiga, duerme y muere en las calles de Calcuta. El tipo que debemos buscar esta en cierto modo a medio camino entre aquellos.
Es el hombre sencillo, modesto, que vive en comunicación con la naturaleza, que trabaja físicamente, para satisfacer únicamente necesidades reales, que respeta las leyes morales y éticas, y está a menudo de un humor lo bastante bueno como para sonreír, para reír y cantar, pues ese, y nada más, es el patrón para medir la felicidad y la dicha del hombre.
¿Es eso una utopía?
Si jamás hubiésemos tenido una civilización no tecnológica, capaz de proporcionar  una vida satisfactoria, podríamos pensar que vivimos tras una utopía. Pero sabemos que nuestros antepasados no fueron ni neuróticos ni desesperadamente desdichados; y si tenían problemas y dolores humanos, ciertamente no era porque no tuviesen nuestra civilización tecnológica.
Afortunadamente para nosotros, aún existen sociedades que están casi intocadas por la civilización tecnológica y llevan una existencia satisfactoria. No son tan sólo pueblos primitivos, los llamados “tribus salvajes”. En Birmania y Borneo no existen ni gentes extremadamente ricas ni extremadamente pobres, y el tipo de vida del rico no es demasiado diferente de la de los más pobres. La gente allí ríe y canta más que en Paris o en Nueva York.
Ahora bien, el problema consiste en si el hombre occidental será  capaz de abandonar la comodidad tecnológica y la pereza que, después de todo no le han traído la prometida felicidad. La sociedad occidental puede compararse en esto a un drogadicto que sabe que su salud empeora cada día la consumir las drogas, pero no puede abandonarlas, por ser demasiado débil para hacerlo.
Pero, felizmente, en esta sociedad occidental debilitada física y psicológicamente, están apareciendo fenómenos favorables. Numerosos jóvenes han dado la espalda a esta civilización, la desprecian y no quieren continuarla. Instintivamente  y con una certidumbre casi profética, estos jóvenes se han percatado de que están yendo hacia un futuro en el cual todo lo que han aprendido para continuar esta civilización tecnológica, será inútil. No es de extrañar que muchos estudiantes rompan sus certificados y diplomas escolares en presencia de sus maestros. La actitud de esta gente joven proporciona a las sociedades occidentales la única y última oportunidad, de cambiar, y de rehabilitar a sus pecaminosos antepasados. Si Occidente no aprovecha estas favorables circunstancias, el futuro de las sociedades occidentales esta trazado: el doloroso colapso será inevitable,
Esta juventud esta en oposición a la generación precedente. Esto se interpreta erróneamente como la acostumbrada rebelión de los jóvenes contra los viejos. La llamada “brecha de generaciones”. Pero ésta no es una brecha generacional. Es una brecha insalvable entre mundos, entre un viejo mundo que se hunde para siempre y un nuevo mundo que está surgiendo.
La generación mayor acusa a la más joven de haber rechazado el sistema y los modos de vida antiguos, sin encontrar otro válido y mejor. Con igual derecho, los jóvenes pueden contestar: la generación vieja no encontró tampoco ninguna vida valedera; por el contrario, es culpable de ese caos y de esa crisis que han suscitado los peligros que amenazan nuestro futuro.
Pero ambos, viejos y jóvenes, deberían encontrar una salida mediante el común esfuerzo. No obstante, eso será posible sólo si la vieja generación depone su actitud arrogante y admite con humildad, de rodillas, que ha fracasado en todo aspecto. Sólo entonces, y no de ninguna otra manera, podrán viejos y jóvenes darse la mano y reconstruir juntos un mundo en donde la vida sea digna de vivirse para toda sociedad y raza.
Debemos admitir que ha pasado el tiempo en el que mujeres escuálidas de países remotos deban cosechar algodón en países cálidos para que una sociedad neurótica pueda cambiar y arrojar cuatro veces al año sus llamados vestidos a la moda. Ha pasado la época en que sea tolerable que una sociedad gaste en un año cosméticos masculinos más de lo que la población entera de Afganistán gana en todo un año. Ha pasado el tiempo de tolerar que multitudes aburridas, jubiladas y turistas neuróticos, vuelen sobre las regiones sufrientes del mundo para curar sus neurosis en el oasis de los hoteles de lujo.
Ha llegado el momento en el que debemos pensar seriamente en crear una confederación mundial, en la cual los estados actuales aparezcan sólo como provincias y ninguna sociedad tenga derecho a desarrollar un modo de vida en perjuicio de otras.
Sólo entonces será posible coordinar la producción de los bienes esenciales para la supervivencia y distribuirlos según las necesidades reales. Entonces ya no tendremos pretexto alguno para el asesinato masivo, colectivo y premeditado, que llamamos guerra, que es la mayor vergüenza para la raza humana, la cual pretende ser creada a imagen de Dios y ser Su criatura favorita.
Las aspiraciones ideológicas y juegos políticos de hoy en día no deberían interferir este indispensable proceso, porque existe solamente una política justificada: la conservación de una existencia sensata para todos los hombres de todas las razas y para todas las creaturas que viven en la Tierra.
Hemos cometido muchos errores, y debemos aprender de ellos, antes de que sea demasiado tarde. Hemos cometido el error de confiar la solución de todo problema a la ciencia y a la razón. Pensábamos que la inteligencia lo era todo. Pero esto fue un error.
Desde los más antiguos tiempos, el hombre ha designado el cerebro como sede de la inteligencia. Desde entonces hasta ahora pudimos verificar la exactitud de esta noción, Pero desde los primeros tiempos, el hombre ha creído también que los sentimientos nacen en el corazón: la alegría, el amor, la simpatía, el sentido de la justicia y la consciencia. Desafortunadamente, jamás estudiamos eso realmente. Ese fue el gran error de esta civilización. Creamos la idea que aquel que no viola el derecho penal es un miembro aceptable de nuestra sociedad. Pero olvidamos que ningún derecho penal es capaz de descubrir, prohibir y castigar la codicia, la envidia, la malignidad y el egoísmo. Es el corazón el que prohíbe todo eso, y transmite admoniciones al cerebro.
Ninguna civilización, ni la más racional, dotada de todas las ciencias, puede producir una vida digna de vivirse si el corazón con sus admoniciones, que seguramente tienen un origen cósmico, no prevalece, guiando la inteligencia hacia el camino recto.

Vosotros, mis huéspedes, habéis venido desde lejos, por cuanto estáis preocupados por el destino de una especie, que tan a menudo ha fracasado y ha implorado tan fervientemente felicidad y paz.
Habéis preparado vuestros discursos, que leeréis a partir de mañana. Os ruego guardar silencio por una noche y escuchar a vuestro corazón: os dirá muchas cosas, y ésas serán las más importantes. La voz exhortante de vuestro corazón ejercerá un favorable influjo sobre vuestros discursos, por cuanto esa voz es el fruto real de vuestra conciencia.
Haced esto en interés de la humanidad sufriente, en interés de todos los niños ya nacidos y en interés de los miles de millones que vendrán a esta vida sin querer, con las esperanzas de que cada creatura viviente trae consigo al nacer, como su propio y divino don: el admirar la gran maravilla de la creación, la naturaleza, y el vivir en ella en paz y buena salud.
Es este espíritu os doy la bienvenida, en nombre de la Fundación OMNIA MUNDI, que en medio de un mundo en crisis y bajo la sombra de las tormentosas nubes que se aproximan, clama al mundo:
¡VERDAD, JUSTICIA Y PAZ!
¡Bienvenidos, bienvenidos, bienvenidos!


[1] Stress: palabra inglesa con que se denomina el estado de tensión excesiva ocasionado por una acción brusca o sostenida, dañosa para el organismo.


  

1 comentario:

Alejandro El No-Magno dijo...

La debaclé en la que se encuentra la Humanidad
corrobora, en su esencia, a Oscar Kiss
en su libro EL PRINCIPIO FUE EL FIN
porque en la actualidad el CAPITALISMO,
que es igual a CANIBALISMO,
se esta comiendo al planeta
(es decir, nos estamos comiendo a nosotros mismos)
Pasamos del canibalismo originario
de comernos el cerebro del congénere,
EL PRINCIPIO, al CANIBALISMO del presente
donde estamos con todo a nuestro alcance.
La similitud y semejanza son obvias
El CANIBALISMO DEL CAPITALISMO es el fin
El CANIBALISMO DEL PRINCIPIO, el origen
...Claro que también las galaxias se "canibalizan",
se comen, se absorben unas a las otras.
Tal vez el entero Universo caiga dentro
de ese EL PRINCIPIO FUE EL FIN